Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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Apenas tuve tiempo para explicarle a Mata lo que debía decirle a quien lo buscaba por celular antes de arrebatárselo al Tito.

Todo transcurrió tan rápido que la adrenalina del momento fue como una inyección de penicilina que sólo dura unos segundos.

– ¿Qué paso? –contestó Mata –es que hay un operativo. La Procuraduría sabe algo y andan buscándome por eso no he tenido chance de contestar.

Todos estábamos pendientes del dialogo. Mata nos miraba desconcertado y seguía hablando con su amigo.

– Dile a la patrona que estoy escondido. Necesito que mande por mí. No algo más discreto te digo andan retenes por todos lados si manda un comando va a valer madre. Mejor te doy una dirección y tú le caes. No puedo salir en mi carro porque lo tienen bien ubicado. Parece que por aquí donde estoy,  está tranquila la cosa… Entonces espero tu llamada. Póngase truchas porque está caliente la cosa.

Cortó la comunicación.

– ¿Qué paso? ¿No sospecho nada? –pregunté.

– No. Creo que ellos también han visto los operativos. Ya se metieron a mi casa y no se cuantas casas más han reventado. 

– Vale más que no nos estés engañando hijo de la chingada, porque aquí mismo te hacemos pozole –el Tito se veía bastante agitado.

– ¿Y en qué quedaste con él?

– Primero quería organizar un comando para resguardarme. Entonces le dije que no era muy adecuado en estos momentos. Lo convencí que debía venir por mi él sólo, si acaso con otro hombre más para no levantar sospechas.

– ¿Te creyó? –insistí.

– Creo que sí. Pero dijo que tenía que avisarle a la Condesa como estaban las cosas para ver que decidía ella.

– No podemos quedarnos aquí –dijo el Tito –el Choros conoce esta casa perfectamente bien, si tu compa le da esta ubicación de volada va a saber que lo tenemos nosotros.

El Choros era el sujeto que le había estado hablando a Mata. Le decían así simplemente porque era de Ensenada, y le gustaba mucho comer las almejas esas a las que les dicen choros en el puerto.

– ¿Y a donde nos vamos ir? –preguntó el Santi mientras el Tito ya estaba pegado al celular haciendo llamadas.

En ese instante volvió a sonar el celular. Como yo se lo había quitado aún lo conservaba, y pude ver que la llamada no provenía del mismo celular. En el identificador decía patrona.

– ¿Quién te llama?

Mata lo miró y abrió los ojos, a pesar de sus heridas de lo sorprendido que estaba, es la Condesa y vale más que me la pasen.

– Ponla en altavoz –alcanzó a gritar el Tito y todos nos quedamos bien callados.

– ¡¿Qué chingados está pasando Mata? ¿Dónde estas metido?¡

– Ya le explique al Choros patrona. Se me cayó el cantón. Me pasaron el pitazo de que el Comandante Alatriste anda tras de mi, y por eso me tuve que pelar sin avisarle a nadie.

– No me salgas con una chingadera Mata. Ya sabes que no me gustan las sorpresitas. Te quiero aquí en el búnker en menos de una hora, no se como le vayas a hacer, pero si después de una hora no estas aquí, mejor ni te me aparezcas por enfrente.

– Pero patrona si salgo ahorita me van a detener. Hay retenes por todos lados yo preferiría quedarme escondido está noche para dejar que se enfríen las cosas o bien como le dije al Choros que se venga por mi sólo, porque ya tienen bien ubicados mis autos.

– ¿Dónde estas ahora?

– Un compa que anda en el otro lado me presto su casa para esconderme.

– Nadie va a ir por ti ahorita. Y más te vale que no me estés poniendo una trampa. Voy a confiar en ti, pero te quiero ver en el búnker mañana antes de las diez. Ahí tú sabrás si quieres llegar por las buenas o por las malas. Y ya te lo dije, si no llegas antes de esa hora, que no te encuentre yo en la calle. Mucho cuidadito con lo que hablas.

Sin dar oportunidad a nada la lesbiana cortó la comunicación.

– Esta pinche vieja no es pendeja –gritó el Tito en cuanto terminó la llamada y luego le dio un puñetazo a la pared.

– Vamos a caerle al famoso búnker de una vez –intervino uno de los sujetos que estaba ahí al que le decían el Pato, y que por lo visto era uno de los de más jerarquía ahí.

– Después de esto la Condesa va a traer más escoltas que el pinche Presidente de la República, y obviamente nos va a estar esperando –opinó el Santi.

– Tenemos toda la noche para pensar que vamos a hacer, yo digo que no nos precipitemos –les dije.

– Mejor vamos a sacarle toda la sopa a este cabrón y después lo hacemos pozole. De todos modos la gorda ya sospecha algo.

– Mejor denme oportunidad de hablar con él. Creo que todavía nos puede servir con vida.

– Tú si que estas cabrón pinche Calavera. La rata esa te entregó con los Malacón, y ¿todavía pides que lo dejemos vivir?

– No estoy pidiendo eso. Sólo quiero hablar con él Después ustedes deciden qué hacer.

– Llévatelo al cuarto donde lo teníamos, pero donde el tipo este no suelte la sopa contigo lo voy a hacer cantar a mi manera, y no le va a gustar nada.

Mata continuaba esposado, y caminaba con dificultad por la golpiza que le habían propinado.

– No sé que te dijeron Calavera, pero no tengo nada que ver en lo que te pasó…

– ¿Sabes que Mata? Vamos a poner las cosas bien claras. Tú estas trabajando para los Malacón, yo no te metí en esto. Además también estoy convencido de que me entregaste con ellos, pero si quieres seguir vivo más vale que colabores.

Mata se quedó callado. Se perdió unos instantes en si mismo, como si supiera que no tenía muchas salidas.

– Para que quieres que hable si de todos modos me van a matar. Tú eres un pinche mafioso igual que ellos.

– Y que tú… pero después de todos fuimos amigos, y es lo único que te salva en estos momentos. Allá afuera nadie va a tenerte consideración.

Es difícil describir ese tipo de momentos. Y no sé. Igual el Nagual tenía razón con eso de que algo había cambiado en mí y ya no era el mismo. No guardaba odio en contra de Mata, aunque él se había buscado la bronca en la que estaba metido.

También estaba la adrenalina. Tenía que salir de esta bien librado, porque las cosas se estaban poniendo como hoya Express. Apunto de explotar.

Mata comenzó por darme la dirección del famoso búnker, y algunas otras direcciones en las que podía estar escondida la Condesa.

Lo primero que se me ocurrió fue hablarle al Coronel.

– ¡Qué milagro Calavera¡ Te confieso que estaba a punto de mandarte a buscar, no juegues conmigo…

– No tengo tiempo para sermones Coronel, mejor agárrese una pluma y apunte las siguientes direcciones rápido, porque no sé en que momento tenga que colgar.

En menos de quince segundos el Coronel comenzó a anotar todas las direcciones y de pronto alguien llamó a la puerta.

– Tengo que colgar Coronel. Le llamó en cuanto pueda –no le di tiempo de decirme nada.

– ¿Con quien hablabas Calavera? –me preguntó el Tito.

– El compa con el que estoy viviendo me marcó para preguntarme algo.

– Es mejor que vengas a escuchar esto. La lesbiana le marcó a Santi a su celular.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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