Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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Valeria tomó con mucho más tranquilidad mi partida. Desde luego no me solté en llanto ni mucho menos. No se trataba de tristeza o algo así, más bien era nerviosismo y algo de miedo. Lógicamente no lo reconocí abiertamente.
Bonito me iba a ver después de haber participado en cientos de operativos, de haber estado en la cárcel sentenciado a muerte y tantas otras cosas, ahora resulta que me daba miedo visitar a una bruja anciana. Pinche onda la mía.
– Te va a ir muy bien por allá y aquí voy a estar esperando que regreses. Recuerda comentarle a la Nana Tencha sobre mí. Pídele permiso para que te acompañe en tu próximo viaje –fue lo último que me dijo Valeria antes de salir de su casa.
Lo primero que vi al llegar al rancho del Nagual fue la camioneta destartalada de Evodio en la puerta. Él estaba dormido en el asiento del chofer. Babeaba y roncaba.
Le toque el hombro para que se despertara. Lo primero que hizo fue limpiarse la baba y frotarse los ojos.
- Maestro mil perdones. Tengo unas horas aquí esperándolo y me ganó el sueño.
- ¿Esperándome?
- Sí. El Maestro Nagual me pidió que lo llevara Adrián.
- ¿Quién es Adrián?
- Un trailero amigo el maestro que lo va a llevar a dónde la Nana Tencha.
- ¿Y el Nagual?
- Me pidió que lo disculpara. Tuvo que adelantarse. Lo espera donde la Nana Tencha. Sugirió que se fuera con Adrián porque sus enemigos podrían estar en el aeropuerto y las centrales de camiones.
En eso tenía razón.
El trailero era un tipo de pocas palabras. Amable. Me metió en uno de los dormitorios de su tráiler, donde permanecí acostado prácticamente todo el viaje.
Fue un trayecto largo. No nos detuvo ningún retén.
Llegamos a Culiacán, la capital de Sinaloa. Ahí baje para estirar las piernas e ir al baño.
- ¿Es aquí? – le pregunté a Adrián.
- No. Falta poco. Una hora y media más a o menos.
El trailero me dejó en medio de la nada, a la orilla de un río. El calor era sofocante.
- Hasta aquí llegó. Tengo que seguir. Su amigo vendrá a buscarlo.
Adrián no me dio tiempo no de responder. Arrancó el tráiler y se fue.
Quedé paralizado como un tonto. Sudaba como marrano. Sólo se escuchaba el ruido de la corriente del río, unos cuántos pájaros cantando y el viento apenas soplaba.
Busqué una sombra y me senté con mi morral al pie de un árbol, frente al río.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que escuché el graznido de un zopilote enorme que planeaba justo arriba del árbol donde estaba sentado. Lo perdí de vista cuando se paró en la copa. Y como por arte de magia el Nagual saltó de una de las ramas del árbol.
No quise hacer preguntas. Me sentía un pendejo pensando que el Nagual se había convertido en zopilote.
- Vamos. Nos están esperando.
Caminamos bastante en medio de la vegetación y el río, hasta que llegamos a un poblado y varios de sus habitantes nos salieron al paso.
Un anciano que parecía el líder de esas personas porque traía un bastón con listones de colores y vestía ropa de manta blanca saludó al Nagual.
– Gran Abuelo es un gusto volver a saludarte.
– Eres bienvenido hijo. ¿Él es tu amigo del que tanto habla la Nana?
– Si. Creo que nos espera.
– Primero instálense, deben estar cansados. Descansen un poco y después los llevo a verla.
A pesar de toda la hospitalidad no podía dejar de sentirme nervioso.
– La verdad no sé que estamos haciendo aquí ¿Qué tal que no soy lo que esperaban?
– Cálmate. Todo va a salir bien. Mejor descansa un rato, debes estar molido por el viaje –y lo estaba.
El calor era sofocante de verdad. Una familia que parecía conocer muy bien al Nagual nos dio alojamiento en su casa. Nos instalaron en un cuarto bastante amplio con mucha ventilación, aunque eso sólo disminuía un poco el calor.
Las ventanas estaban cubiertas por mosquiteros, aparte de las camas que también estaban cubiertas por una cortina especial de esta tela para evitar que los insectos interrumpieran el sueño.
Encendí un viejo abanico y lo puse directo. El aire que aventaba seguía estando caliente y poco relajaba el ambiente.
Gracias al sopor no tarde mucho en bañarme en sudor, y quedarme completamente dormido.
– Finalmente llegaste hasta aquí hechicero –la voz me parecía bastante familiar, era la de una mujer, sin duda la Morena.
Abrí los ojos y ahí estaba de nuevo parada frente a mí, con una sonrisa hermosa y un vestido blanco que parecía traer pegado a su propia piel.
– ¿Qué haces aquí? Debo estar soñando –pero no se parecía en nada a mis sueños normales. Aunque había un toque brumoso, todo parecía bastante real, pero desolado. Incluso el calor se había ido.
– No estás soñando hechicero. Ven acompáñame te voy a mostrar el lugar.
“La magia de la poesía se palpa en el viento, y no necesitas soñar para abrir los ojos en el mismo punto del universo donde la Madre Naturaleza lanzó una pincelada de belleza”.
– Esta Villa es mágica hechicero. Cuando el cuerpo descansa es mejor ¿Lo sientes?
Era el mismo poblado, pero completamente desierto. El viento soplaba con una frescura que llenaba de vida los pulmones. A lo lejos se podía ver la ribera del río.
Caminamos un buen trecho. Las yerbas masajeaban las plantas de los pies. No sabía si estaba soñando, pero creo que en ese momento era lo que menos me importaba.
Seguí a la Morena hasta la orilla del río, justo donde crecía un árbol enorme, cuya sombra era capaz de colar casi por completo los rayos del sol. Sus raíces se desbordaban por encima de la tierra. Su tronco era tan grueso como ningún otro árbol que hubiese visto antes.
“¿Sabías que la Ceiba también es el Árbol Sagrado de los Mayas? Eso tenemos en común con ellos. Este también es nuestro Árbol Sagrado”. La voz parecía emerger de entre las raíces del árbol. Era de una mujer un poco más madura que la Morena.
En lo alto de la Ceiba se podía escuchar el parloteo de unos loros y dos guacamayas rojas. Frente a nosotros el correr del río aderezaba más el ambiente.
– ¿Tú debes ser el Guerrero Jaguar del que tanto nos ha hablado el Nagual? –era la misma voz de la mujer, pero ahora la podía ver sentada en una de las gruesas raíces del gran árbol.
– Bueno conozco al Nagual. Hoy llegue con él, pero desconozco si se refiera a mi como el Guerrero Jaguar.
– Soy Hortensia. Mucho gusto jovencito –la mujer extendió su mano, sin dejar de apoyarse con la otra en un bastón de palo fierro. Tenía el cabello tan blanco como la nieve, y largo hasta la cintura. Quizás eso la hacía verse un poco más vieja.
– Que tal soy Horacio el hechicero, o por lo menos así me llaman últimamente.
– Si Isis también me ha hablado mucho de ti. Dime ¿A qué has venido?
– A conocer a una mujer que llaman Nana Tencha.
La mujer soltó una risilla pícara. Isis, la Morena se acercó a ella y la saludó.
– No creo que hayas hecho un viaje tan largo para conocer a esa vieja testaruda. Creo que alguien te jugo una broma.
Estaba impresionado, alguien además de mí podía ver a la Morena.
– ¿Testaruda?
– Si testaruda. Así son los viejos. Cuando el tiempo los acaricia demasiado se vuelven como los gatos, ronronean con el viento y se sienten parte de la tierra, como si quisieran volverse flores marchitas y desaparecer.
No dije nada. Quería digerir cada palabra que salía de la boca de aquella mujer, que no desviaba su mirada del río.
– ¿Te gusta la poesía hijo mío?
– Bueno quizás. Sólo que no soy muy amante de la lectura que digamos.
La mujer volvió a reír y esta vez la Morena se le unió.
– Ese es precisamente tu problema jovencito. No conoces la verdadera poesía. Esa que escriben las estrellas en el oscuro cielo de la noche o el sol cada mañana en el pétalo de las rosas. Es la voz interna. La sabía que corre por estas raíces, y el amor de la naturaleza para cada uno de sus hijos que a diario descansan sus cuerpos en el petate o en el sácate.
Ahora mismo los loros y las guacamayas componen una sinfonía con el viejo río y el viento les acentúa el espectáculo. ¿Sabes porque los Mayas consideran a la Ceiba su Árbol Sagrado, su Árbol de la Vida?
Negué con la cabeza.
– Inframundo, tierra y cielo. Sus raíces son tan profundas como para tocar el centro de la tierra; el mundo de los muertos, su tronco se posa en la tierra; el mundo de los vivos y sus ramas sostienen el cielo; el mundo de los Dioses. Creo que nosotros los mayos y yoremes pensamos lo mismo, sólo que este Viejo Guardián lleva aquí desde hace varios soles. Le ha dado sombra a muchos de nuestros ancestros y miles de encuentros se han dado cita aquí mismo, donde tú y yo platicamos en este instante.
Volvió a reinar el silencio. La Morena se había sentado a un costado de la mujer, y mientras ésta hablaba, ella cepillaba su largo cabello plateado.
– No quedan muchos mexicas como tú. Los súbditos de Huitzilopochtli se perdieron en el tiempo. Dicen que los viejos Guerreros Águilas y Jaguares, cuando se vieron perdidos ante la llegada de los yoris o teules, como ellos llamaban a los invasores del más allá, no tuvieron más remedio que flechar al sol para que los hiciera sangrar y las gotas de su herencia se regara por el viejo Valle de México en las ruinas del Templo Mayor. Estaba por terminar su existencia. Son pocos los que hoy en día caminan por la tierra como tú.
– Pero yo no soy…
– Ese es otro de tus graves problemas jovencito. Te resistes a ver tu pasado reflejado en tu futuro y no dejas que la sangre de esos viejos guerreros vuelva a resurgir en una nueva generación. Por eso tu alma está empapada. Los teules te han salpicado con su inmundicia, y tú tienes que bañarte. Purificarte, porque eres un guerrero de la luz, y no puedes darte el lujo de dejarte vencer por un simple encantamiento que sólo te confunde la mirada interior, y te llena el alma del musgo de Mictlán. Hediondo y estorboso.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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