Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

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 El Coronel llegó tan puntual como siempre. Había pasado una de esas noches malas y el encierro ya empezaba a deteriorar mi imagen, o por lo menos eso me hizo creer el Coronel cuando me dijo que me veía muy desmejorado.

– ¿Y cómo quiere que este? Sigo encerrado y no veo para cuando salir.

– Ten paciencia. Ya trabajamos en eso.

– En verdad eso espero Coronel, porque eso de hacerle al traficante no crea que me agrada mucho.

– No puedes quejarte, vives apartado, además tienes dinero. Créemelo, aunque no lo parezca lo haces por una buena causa. Afuera las cosas no están tan bien. 

Las cosas no están tan bien. Pinche Coronel. Que duerma una noche aquí el cabrón y entonces va a saber que vive en la gloria.

Creo que notó mi molestia porque nos quedamos en silencio. Entonces sacó la mercancía, era una bolsa mucho más grande que las anteriores, que obviamente me sería más difícil ocultar.

– Mi Coronel las cosas por aquí son cada vez más difíciles, y con esa bolsita peor.

– Ya se te ocurrirá algo Calavera…

– No si de ocurrírseme si se me ocurre. La cosa es que va a tener que usar sus contactos, porque aquí el comandante de los custodios ya me trae. La última vez estuvo a punto de descubrir la droga, pero lo peor es que sabe sobre la supuesta fuga –esperaba una reacción del Coronel, pero en lo personal no me convenció. Pinche Coronel nomás se hace el interesante.

– ¿Cómo lo supo?

– Es lo que me gustaría saber, el bato quiso torturarme para sacarme la sopa…

– ¿Y qué le dijiste?

– Ni madres ¿Qué le voy a decir si yo no sé nada?

El Coronel se me quedo mirando, como diciendo y este que dijo, ya con eso le voy a revelar los planes. Pero nomás se me quedo mirando y no dijo ni pío.

– Eso es bueno, por eso es importante que no sepas mucho de la operación.

¿Y qué más me tienes?

– Ahí van avanzando las cosas, espero tenerle noticias concretas la próxima vez.

El Coronel sonrió. No si de acá para allá también están buenos los chingadazos, que dijo el Coronel: este cabrón ahorita me va a soltar toda la sopa, pues ni madres. Lo malo es que en parte me tenía que rascar con mis propias uñas como siempre.

– Necesitamos que hagas contacto de inmediato con el tal Paulino Zataraín.

– Estoy en eso. Como ya le dije he cruzado un par de palabras con él, nada de importancia. Espero pronto ganarme su confianza –tenía que soltarle algo, conociendo al Coronel, si no lo hacía, capaz que al rato ni el celular me contesta el muy cabrón. 

– Bueno ¿Y qué quieres que haga por tí ahora?

– Quíteme de encima al Comandante de los custodios. No se con quien tenga que hablar, pero quiero que uno de los guardias llamado Ocampo me escolte a discreción hasta la carraca, y por supuesto que usted pague la propina.

– Eres canijo Calavera –el Coronel sonrió, tomó su celular y rugió sus órdenes a su interlocutor.

– Y cuidado con que pase algo porque nos truena el cohete a todos juntos –fue la última advertencia que le hizo a quien le llamaba por teléfono.

– Discúlpame si esto va lento Calavera, pero así son las cosas, y si no me tienes informes pronto la operación se puede caer.

No si para amenazar están buenos los canijos.

El Coronel se fue como si nada.

Ocampo me estaba esperando por ahí con una cara de felicidad que no podía con ella. Estuvo vigilando a cierta distancia hasta que llegue a la carraca, al menos hasta ahí no hubo contratiempo alguno.

Pasaron un par de horas y la verdad no podía creer que todo estuviera tranquilo.

Poco después llegó el Kelo.

– ¿Qué paso patrón? ¿Qué va a querer que le haga de comer hoy?

– La verdad estoy un poco enfadado de estar encerrado. He oído hablar sobre un comedor que hay aquí en la prisión en el área de visitantes. Me gustaría ir.

– Pero patrón…

– No hay pero que valga, estoy harto de este encierro, quiero ver gente o me voy a volver loco.

El Kelo temía un ataque de mis enemigos, pero por alguna razón me sentía tan bien que eso no me preocupaba en lo absoluto.

Antes había escuchado el refrán de que en la cama y en la cárcel conoces a los amigos, y bueno creo que en el Kelo había encontrado a uno.  A pesar del temor que sentía no se me separaba, incluso antes de salir de la carraca me mostró una punta filosa.

– Quiero que tenga esto patrón.

– ¿Qué es eso?

– Una punta, yo mismo la hice. Aquí las cosas se están poniendo muy feas. No quiero decir que porque usted haya llegado, pero en tan poco tiempo ha conseguido enemigos muy poderosos aquí en “el Vecindario”.

Me entregó un viejo desarmador oxidado, afilado como picahielos. El mango estaba forrado con un pedazo de tela deshilachada.

– Bueno con esto si no se mueren de la cortada, si de la infección –traté de calmar los ánimos del Kelo –pero dime amigo mío ¿Qué es lo que has escuchado por ahí? –creo que la simple palabra amigo lo reconfortó mucho, y lo hizo sentir más confianza hacía mí.

– Mire patrón, el Comandante Cervantes es el que maneja la entrada de droga al “Vecindario”. Hay un arreglo con don Paulino, él se encarga de las cocinas, pero el tráfico exterior lo controlan los custodios y el Pacman.

– ¿Y eso que tiene que ver conmigo?

– Quiere que le hable como amigo y eso hago patrón. No nos hagamos pendejos usted está metiendo droga de afuera, eso ha molestado a mucha gente y la tensión esta creciendo en toda la Peni –quise hacerme el disimulado, pero eso no funcionó –. No soy nadie para decirle esto jefe, pero tenga mucho cuidado, porque si las cosas empeoran usted puede servir de chivo expiatorio. No confíe mucho en los maizerones de don Paulino –al decir esto el Kelo trató de bajar aún más la voz.

Me quedé callado por un momento. No pasa nada mi Kelo, se cuidarme sólo y de verdad aprecio tus consejos. Hay cosas que uno tiene que hacer porque no le queda otra salida. Le dije lo que sentía, lo que tenía guardado en el pecho, lo que me estaba matando y ahogando en medio de este miserable lugar, repleto de miradas. De almas hacinadas en la propia porquería de un sistema que las había atrapado.

Fue cuando pise el área de visitas cuando tome más conciencia de donde me encontraba. El comedor estaba repleto, entre reos con sus ropas color beige y las visitas.

Éramos ya muy pocos los que podíamos portar ropas normales, era una nueva regla que pronto sería obligatoria para todos, por lo menos en las áreas comunes. De hecho el Kelo me lo había advertido antes de acompañarme al comedor.

– Ya es obligatorio para todos vestir de color beige en las áreas comunes.

Así que me arregle como pude para evitar problemas. Los primeros que me salieron al paso entre varias miradas hostiles fueron los hermanos, Crescencio y mi tocayo. Estaban en una mesa grande con otros reos vestidos de beige y visitantes.

– Hermano pasa siéntate aquí con nosotros. Tu amigo también puede venir.   

Se respiraba un ambiente de cierta tranquilidad en ese sitio. Entre el murmullo y el juego de los niños se escuchaba a un reo cantando canciones gruperas.

Era un tipo flaco de cabello grasoso y largo, ojos pequeños y voz ronca que se paseaba entre las mesas cantando con su guitarra. Ambientando con su buen humor y sus bromas.

– Muchas gracias público. Gitano Jiménez les agradece su atención. Ahí con lo que gusten cooperar –se quitó su sombrero tejano mugroso y empezó a recolectar las limosnas de familiares e internos. De pronto se paró frente a mí con una sonrisota desdentada -¿Javier Calavera?

– ¿Quién quiere saber?

– Gitano Jiménez para servirle. Un amigo mutuo quiere saludarlo –y me señaló a una de las mesas del final  del comedor, donde estaba sentado ni más ni menos que mi viejo amigo el Nagual, quien al verme hizo una reverencia que me enchinó la piel.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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