Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

23

– ¡No se vayan a pasar de lanza con mi pareja¡ -el grito de Moncayo fue lo último que escuche antes de que el gorila me acomodara un puñetazo que me tendió en la lona.

También de reojo lo mire acompañado de Mata los dos apuntándole a los municipales a Galindo y a su compañero, que quien sabe de donde salieron o como se enteraron de lo que estaba sucediendo.

Luego como que llegaron más unidades y hasta federales a lo mejor enviados por el Coronel pero ya no supe más.

Cuando recupere el sentido tenía encima al Gordo Colorado pegándome en las costillas con la culata de una escopeta.

– ¿A dónde chingados se fueron tus cómplices?

– ¿Tú porque me preguntas si eres un pinche cuico nada más? –le contesté con las pocas fuerzas que me quedaban, y su respuesta me hizo terminar en el piso de la celda de la delegación.

No supe porque me habían llevado ahí primero, y no a la oficina de Asuntos Internos donde finalmente termine.

– ¡¿Quién se llevo al cabrón que venía con Calavera?¡ -escuché un grito que parecía ser de un agente de Asuntos Internos. Tampoco me podía explicar que hacía gente de A. I. en una oficina de la policía municipal.

Me alentó un poco no escuchar respuesta. Por lo menos esta gente no tenía a Esteban Blanco.

Anomalía tras anomalía.

De pronto de la nada apareció de nuevo el gorila de Asuntos Infiernos como le digo yo a ese maldito departamento.

– ¿Quién era el que venía acompañándote?   

Lo mire ya todo vapuleado por los golpes y sólo sonreí meneando la cabeza. Me atizo un cachetadón que volví a besar el suelo.

– Hay que trasladarlo a la oficina, la gente del Procurador ya está preguntando por él.

Alguien dio la instrucción y sentí que volvía a la vida.

Pero en el camino a las oficinas de Asuntos Internos no cambio mucho mi suerte. Cómo andaba todo golpeado no podía distinguir muy bien quien me acompañaba. Sólo los escuchaba preguntarme una y otra vez por mis cómplices.

– ¡Ahorita vas a ver si no hablas mendigo¡ 

Sabía que esa frase era el aviso de algo peor y así fue. Estuve a punto de perder el conocimiento cuando me pusieron la bolsa de plástico en la cabeza y cuando intenté jalar el poco aire que me quedaba me dieron un golpe en la pura boca del estómago.

– No se que quieren que les diga –les respondí cuando pude medio reponerme.

– Lo que son las cosas me querías chingar y mira ahora donde vienes –entonces supe que el gordo Colorado venía en la misma patrulla. Era la Policía Municipal la encargada de trasladarme, seguida de un convoy bastante grande a juzgar por el ruido de sirenas y estrobos que se escuchaba.

– Antes de bajarlo póngale un trapo o algo en la cara a este cabrón o la prensa se va a dar cuenta que anda todo madreado –supe entonces que habíamos llegado a Asuntos Internos, y después de que me pusieron una sudadera húmeda de sudor ajeno y maloliente con la que menos pude ver nada.

Debimos atravesar una nube de reporteros. Todos tratando de conseguir imagen del policía asesino y unas palabras de mis captores. No obtuvieron mucho.

– ¡Ya estuvo bueno¡ Los municipales no tienen nada que hacer aquí. Tráete a Calavera y que se vayan a la chingada –reconocí la voz de Galindo. Después de eso me metieron en la oficinita que tenían adaptada como una celda.

– ¿Estas bien pareja? –también fue Galindo el primero en hablar conmigo en Asuntos Internos.

– Esos infelices mataron al periodista –balbucee.

– ¿Quiénes?

– No lo sé. No los alcance a ver. Les disparé. Con suerte y uno de ellos esta herido.

– Ya los están buscando, pero para ti las cosas no se ven muy bien. Dicen que alguien venía contigo ¿Quién era?

– ¿No lo tienen ustedes?

– No sé cómo, pero llegaron hasta las Fuerzas Especiales del Ejército y se hizo un verdadero desmadre.

– Tú sabes que me quieren perjudicar Galindo, trabajas con ellos. No tengo nada que ver con la muerte del periodista.  

– ¿Entonces que hacías en el lugar donde lo ejecutaron?

– Perdóname pero no tengo confianza para hablar contigo.

– Como quieras, pero no tarda en venir un licenciado a tomarte la declaración. El Procurador quiere que se resuelva esto rápido.

Estaba todo adolorido, pero al menos ya tenía un buen rato sin recibir golpes. Aún permanecía esposado y sentado en una banca de acero inoxidable de la fría celdita.

Me pasaban mil cosas por la cabeza. Esperaba que a Moncayo o a Valeria, que seguramente ya estaba enterada de todo, se les ocurriera llamar a mi abogado.

Galindo entendió mi postura o al menos eso parecía y me volvió a dejar sólo.

Pero antes aproveche para decirle un par de cosas: la primera que no estaba dispuesto a decir nada sin la presencia de mi abogado, y la segunda que no importaba que el gorila de su compañero volviera a ponerme las manos encima.

Me creyó. Tanto como para que los licenciados de la oficina retrasaran sus planes de tomar mi declaración.

Fue entonces cuando apareció el Gordo Ruelas.

– Si de verdad quieres ayudarme permíteme hablarle a mi abogado.

– Estas bien fregado Calavera. El Licenciado –se refirió al Procurador, no a mi abogado –no tarda en llegar, viene desde Mexicali pero ya esta al tanto de todo. Me adelante porque tenía el día libre y porque no es secreto para nadie que nos une una amistad de años.

– Por esa amistad debes creerme Gordo: me quieren incriminar, y si no le hablo a mi abogado lo van a hacer. Ambos sabemos como se las gastan aquí.

– Es que ahora si te excediste parejita.

– ¿Crees que asesine al periodista? Tú y el Licenciado me conocen muy bien, podré ser todo lo que quieran, pero no soy un pendejo. Nunca mataría a un periodista para echarme la soga al cuello.

– Es que tienen muchas pruebas en contra tuya. Te agarraron en el lugar de los hechos, todo mundo sabía que Donoso te traía en jaque y para acabarla de fregar la última llamada que recibió fue de un celular que tu tenías en tu poder cuando te agarraron. Y mira que si saben que te digo esto hasta la chamba me anda costando.

Y puesta la película de ese modo sí que estaba en problemas, pensé cuando el Gordo Ruelas me soltó la sopa.

– No es lo que parece Gordo, en serio.

– ¿Entonces qué es?

– Te mandaron a sacarme la sopa ¿verdad?

– Calavera por favor me ofendes.

– Gordo confía en mí. Lo que te puedo decir es que no fui ahí para asesinar al periodista sino para detenerlo, por la violación de una jovencita y el secuestro de una amiga. No te puedo decir más.

– Ya ni la chingas Calavera ¿quién te va a creer ese cuento? ¿Y por eso le llamaste por celular? ¿Para decirle se de tus delitos y quiero detenerte?

– Ya sé que suena medio ilógico, pero yo traía un detenido, cómplice del periodista. Él fue quien le hizo la llamada de su celular. De lo único que soy culpable fue de tenderle una trampa al reportero, pero para detenerlo no para matarlo.

El Gordo se resistía a creer mi historia. Se rascaba una y otra vez el escaso cabello güero que aún le quedaba en la cabeza.

– De cualquier modo es tu derecho tener una abogado. Voy a ver que puedo hacer para este cuanto antes aquí.

El Gordo Ruelas no se fue muy convencido de mi historia, pero a fin de cuentas pude llamar a licenciado de la O, que como me lo imaginaba estaba enterado de todo intentando entrar a las oficinas de Asuntos Internos en medio de todo el alboroto que se había formado.

Minutos más tarde ya estaba platicando con él.

– Hay Calavera y ahora en que problema te metiste.

– No me digas que le vas a sacar mi lic. – le dije todavía adolorido y atolondrado por todos los madrazos que había recibido en las últimas horas y por los que apenas podía abrir los ojos.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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