Segunda Habitación

Segunda Habitación

Fragmento de “La Fábrica de Mictlantecutli”

Por Jaguar X (Tadeo Vera)

Revista Dictamen BC –Editorial Edhalca

En este gran salón había una enorme mesa ya lista con un enorme banquete. Mi anfitriona señaló con la mano para que me sentara. Tomé una de las sillas y la recorrí hacia atrás como un gesto de caballerosidad para que ella se sentara primero. Ella volvió a sonreír y se sentó. Ya estando los dos sentados en la mesa, ella me invitó a servirme lo que yo quisiera. Había muchos tipos de carnes, desde puerco, pollo, res, conejo etc. Se veía que eran carnes muy finas y que se encontraban cuidadosamente preparadas. Sin embargo yo tenía apenas un mes que había decidido no comer ningún tipo de carne y aun cuando se me antojaba comer algo de lo allí servido, decidí servirme de aquellos platillos que no contenían carne de ningún tipo. También rechacé cualquier bebida alcohólica, en su lugar me serví jugos de frutas.

No me di cuenta en que momento la mesa se llenó de comensales. También había sirvientes, ellos lucían harapientos, eran muy delgados y se veían hambrientos. Los comensales comían con avidez, mientras que mi hermosa anfitriona comía discretamente. Los comensales se servían de todos los platillos cosa que me pareció excesivo. Se servían una y otra vez, también vino y cerveza y cada vez comían con mayor desesperación. Uno de ellos casi ensarta mi mano con su tenedor. Era tanta su desesperación por comer que tiraban algunos alimentos al suelo los cuales eran tomados por los sirvientes para saciar su hambre. La comida parecía no terminarse nunca pues los sirvientes seguían acercando más platillos a la mesa.

Miré a mi anfitriona ella señaló con su dedo hacia el frente. Le dije que ya estaba satisfecho, que no necesitaba comer más. Cuando alcé la mirada a los comensales caí en cuenta que todos ellos ahora eran enormes cerdos con forma de hombre, aun vestidos con sus trajes elegantes. Sorprendido me paré abruptamente de la silla por acción refleja. Miré a mi anfitriona, se puso de pie y me tomó del brazo.

Vi como uno de los enormes cerdos tomaba a uno de los sirvientes y se lo metía a la boca con todo y sus harapos puestos. Algunos más atropellaban a los sirvientes por abalanzarse a la comida que los mismos sirvientes estaban acercando a la mesa.

Uno de los enormes cerdos tomó del brazo a mi anfitriona y sonrió con una sonrisa maliciosa. La dama ni siquiera se inmutó pero mi reacción volvió a ser instantánea mi mano se transformó en puño y con gran velocidad lo estrellé justo en su trompa de cerdo. El cerdo se fue de espaldas y antes que cualquier otra cosa sucediera tomé a mi hermosa anfitriona y salimos rápidamente de ese lugar. Yo le hacía miles de preguntas, pero ella no contestaba, se limitaba a sonreírme e incitarme a seguir caminando.

Subimos por una escalera y llegamos a un piso más arriba, desde allí había vista hacia aquel enorme salón de la mesa del banquete. Mi anfitriona con una seña me indicó que pusiera atención. A lo lejos se escuchaba como una jauría de perros ladrando, después me di cuenta de que eran hombres con uniformes tipo militar o policíaco gritando palabras que no lograba entender, ellos entraron por uno de los enormes pasillos que tenía esa hacienda. Gritaron algo a los enormes cerdos. Los cerdos levantaron las manos y los uniformados se lanzaron sobre ellos a golpearlos brutalmente con sus cachiporras. Algunos de los cerdos tomaban enormes huesos de su banquete y se los entregaban a los uniformados. Vi como un uniformado comenzaba a morder uno de los huesos y vi como de su piel comenzó a crecer pelo, la boca se le alargó hasta transformarse en hocico, las orejas le crecieron hasta colgarle y también le creció cola. Al verse trasformado en una especie de perro humano se echó a correr, a ocultarse en algún lugar de la casa. Recordé al que había visto rayando en el pasillo. También vi que él no era el único que se transformaba, de hecho, me sorprendió que la mayoría de los uniformados sufriera esta transformación. Los pocos que no aceptaron hueso conservaron su forma humana esposaron a los cerdos más pequeños y se los llevaron con ellos dejando a los cerdos más grandes seguir con su banquete.

Mi anfitriona me tomó de la mano y desde una distancia prudente comenzamos a seguir a los uniformados que se retiraban con los cerdos pequeños apresados. Los cerditos gruñían y chillaban mientras intentaban liberarse de las cadenas, pero sus esfuerzos eran completamente inútiles.

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