Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
1
Al caer la noche las historias son diferentes a las que se viven durante el día, cuando todo mundo va a trabajar bien arregladito a sus oficinas. Es como si las estrellas y la luna ejercieran una influencia en los noctámbulos, esos que salimos a caminar de noche, nada más por puritito gusto.
Leí una vez que la posición de la luna influía directamente en la marea e incluso en las cosechas. Imagino que algo similar ocurre con nosotros los noctámbulos, que gustamos de la vida nocturna y sus encantos.
Pero yo soy más como el jaguar, me adapto al día y la noche por igual, aunque eso debe ser por mi oficio de policía.
Pero sería falso no reconocer que las calles iluminadas por la luz amarillenta de los faroles ejercen una atracción en mí. Y ni que decir de la oscuridad de los tugurios iluminados con luces de neón y la música a todo volumen.
Esa noche estaba acababa de hojear los periódicos, y estaba por quedarme dormido cuando una nota de Isidro Donoso, donde me acusaba de padrote y no sé cuántas cosas más, me espantó el sueño.
Pinche reportero nada más quiere lana, pensé justo cuando sonó mi celular.
Dude en contestar cuando miré el identificador. No era ningún número conocido o de la comandancia. Contesté.
– Calavera la Morena desapareció –de volada identifiqué la voz de la la Duquesa, una de las bailarinas
del Zafari’s.
– Ha de andar por ahí de cabrona como siempre.
– No. Ya lleva tres días y nadie sabe nada de ella –respondió –. Ándale Calavera no seas cabrón y ven.
Más que la desaparición de la Morena me movió la curiosidad. Moncayo me había dicho que el otro día había llegado una bailarina brasileña muy guapa. –Dese una vuelta jefe. Le va a gustar. La brasileña está como se la recetó el doctor.
Sabía que la Morena debía andar por ahí con alguno de sus galanes, pero la Duquesa me dio un buen pretexto para aparecerme por el Zafari’s y echarle un vistazo a famosa la brasileña y sus curvas contoneándose en la pista.
Pero esa noche Miztli la Diosa de la Oscuridad estaba aferrada a joderme, porque lo primero que vi cuando llegue al Zafari’s fue a Isidro Donoso. Estaba en una de las mesas del rincón sentado con una enclenque bailarina medio desnuda, que se le había enredado al cuello.
El reportero me miró y cínicamente me hizo señas sólo para que volteara a verlo.
Se me subió la sangre al cerebelo y me dieron unas ganas de partirle su madre a cachazo limpio, pero mi compa el Negro, uno de los meseros, como que me adivino el pensamiento y me detuvo:
– Tú mesa ya esta lista Calavera no le hagas caso a ese cabrón.
El Negro me dijo que todos habían leído lo que Donoso había escrito en el periódico, y que por eso
el dueño le había invitado una botella y hasta le envió a la escuálida mujer que estaba sentada
a su lado.
Me encabrone más.
– No lo hubiera hecho –le dije al Negro que permanecía parado junto a la mesa como si estuviera tomando la orden –eso precisamente es lo que estaba buscando, ahora no se lo va a quitar de encima.
– Pues si, pero ya vez como es el patrón, luego luego se paniquea. Según él en la tarde estuvieron unos tipos preguntando por ti, dice que parecían policías pero medio raros.
– ¡A caray¡ pues eso si esta medio raro ¿Ahí está en la oficina?
– No salió hace rato. Como que las cosas se le juntaron, porque también anda preocupado por lo de la Morena.
– ¿Y la Duquesa?
– Por ahí anda.
– Dile que estoy aquí. Oye, por cierto ¿Llegó una brasileña? –enseguida el Negro sonrió.
– Pues eso dice. Se llama Lizy o por lo menos así se puso. Al rato te la presento.
Le pedí que me trajera un whisky con soda y se retiró.
Minutos más tarde llegó la Duquesa. Vestía un traje ceñido color verde esmeralda que mostraba que a sus cuarenta y tantos todavía era una mujer atractiva.
El Negro se acercó y ella le pidió que le trajera lo de siempre.
– Estoy preocupada por la Morena.
Antes de decirle lo que pensaba le di un sorbo a la bebida que me acababa de traer el mesero.
– No es la primera vieja que se te va –La variedad había comenzado y el volumen de la música retumbaba las paredes y los oídos, por eso tuve que subir el tono de mi voz, y me acerque a la Duquesa para que pudiera oírme.
– Pero es que esto está medio raro.
– A cada rato tus viejas se regresan a sus pueblos o se pasan al Otro Lado. Nunca sabes qué fin tuvieron ¿Por qué te preocupa tanto la Morena? ¿No será que te gusta la morrita?
Sus labios enrojecidos por el lápiz labial se extendieron de cachete a cachete, y junto con un repentino rubor en sus mejillas la delataron y no quiso ahondar en ese detalle.
– No es eso. Es que el otro día la vi muy extraña. Me dijo que traía un problema, pero no me quiso dar detalles, y eso me dejo preocupada –la Duquesa hizo una pausa para pedirle al Negro que le encendiera un cigarro que recién se puso en los labios cuando lo vio llegar con su bebida.
– Además el otro día vino un tipo que nunca antes había visto por aquí. En cuanto la Morena lo miró le cambió el rostro. Su rutina estuvo pésima. Se sentó en su mesa, él hablaba fuerte y ella todo el tiempo con el rostro hacia el suelo escuchándolo. Un par de horas después me pidió permiso para retirarse alegando que tenía que arreglar un asunto personal. “No te preocupes” me dijo, “nada que no pueda resolver, pero necesito que me des la noche libre” y se retiró con el fulano ese; un marrano, con corte militar, buena ropa y facha de emigrado. Al día siguiente regresó y no me quiso contar nada.
Terminó la variedad y el sonido de la música aminoró un poco.
Antes de que pudiera reaccionar Isidro Donoso estaba parado frente a nuestra mesa, tambaleándose con los ojos inyectados, y tratando de afinar sus ideas.
– Si tú y el gachupín ese piensan que con una mendiga botella y una piruja van a parar la bronca están muy equivocados. Mañana paso por la comandancia y nos arreglamos, sino voy a sacar otros detallitos que tengo guardados…
– A ver hijo de la chingada, a mí no me amenaces –en cuanto me levanté la Duquesa se puso en medio evitando que me fuera sobre Donoso, que se tambaleaba de borracho y apenas podía mantenerse en pie.
El Negro se acercó de inmediato y junto con uno de los guardias de seguridad lo obligaron a que saliera del lugar.
– Sí. Ya me voy –dijo manoteando para que no lo agarraran. Me apuntó con el dedo y como que quiso decir algo más, pero no pudo siquiera mantenerse en pie. Lo sacaron casi a rastras y le pidieron a uno de los taxistas de confianza que lo llevaran a su casa.
Continuará, siguiente capítulo el próximo domingo.
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