Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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– Vaya si que debes ser un hechicero. Justo estaba pensando en que necesito un poco de ayuda de los espíritus en estos momentos. Suena el celular y eres tú.

– Han sido los Dioses quienes me han pedido que te marque. Estuve antes esperando tu llamada, pero veo que has tenido problemas –Santi tuvo que contener la risa al escucharme.  

– Algo hay de eso. No puedo explicar mucho por aquí.

– Se que tus enemigos te acechan. Me lo han dicho los Dioses. También me han dicho que ocupas una buena limpia, un talismán de protección y un hechizo para contraatacar a quienes te persiguen.

– Ahora más que nunca hechicero.

– Necesitamos vernos ahora. No puede ser otro día –el Capi Colorado guardó silencio por unos momentos. Me parecía tan increíble lo que estaba diciendo y de verdad esperaba que este estúpido gordo no sospechara nada.

– No sé hechicero, tengo un poco de problemas para salir ahora.

– Es tu decisión. Mi obligación es advertirte que una fuerte maldición ha caído sobre ti. Si no deshacemos el trabajito que te hicieron, las cosas se van a poner peor para ti y tu familia.

Un estremecimiento me recorrió cuando miré el resultado de mis palabras en el rostro de Santi que seguía de cerca la conversación frente a mí.

En el teléfono no fue menos. Todo estaba en silencio y me di el lujo de cortar la llamada instantes después de que termine la frase letal.

Pinches embrujos. Realmente no sé porque colgué el teléfono. Santi estaba tan impresionado que no alcanzó a decir nada. Presiento que no le había gustado nada que hubiese cortado la comunicación, pero cuando quiso reaccionar el timbre del celular repiqueteo y lo interrumpió.

– No hay porque ponerse pesado hechicero ¿Porqué me cuelgas el teléfono?

– No soy un mercader amigo policía. Ni tampoco pretendo rogarte. Te he dado el presagio que me mandó la Santa Muerte por medio del sueño. Como he dicho ya todo queda en tus manos. No me gusta perder mi tiempo.

– Bueno y que no puedes enviarme protección desde ahí.

– Si se tratara de cualquier cosa no habría inconveniente, pero el tuyo es un trabajo muy potente, tienes enemigos poderosos que conocen de estas artes…

– ¿Y qué propones hechicero?

– Primero que tengas a la mano mil 500 dólares, porque estamos hablando de un trabajo muy complicado…

– Ya salió el peine, tenía que tratarse de dinero.

– Mira amigo policía, si quieres mejor aquí le paramos…

– Tranquilo hechicero. Nomás decía. Te advierto que no me gustan los embusteros, y hasta ahora no he conocido alguno que pare las balas.

– Regularmente este tipo de trabajo los hago a domicilio, pero en tu caso no es muy conveniente. Hay una tienda botánica en el centro. Es de una colega. Está perfecta para realizar el trabajo te espero ahí a las siete de la noche en punto, ni un minuto más tarde. Es importante –antes de colgar le di los pormenores de la dirección de la tienda.

– Hasta yo te creí eso de que eres brujo.

– Hechicero mi estimado. Me gusta más ese término.

Soltó la carcajada.

– Dile a tus hombres que me lleven al parque donde me encontraron, apenas tengo tiempo para prepararme.

– ¿Prepararte? Vamos a esperar que el cerdo asome las narices y listo…

– No. Nada de disturbios en la tienda. Me vas a dejar hacer lo que tengo que hacer y cuando el tipo salga de la tienda lo levantas. Estoy seguro que te va a ser de mucha utilidad antes de morir –me sabía dueño de la situación.

– Ahora resulta que pones tus condiciones.

– No sé. Sólo te advierto que no te conviene hacer que un hechicero rompa su palabra, las cosas se pueden revertir.

– A mi no me salgas con esas mamadas…

Como cuchillos y rayos de fuego mis ojos atravesaron la conciencia y la bravura de Santiago, que se envolvió de nuevo en el silencio, mientras le advertía con voz firme que la palabra de un hechicero no se puede romper, y que las cosas se tenían que hacer tal como le decía o los resultados podían revertirse.

– No sé qué mosca te picó. De verdad espero que esto no sea una pinche trampa como la que me quisieron poner tus amiguitos los soldaditos.

– No tengo más que mi palabra. Puedes mandarme vigilar todo lo que quieras a riesgo de que el cerdo se de cuenta y nunca llegue, o puedes dejarme hacer las cosas y lo tendrás en tus manos antes de las ocho de la noche.

Prometí también regresar en cuanto tuvieran cautivo al gordo Colorado –quiero verlo antes de que lo maten.

– No le vayas a hacer una protección, y nomás nos cebes la oportunidad…

– No te preocupes por eso. Simplemente voy a pedir justicia como consecuencia de sus actos. Puedes estar seguro que así será.

Ni yo me creía lo que estaba sucediendo. Pinche hechicería. De verdad parecía un pinche brujo apunto de realizar un encantamiento, y todo mundo me la creía.

La actitud amenazante de Santi se había desvanecido por completo, pero antes de dejarme ir me preguntó por Lucas Malacón.

– ¿Tú dijiste que ya era historia?  

– Pronto lo sabrás.

– Eso le va a dar mucho gusto al patrón.

– Tengo la sensación de que ya lo sabe.

Dentro de mi cabeza se venían gestando una serie de ideas que me venían de quien sabe donde.

El auto estaba justo donde lo dejé, a unas cuadras del parque. Como no tenía mucho tiempo lo dejé en un estacionamiento ubicado muy cerca de la tienda botánica.

Ya no me so sorprendía en absoluto con situaciones extrañas. Esa tarde, Evodio me atendió en ausencia de Yhajaira. Me comentó que estaba todo listo para que utilizara un salón destinado para sesiones especiales.

– La madame me comentó que iba a venir. Que se sintiera usted como en su casa maestro. Incluso me pidió que le preparara el consultorio principal y ya está listo. Creo que ella no tarda en llegar.

En cuanto uno entraba al famoso consultorio principal se respiraba una tranquilidad absoluta. Había como tres fuentes, una de ellas, la más grande estaba al centro y tenía forma de pirámide. 

– ¿Cuánto tiempo tienes trabajando aquí Evodio?

– Muchos años –contestó esbozando una sonrisa de satisfacción en su delgado rostro, repleto de cicatrices por una viruela que seguramente tuvo cuando niño.

– Entonces tú me vas a poder ayudar a falta de la madame.

– Claro que si maestro ¿Qué necesita?

– Mucha suerte. ¿Tienes alguna clase de maquillaje?

– ¿Qué tipo de maquillaje?

– Para pintarme la cara como un jaguar –se que la idea sonaba loca, pero de alguna manera tenía que asegurarme no ser reconocido.

– No tenemos aquí, pero ahorita se lo consigo en el mercadito que está enseguida ¿Ocupa algo más?

– Si, un ahumador, no sé si tienes algún copal, esencias, ramas de pirul y albahaca…

– ¿Puedo preguntarle que pretende?

– Justicia. El tipo que viene es un desalmado. El cree que lo voy a proteger contra los malos espíritus, pero la verdad es que quiero que reciba una lección, que su mismo karma sea el que se lo trague.

– ¿A qué hora viene?

– En punto de las siete de la noche.

– ¿Usted escogió la hora?

– Sí. Una corazonada.

– Muy buena por cierto. El siete es el número del hombre. La justicia del hombre la que se encargará de esta persona, no necesariamente la judicial. Bueno tenemos tiempo para que le enseñe un par de cosas. Siga sus corazonadas y ambiente el lugar como mejor le parezca. Regreso en un momento con su maquillaje y todo lo que vamos a necesitar.  

Tenía poco más de dos horas para prepararme, así que me puse a revisar el consultorio y con algunos cambios y luz más tenue conseguí la atmósfera que deseaba.

– Creo que tengo una idea de lo que quieres conseguir aquí –estaba en el decorado del consultorio cuando llegó Yhajaira –déjame ayudarte mi buen Horacio.

La madame tenía guardados un par de detalles. Creo que al concluir con los arreglos hasta se me enchinó la piel nomás de ver cómo quedó el famoso consultorio.                                                       

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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