Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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Así que al borde de la muerte se me ocurrió decir que era Horacio el hechicero. Pinche suerte. No me quedó muy claro como fue que llegue hasta ese hospital privado. De alguna manera el Nagual y sus místicos cómplices pudieron sacarme de las garras del demonio. Si del demonio mismo, porque primero los sicarios que organizaron el ataque, luego los militares y policías que llegaron para apoyar, eso sin contar con los del ministerio público que seguramente iban a hacerme declarar.

Según el Nagual nadie sabía que estaba en ese hospital.

– El Coronel. Le tengo que avisar al Coronel.

– Hermano no es muy conveniente que hables con nadie ahorita…

– Pero…

– Mira si alguien te encuentra vas a meter en muchos problemas a Alicia.

– ¿Quién es Alicia?

– La socorrista que te encontró.

– ¿Y que sabe ella de mi?

– Que eres mi amigo Horacio el hechicero.

– ¿No hizo más preguntas?

– No.

Poco a poco me fue cayendo el veinte de que en realidad si me habían desafanado de un broncón. También llegaban a mi mente recuerdos borrosos conforme el Nagual me contaba lo que había sucedido. Y es que a mí no me encontraron precisamente en el lugar de los hechos. De alguna manera logre deslizarme casi un kilómetro por una brecha de terracería en medio de un cerro que estaba por el camino donde nos emboscaron.

Creo que mi instinto de conservación me dio fuerzas para esconderme de todo mundo, y también para llamar la atención de Alicia que escuchó ruidos a lo lejos y decidió inspeccionar el terreno.

Tenía varias contusiones en la cabeza producto del impacto cuando la camioneta de los agresores embistió la nuestra. También varios rozones de bala en el cuerpo y sobre todo uno que hacía que me doliera la frente como si se me quebrara a pedazos.

Después de que me encontró y que le dije semiinconsciente que era amigo del Nagual, Alicia se las ingenió para conseguirme una ambulancia aparte, burlar todo el cerco policíaco y trasladarme hasta este hospital donde no hicieron muchas preguntas.

A la socorrista le fue fácil, en medio de todo el desconcierto que se vivió, y gracias a la presencia del SEMEFO, que estuvo más atareado, porque hubo bajas tanto de nuestro lado como del suyo.

– No quiero preocuparte ahora, pero creo que eres el único sobreviviente, según tengo entendido algunos estaban heridos de muerte, pero a estas alturas…

– ¿A estas alturas? –entonces me cercioré que también había perdido la noción del tiempo que estuve inconsciente, así que no era la única historia que me había perdido, porque horas más tarde del atentado se llevó a cabo la famosa reunión donde la lesbiana esperaba asesinarme, así que fueron días de mucha sangre.

– No te tocaba. De nueva cuenta puedes ver que estas protegido por los Maestros del Cosmos.

Decenas de muertos fueron los que resultaron de aquella dichosa reunión.

Era como si todo hubiera salido de un guión barato de una película apocalíptica, porque todos estaban muertos o por lo menos muchos de los personajes con los que había convivido últimamente.

Le pedí al Nagual que me consiguiera los periódicos de esos días, y eso fue lo que encontré.

Fotografías amarillistas con maleantes y policías vestidos de civil tirados por todos lados.

Las narraciones como siempre eran imprecisas, pero me daban una idea general de lo que había ocurrido esos días.

Algunos de los sobrevivientes se llevaron los cadáveres de sus cómplices de la escena del crimen. La guerra había estallado a lo grande.

Entre las fotografías que habían captado los reporteros gráficos que alcanzaron a llegar al lugar de los hechos reconocí a la lesbiana, algunos de los gorilas que acompañaban al Santi, y como a dos policías que trabajaban para el Capi Colorado. Ahora este último era prófugo de la justicia, y un miembro más en las filas de la golpeada organización de los Malacón. Algunos de los reporteros amantes de la nota roja se aventuraron a realizar reportajes de investigación al respecto y afirmaban que un primo de Lucas Malacón fue víctima de aquel “fuego cruzado que golpeo a las dos organizaciones criminales que operan en esta frontera”.

“Las ya deterioradas relaciones entre dos grupos criminales estallaron esta madrugada cuando supuestamente habían convocado a una reunión para firmar la pipa de la paz.

Ambos grupos solicitaron muestras de buena voluntad, y se dice que tendrían que entregar a ciertas personas para firmar la paz, y poner fin a la ola de secuestros y levantotes no autorizados en la frontera”, escribió un periodista.

“Pero la tregua nunca llegó. Las negociaciones subieron de tono y no se sabe quien abrió fuego primero. Según testigos de la zona, que se parapetaron en sus casas los disparos duraron una eternidad”.

“Las patrullas nunca llegaron, pero curiosamente se sospecha que entre los muertos hay policías en activo que también acudieron a la famosa reunión”.

Chingado me perdí la función. ¿Habrán sobrevivido el Santi y el Tito?

Pero había algo más entre las notas periodísticas que me llamaba la atención, porque algunos testigos le dijeron a los reporteros que después de la primera oleada de balazos llegaron refuerzos a rematar a los que quedaban.

“Llegaron más vehículos que le disparaban a todo lo que se moviera”, decía un testimonio en una de las notas.

En todo ese tiempo nunca aparecieron ni los municipales, ni los estatales, ni los federales, ni el ejército. Había algo que no me cuadraba.

Después de la balacera vino la reconstrucción de los hechos que realizaron los peritos de la Procuraduría. Aunque las versiones oficialistas trataron de ocultar a los periodistas un detalle muy importante, yo pude notarlo enseguida.

Los supuestos refuerzos que llegaron de diferentes partes no acudieron para apoyar a nadie sino para ejecutarlos a todos, del bando que fueran.

Era evidente para un investigador con años de experiencia que un tercer grupo intervino en esta masacre. Un tercer grupo cuya única intención fue borrar del mapa a todos los participantes. Un tercer grupo que había planeado fríamente su intervención, porque copó todas las entradas de manera estratégica para que no escapara ninguna personas de la ratonera que ellos mismos escogieron.

Definitivamente me había salvado de una muerte segura. Creo que pocos pudieron escapar, sólo aquellos que tuvieron la corazonada de salir en cuanto sonaron los primeros balazos o bien los que de plano no acudieron.

Sólo un aventurado columnista redactó un par de palabras muy perdidas entre una de sus opiniones de la posibilidad de un tercer grupo. No causó tanto impacto entre la opinión pública. Puedo asegurar que el mismo columnista sólo lo escribió para aderezar su comentario sin mayor afán, porque renglones después enterró la hipótesis entre mordaces críticas a la falta de seguridad y a la incapacidad de las instituciones por frenar las ejecuciones, los delitos de alto impacto y esta evidente guerra, que apenas comenzaba, entre dos bandos de criminales declarados enemigos después de las hostilidades de aquella madrugada.

Era hora de regresar. Por lo menos a enterarme de la verdad, porque aquí había gato encerrado, y una serie de traiciones que pudieron haberme llevado a la tumba.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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