Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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“No es necesario que trates de abrir los ojos. No estamos en ningún lugar que hayas conocido y ahora mismo te va a tragar la tierra Horacio, el Hechicero, vas a conocer Mictlán muy de cerca”. Era la voz de un hombre que apenas alcanzaba a escuchar a lo lejos.

“A lo mejor ya me llevo la chingada”, pensé porque los últimos recuerdos que tenía olían a pólvora y tronaban como cuernos de chivo por todos lados.

“Olor a muerte. El Señor de la Noche te trajo hasta aquí. Primero fue Javier Calavera, ahora le toca el turno a tu ridícula interpretación de un hechicero”.

– ¡Si tienes tantos huevos sal a donde pueda verte¡ -no se si en realidad podía gritar, ver o escuchar o simplemente todo era producto de mi imaginación y de la anestesia.

Mi voz se ahogaba como dentro de un vaso vacío, tapado con un pedazo de plástico atado con una liga. En medio de un sueño borroso y con un tipo que se carcajeaba.

– ¿Quién chingados eres? ¿Dónde estas?

“Yo soy sólo un servidor de las sombras. Un brujo de verdad que te persigue, por andar jugando al yerbero con tu amigo ese el Nagual. Voy a hacer de tu conciencia una pesadilla eterna de la cual no podrás salir, porque aquí todo se vale…”

Pinche servidor de las sombras. Debió estar fuerte la anestesia. Entonces tomé mayor conciencia de que esto no podía ser real e intenté con todas mis fuerzas despertarme de lo que creí que era un sueño…

“Es inútil que intentes despertar Horacio, no estas soñando, estas atrapado en tu propia conciencia en una dimensión que desconoces y nada de lo que intentes hacer te va a servir”.

De pronto todo comenzó a tomar forma. No puedo decir que abrí los ojos, porque en realidad no sentía movimiento alguno, seguía encerrado en una especie de sueño. El viento de donde quiera que estuviese tenía un sonido extraño.

Muy por encima de mi pude notar que volaban unas aves carroñeras, silenciosas y parecían estar rodeándome.

Esto hizo que un miedo inexplicable me envolviera, porque estaba en medio de una inmensa carretera solitaria que no conducía a ningún lado, y por donde tampoco había pasado un solo automóvil desde que todo este raro sueño comenzó.

“¿Creíste que porque me robaste el dije de la Santa Señora ella te protegería por siempre?”, ahora era el Meño Zamora quien me estaba hablando estaba parado frente a mí. Se reía de que yo estuviera arrodillado, agazapado como un niño asustado. “Bonito hechicero, aquí asustado ¿Crees que la Santa Muerte te protege y por eso te convertiste en un brujo? No eres más que un desecho como todos nosotros y aquí estas ahora en Mictlán, el reino de las sombras por el resto de la eternidad junto con todos nosotros”.

Me atreví a mirarlo y fue peor. Aún el escenario era borroso y oscuro, pero me pareció que el Meño tenía el cráneo destrozado y la mirada perdida.

Al tiempo que lo miraba por detrás sentí como me apuñalaban a la altura de los riñones, era una sensación extraña de dolor. Cuando voltee miré al Comandante Cervantes con los ojos inyectados y la piel casi transparente.

“¿Crees que eres muy diferente a nosotros? Ya vez que no es así. Estás en el mismo infierno y tampoco vas a poder escapar de él”, me dijo Cervantes mientras hundía más la punta de su cuchillo.

Eché a correr. Intenté de nuevo despertar, pero era inútil. Mis piernas se sentían pesadas como si no estuviera avanzando lo suficiente para librarme de Cervantes y el Meño.

“La Santa Señora de la Muerte te abandonó finalmente Horacio el hechicero. Te desterró a este apartado lugar en Mictlán, ahora no puedes escapar de mi”, de nuevo era la voz del famoso servidor de las sombras. A lo lejos podía ver la silueta de un hombre con una túnica negra, que parecía flotar por la carretera.

El rugido del motor de un auto venía detrás de mí. Era una camioneta que pronto me dio alcancé y se cerró frente a mí. De ella descendió un hombre con una metralleta y comenzó a dispararme. Las balas me picaban como agujas por todos lados y sentí que perdía el aliento. Si es que en ese momento tenía algún aliento. Finalmente miré el rostro de quien disparaba, era Batista con la misma piel pálida que Cervantes y el Meño Zamora.

“Son eternas las venganzas en este lugar, pero llegamos juntos y juntos nos vamos a quedar ¿Creíste que no iba a reconocerte?”, me dijo Batista mientras continuaba disparando.

Volví a levantarme. Pude arrebatarle el rifle que traía en la mano.

– ¡Ya estuvo bueno hijos de la chingada¡

No tenía en mi cuerpo ni una herida del cuchillo de Cervantes y tampoco de las balas de Batista. El rifle había desaparecido en mis manos, entonces el miedo también comenzó a desaparecer. Todo esto era un mal sueño y nada podía pasarme. Ahora estaba seguro de eso.

“Crees que nada puede pasarte aquí ¿Entonces porque no despiertas de una vez de tu pesadilla? Ellos no son nada pero yo sí”.

Los buitres o lo que fueran seguían allí arriba. El tipo de la túnica levantó uno de sus brazos y esas grotescas aves descendieron y se abalanzaron contra mí.

Me picoteaban por todos lados y por más que manoteaba no podía quitármelos de encima.

“Estas aves te perseguirán por la eternidad picoteando tu carne pútrida. Te devorarán en pedazos, y si crees que cuando terminen de hacerlo terminara tu suplicio te equivocas, porque de su excremento te formaras de nuevo en este camino sin salida y ellos volverán a devorarte una y otra vez, y yo puedo ayudarles”, al tiempo que el hombre de la túnica dijo su última frase se convirtió en un lobo negro con sus ojos inyectados de un rojo sangre, y un lomo tan grande que parecía la joroba de un camello. Su rugido era tan aterrador, porque su hocico estaba armado con unos colmillos del tamaño de cuchillos de cocina. Los buitres no dejaban de picotearme.

De la neblina saltó otro animal. Era el lobo gris, visiblemente más pequeño que su oponente el lobo negro infernal.

“El lobo gris es tu animal tótem Horacio recuérdalo”, ahora parecía la voz del Nagual, mientras el lobo gris se entramaba en una batalla sangrienta con el otro animal.

Mi pecho se llenó de una energía hasta entonces desconocida, y esta vez al levantar mis brazos, pude quitarme de encima a los buitres. Arriba de la colina pude ver la silueta de otro hombre. Estaba en un lugar mas claro frente a una fogata al alba con el sol apunto de desaparecer. También traía una túnica pero más clara.

Reconocí su rostro, era el mío maquillado como el de un jaguar. Sus brazos o mis brazos estaban extendidos y hablaba un lenguaje extraño, similar al de las mixtecas que venden sus artesanías en el centro de la ciudad.

“Esta lucha es en tu conciencia. Nada puede penetrar tu universo, ni siquiera Natanael”, me habló de nuevo el Nagual.

El lobo infernal rugió más fuerte que al principio, y de un manotazo botó al lobo gris mal herido.

Giré mi rostro desde la colina hasta donde se estaba llevando la batalla. Mi perspectiva cambió, ahora era el hombre con el rostro de jaguar que traía un bastón con la luna labrada en obsidiana negra en la punta.

“Tú no te metas maldito Nagual, esta no es tu batalla”, gritó el lobo infernal y se abalanzó contra mi, pero alcancé a moverme y colocar el bastón justo para que la punta de la luna atravesara al animal que pretendía caer contra mi humanidad.

Un grito desgarrador de dolor que dio el animal al ser atravesado por la punta de obsidiana lo ensordeció todo. “Esto no ha terminado Horacio el hechicero”.

De pronto una luz estalló en mi frente y desperté envuelto en sudor y medio vendado de la cabeza.

Lo primero que miré fue el rostro del Nagual, de Yhajaira y la socorrista de los ojos verdes junto a ellos.

Estaba en una especie de hospital, con un suero en el brazo y todo adolorido.

– ¿Dónde chingados estoy?

– Tranquilícese señor Horacio. Ya paso todo. Está en buenas manos –me contestó la socorrista.

– Todo está bien hermano –me dijo el Nagual intentando tranquilizarme.

– ¿Qué paso con Malaquías, Batista y los otros?     

– Tienes que calmarte, lo importante es que tú estas vivo y a salvo en el hospital de unos amigos, te sacamos del cuarto rojo de la Cruz Roja, antes de que comenzaran a hacer más preguntas sobre ti –intervino Yhajaira. 

– ¿Quiénes? ¿Qué fue lo que pasó?

– Tu maestro el Nagual es voluntario en varios hospitales incluyendo el de la Cruz Roja, da sanaciones frecuentemente por eso pudo intervenir para que te ayudaran. Este Hospital es privado propiedad de un cliente y amigo mío. Te trajimos aquí para protegerte.

– ¿Protegerme? ¿Y ella quién es?

– Es la socorrista que te salvó. Tú balbuceabas tu nombre y que eras mi hermano, ella me conoce y fue a buscarme –me contestó el Nagual.

– ¿Mi nombre?

– Si Horacio el hechicero, ahora descansa. Pronto podremos irnos a casa. 

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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