Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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Moncayo se fue sin darme mayores detalles. Me quedé ahí parado sin saber que hacer. No podía acercarme al hospital donde se encontraba Valeria porque resultaba muy arriesgado. Ni modo de llegar y resucitar de la nada. Uno nunca sabe quien puede estar del otro lado escuchando.

Así totalmente metido en mis pensamientos comencé a caminar sin rumbo fijo. Incluso me olvide del auto en el que había llegado. Era como si quisiera quitarme todas las preocupaciones con sólo caminar, con la mente en blanco.

Me llegaban imágenes dispersas. La Morena, el Lobo, Valeria en una cama de Hospital, el Nagual sentado enfrente de una fogata.  Me visualizaba también parado en lo alto de una montaña frente a la puesta de sol, con los brazos extendidos y una especie de zarape. Pero no era yo propiamente sino Horacio el hechicero. Pinche brujo.

A lo mejor ya me quedé en el viaje como dicen los adictos y son alucinaciones.

Todo esto era nuevo para mí. Si había visto a mis compañeros asistir un sinnúmero de ocasiones a consultar adivinos o brujos, para hacerse limpias o saber el futuro.

Siempre pensé que todo ese tipo de cosas no eran más que mamadas. Así de sencillo.

Al Nagual lo apreciaba porque había salvado mi vida, y sanó mis heridas con hierbas aquella primera vez que quisieron asesinarme. Desde entonces surgió una conexión entre ambos. Pero nunca tomé tan en serio sus asuntos como ahora.

No se cuanto tiempo caminé, porque perdí completamente el sentido de la realidad. Sabía que estaba caminando entre la gente y las calles, porque por instinto esquivaba a las personas a mi lado y me detenía antes de cruzar cualquier calle.

Hasta que de pronto me encontré parado en la tienda herbolaria de Madame Yhajaira. Quizás fue el olor de la albahaca, apilado por montones en la entrada, lo que me hizo volver a la realidad. Bueno si a eso se le podía llamar realidad.

– Pásele la patrona lo está esperando –me dijo Evodio, el empleado de la botánica, el mismo que días atrás me había llevado al ranchito del Nagual.

– ¿A mí?

– Si hace un rato me comentó que no tardaba usted en llegar. Pásele esta en el saloncito del fondo.

Me está esperando. Pinches místicos. Hasta me la estoy creyendo. El famoso saloncito estaba al final de la tienda, en medio de estatuillas, amuletos y todo tipo de imágenes de santos, ídolos, etcétera.

Yhajaira estaba sentada frente a una mesita redonda con un mantel rojo que llegaba hasta el piso.

– Bienvenido Horacio el hechicero –y dale con lo mismo. No si estos místicos tienen un sistema de comunicación más eficiente que la pinche Procuraduría.

La mujer tenía una sonrisa de felicidad en el rostro, y en realidad si parecía que me estaba esperando -¿Seguramente vienes a preguntarme por tu amiga?

– La verdad no se ni como llegue aquí –le contesté –pero ya veo que el Nagual regó rápido el nombrecito ese de Horacio el hechicero entre sus amistades.

Yhajaira no dijo nada, sólo volvió a sonreír.

– Todas esas dudas que te persiguen son normales, no debes preocuparte. En cuanto a tu amiga, sólo puedo decirte que traes muy buenos guías espirituales.

– Sabe que todo esto me tiene medio enfadado. No soy una persona acostumbrada a no tener el control de la situación y creo que ahora no lo tengo. Todos esos sueños, visiones, sensaciones, no se que droga me están dando pero ya quiero que le paren.

Sin que yo le pidiera nada Madame Yhajaira comenzó a barajar un mazo de Tarot y a poner cartas sobre la mesa, donde tenía encendida una vela morada y un vaso de cristal con agua pura. El olor a incienso era intenso.

– Tienes que comenzar a creer. Tú vida depende de eso. Se te ha encomendado una misión muy difícil. No voy a negártelo los Arcanos me dicen que estas en una posición complicada, pero vas a salir adelante.

– Bueno no se necesita ser adivino, ni Arcano para saber que estoy en una posición bastante complicada. Al menos ellos me echan porras.

– Tú fuiste quien decidiste convertirte en Horacio el hechicero…

– Si ese sermón ya se lo aventó el Nagual… pero si tanto sabe usted, le voy a contar algo: tuve un sueño muy extraño, donde estaban Isis, el lobo blanco y el Nagual. De pronto regresé al lugar donde minutos antes estaba tomando.  Me acompañaban ellos, pero había una especie de presencia oscura en ese lugar.

– Es Natanael Zamora. La última vez que nos vimos te lo comenté. Él es uno de los enemigos que te persiguen. Quizás el más peligroso.

– ¿Bueno y usted podría decirme qué es lo que tengo que hacer?

– Pronto tendrás que hacer un viaje. Terminar con tu iniciación.

– ¿Un viaje a dónde?

– Los Arcanos no son muy específicos, sólo dicen que necesitas la protección de una gran Abuela que habita al sur de estas tierras –con lo que me encanta que le hagan al misterioso.

Me quedé sin palabras. Madame Yhajaira siguió con sus cartas y volvió a impresionarme.

– Veo que también pesa sobre ti otra preocupación por una mujer que esta enferma. Te preocupa no poder acercarte a ella. Pero te digo que no es necesario que Horacio el hechicero se acerque con su cuerpo físico si puede visualizarla, y pedir a los Maestros del Cosmos por ella.

Entonces se levantó de su asiento, y se acercó hacía mi.

– Cierra los ojos un momento –me dijo e inmediatamente colocó su mano sobre mi cabeza y su dedo pulgar en medio de mis cejas –concéntrate en tu respiración y en cárgate de energía…

Sabía lo que Madame Yhajaira pretendía hacer. Imaginó que mientras todo esto ocurría le pidió a Evodio que pusiera música New Age, con sonidos de aves trinando y agua que ayudaron a tranquilizarme.

– Escúchame bien Horacio el hechicero ahora que estas completamente relajado tienes que visualizar a la mujer. Concéntrate en visualizarla como si la tuvieras frente a ti.

No puedo describir lo que sucedió con exactitud en cuanto las palabras de Madame Yhajaira me obligaron a visualizar a Valeria. Nunca quitó su mano de mi cabeza y podía sentir un calor que parecía irradiar de esa mano.

Mi respiración era pausada ya sin necesidad de regularla. De pronto ahí estaba yo, frente a la cama del hospital. Valeria estaba visiblemente desmejorada, aunque era delgada se veía aún más, con unas ojeras marcadas. Estaba dormida y tenía un suero conectado a la vena de su brazo derecho.

Aunque la visión era algo borroso tenía la impresión de que en realidad estaba ahí.

– Estás ahí Horacio, has podido llegar. Tu espíritu se ha desplazado hacía allá. Eres energía pura. Viento que sopla y puedes envolver con la luz del universo a esa mujer.

No sé decir lo que paso, pero me sentí tan ligero. Era yo, pero también un soplo de viento, una nube de humo que comenzó a rodear el cuerpo de Valeria.

– Todo va a estar bien flaca –traté de murmurar.

– ¿Javier eres tú? –Valeria despertó sobresaltada. Me buscaba por todos lados.

– Tienes que tranquilizarla Horacio. No perturbes su sueño. Necesitamos que se relaje –seguí sobrevolando el cuarto del hospital alrededor de Valeria hasta que definitivamente perdí la conexión.

Cuando volví a la oficina de Madame Yhajaira, estaba más tranquilo y ella seguía frente a mí.

– ¿Eso fue real?

– Tan real como lo sentiste.

Cuando salí de la herbolaría la noche había caído. No podía creer que hubiera pasado tanto tiempo, de lo que si estaba seguro era de que tendría que caminar demasiado para llegar hasta el auto.

Cuando lo mencioné Evodio se ofreció a llevarme, y en cuestión de unas horas estaba conciliando el sueño en el ranchito en medio de la nada del Nagual.  

Por la mañana el timbre del celular me despertó muy temprano.

– ¿Dónde andas Calavera? –reconocí enseguida la voz del Santi –es urgente que nos veamos. Tenemos que aventarnos un jale que nos encargó el patrón ahora mismo.

 – De que se trata.

– No chingues Calavera no te lo puedo contar por aquí. Tú dime a dónde paso por ti en media hora.

Definitivamente el Santi tenía la adrenalina al cien por ciento. Lo que era seguro es que ahora debía ocultar a Horacio el hechicero y volver a ser Javier Calavera. Así que me compre un gel. Me hice una cola de caballo y traté de peinar lo mejor posible mi cabellera. Además regresé a mis pantalones de mezclilla y mi camisa de cuadros, además me puse una gorra beisbolera y mis tenis Nike.  

Esto de andar cambiando de personalidad ya me estaba gustando.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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