Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

72

No me quería secar. Quería que el agua me purificara. Pinche Nagual ahora si que necesito una de sus chingadas limpias para alivianarme.

Así me quedé un rato como estúpido viéndome en el espejo del baño, todo mojado, como si el agua fuera a sacar mis demonios. Lo peor era que aún podía sentir ese olor a mierda perfumada, a hipocresía, envidia y toda la pinche mala vibra del mundo en la carne humana.

Pinche Mata. Pinche Batista; par de batos mierderos.

Ahí frente al espejo me di cuento que estaba tan sólo, y encerrado como en la misma penitenciaría.

Era libre, todos creían que estaba muerto, pero si alguien se daba cuenta de lo contrario mi situación no mejoraría para nada. De cualquier modo ya no era nadie más que un pinche delincuente prófugo.

El timbre del celular distrajo mis pensamientos. Era de nuevo el Coronel, pero yo seguía sin ganas de hablar con él o con nadie.

Estaba convencido que tenía que valerme de mis propios medios para salir de ésta, o por lo menos para seguir subsistiendo, y la verdad el Coronel siempre andaba con mucho sospechosísimo.

Primero ese pinche plan de sacar de la cárcel al Don ¿Qué pensaba? ¿Qué el señor iba a seguir al pie de la letra sus indicaciones? Si era un delincuente y ahora si estaba sintiendo la presión por la muerte de los policías.

Así estuvo sonando por varios minutos hasta que me decidí a contestar.

– Dígame Coronel.

– ¿Qué demonios está pasando Calavera? Hace rato simplemente me colgaste y por acá la cosa está muy caliente. Ya tengo informes de inteligencia que me señalan que Don Paulino es el que está atrás del secuestro de los policías y la desaparición del Comandante de Custodios de la Penitenciaría.

– A mí me qué me dice. Usted fue el de la idea de sacarlo a la calle –pinche inteligencia y mientras que al Calavera se lo lleve la chingada.

– Necesito tener detalles de lo que está pasando…

– Está pasando que se abrió la Caja de Pandora mi Coronel, y para cerrarla va a estar canijo. Hay mucho cerdo policía metido en este mugrero.

– Quiero nombres. Estás ahí para hacer una investigación, no para convertirte en un delincuente.

– Se olvida usted que ya soy un delincuente. Bueno peor que eso, soy un pinche muerto, el cadáver de un policía corrupto…

– Mira Calavera no te oigo muy bien. Tienes que calmarte. Descansa un par de horas, reflexiona. Más tarde te marco para reunirnos cuánto antes. Todo esto se va a arreglar. Te lo prometo.

Se va a arreglar. Si pues es muy fácil decirlo cuando tú reputación es intachable, tienes un trabajo en el gobierno federal y una casa en la playa. Pero yo no tenía ni madre, más que mis manos y mis mañas para seguir vivo. Era tiempo de hacer mi propio trabajo de contrainteligencia o me iba a llevar la chingada.

Cortamos la comunicación.

El espejo refleja a un hombre distinto. A un Calavera muy diferente al que estaba en la corporación policiaca. Uno con las manos manchadas de sangre y un coraje que no podía contener, con la barba crecida de varios días y la greña larga.

Esa era mi nueva imagen.

No tenía ni la menor intención de agarrar un rastrillo y disfrazarme otra vez de gente decente. Calavera estaba muerto y debía renacer con otra cara, una desconocida y como no tenía lana para una cirugía, por lo pronto un nuevo look me bastaba.

Tampoco podía confiar en el celular. Mucho menos en las personas con las que me venía relacionando últimamente, ni siquiera el Coronel.

El primer paso era largarme de este pinche hotel de lujo, que no era otra cosa más que una jaula de oro que me había escogido el Don para vigilarme.

Tampoco podía ir a mi anterior apartamento, porque seguramente los Malacón lo tenían bien vigilado. Eso sin contar a la bola de cerdos corruptos de la policía.

Así que no tenía ni la menor idea de donde ir. Traía suficiente dinero para sobrevivir sin problemas por lo menos un mes, gracias al fajo de billetes que me dio Don Paulino antes de venir para acá.

Me senté un rato sobre la cama y luego me recosté, para buscar un centro para mis pensamientos tal como me lo había enseñado mi viejo amigo el Nagual.

Respiré profundo. Quise poner mi mente en blanco mirando el techo de la habitación, y el único pensamiento que no podía borrar era precisamente a mi viejo amigo con su sonrisa eterna y tranquila saludándome con las manos frente a su pecho como si fuera a empezar a rezar.

Creo que de nuevo era lo único que me quedaba, pero había pasado tanto tiempo que ni siquiera podía recordar donde encontrarlo. Es más creo que nunca había tenido la necesidad de buscarlo, porque él siempre estaba ahí apareciendo justo cuando más lo necesitaba, como si fuera mí espíritu guardián, que siempre sabía cuándo algo malo me estaba pasando.

Ahora me tocaba a mí buscarlo.

Me vestí y me levanté.

Todavía traía una pistola conmigo y me la faje por pura seguridad personal y me salí de la habitación.

Así vestido solamente con una playera, un pantalón de mezclilla y unos viejos tenis que me llevo Valeria a la penitenciaría.

También llevaba conmigo el fajo de billetes, y las ganas de evadir la vigilancia que me tenía puesta Don Paulino.

No me fue difícil buscar una salida alterna. Los hombres de don Paulino seguían ahí, aunque habían relajado su vigilancia estaban en sus puestos originales, pero tragando camote, por eso no pude escabullirme y comencé a caminar.

No tenía ni la menor idea de a donde dirigirme o donde empezar a buscar al Nagual, pero por alguna razón creí que lo iba a encontrar en la calle como tantas otras veces o iba a aparecer de la nada para saludarme con su presencia fantasmal.

Pero no. Pasaron un par de horas y yo seguía caminando. De cuando en cuando me detenía en una esquina o en la banca de algún parque para tomar aire, pero del Nagual ni sus luces.

La caminada sirvió para ordenar mis ideas, para encontrar mi centro y sobre todo para sentir la libertad.

Sentado bajo un árbol para cubrirme del sol me vino a la mente un recuerdo, y cambié mi rumbo hacía el centro, al mercado de la ciudad donde alguna vez me pareció verlo comprando hierbas y menjurjes para sus rituales y limpias.

Alguien debía conocerlo ahí, en ese lugar con olor a hierba e incienso, en medio de imágenes de la Santa Muerte, Malverde, la Virgencita, duendes, magos y todo ese tipo de cosas.

Lo primero que llamó mi atención fueron los ojos de una muchacha. La calentura como siempre.

La damita me sonrió y le pregunté por el Nagual, pero seguramente la pregunta y mi facha me hicieron ver como un loco del centro y sólo volvió a sonreírme y a negar con la cabeza.

Así me quedé, como estúpido sin saber que más hacer. Ahora no había aparecido mi amigo y no tenía más ideas para buscarlo.

Pasaron como diez minutos y yo seguía rondando las tiendas esotéricas del mercado, y lo único que había conseguido era pensar que todo esto había sido una verdadera estupidez, hasta que de pronto se me acercó uno de los empleados de una de estas herbolarias.

– ¿Es usted Javier Calavera?

Agarré el mango de la pistola sin sacarla, antes de contestar lo observé bien y miré alrededor para cerciorarme que no me habían emboscado.

– ¿Quién quiere saberlo?

– Es que llamó el Nagual. dijo que lo esperara aquí, que había tenido un contratiempo pero que ya venía a reunirse con usted.

¡Carajo¡ este pinche Nagual nunca iba a dejar de sorprenderme.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

#QuédateEnCasaYLee
#ColecciónEditorialDictamenBC
#LasAventurasDelCalvera 

#ComparteLaLectura 

admin

Entradas relacionadas

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *