Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

70

Cuando alguien está en el fondo puede pensar que no va a caer más bajo.

Para el tal Meño las cosas no se veían muy bien, pero al escuchar el nombre del Capi Colorado algo pasó en mi memoria.

Miré atentamente los ojos del tal Meño. En medio de recuerdos borrosos, algo comenzaba a dibujarse en mi mente.

– ¿Así que tú eres compa del cerdo Colorado? –le pregunté.

– Y tú eres Javier Calavera. Creo que es verdad parte de la leyenda esa que dice que tienes pacto con la Santa Muerte. Creímos que ya te había llevado, y veo que te la perdonó otra vez –pero en medio de todo al cabrón todavía le quedaban ganas de burlarse. Hasta a mí me dolió el chingadazo que le dio el Tito.

– ¿De qué te ríes hijo de la chingada?

– De que a todos nos va a llevar la chingada, porque si este bato no tiene pacto con la Santa Muerte yo sí –lo dijo con tal fuerza de voluntad y puso una cara de maldito que no podía con ella. Hasta el Tito se acalambró.

La verdad a mi me andaba valiendo una chingada que tuviera pacto con quien tuviera pacto. Lo único que logró con sus estupideces es que mis ideas se aclararan.

Efectivamente con tanta zarandeada de entre la camisa de su uniforme se le descubrió una cadena gruesa de oro macizo, en la cual le colgaba un dije, también de oro con incrustaciones de piedras preciosas, de la Santa Muerte.

El Tito retrocedió.

– Calavera quítale la cadena, no quiero que la Patrona mire lo que va a suceder aquí.

¿Y por qué no se la quitas tú? Pensé. Pero no dije nada y de un jalón le arranque la cadena y la imagen del pecho al tal Meño.

No sé si me sugestioné o que pasó, pero a la hora de que le arranque la cadena sentí una leve quemazón en la mano, pero no quise darle importancia.

– Se van a acordar de mi apellido cabrones –el tal Zamora tenía un leve acento veracruzano, como si tuviera mucho tiempo viviendo en la ciudad, pero se le notaba que venía de aquellos rumbos.

De pronto me vinieron unos leves mareos y el dolor de cabeza que traía subió de tono.

– Voy a llamarle al patrón, para ver que decide. Tú quédate aquí pendiente de este cabrón.

El Tito andaba todo acalambrado y el Meño lo sabía, se le notaba en la cara, y aunque ya estaba dado, jugaba su papel bastante bien.

– La Patrona no me va a abandonar. Igual que tu compa deberías lavarte las manos, porque después no respondo.

– Me importa una madre lo que piense mi compañero, yo no creo en tus pendejadas y ahora que me acuerdo a ti te he visto antes.

– ¿Ah si?

– Tú andabas con los que me detuvieron –el recuerdo me llegó de pronto, cristalino como el agua y al escuchar eso el Meño soltó una carcajada entre tos y quejidos por todos los madrazos que tenía encima, pero lejos de doblarse su fe a la Santa Muerte y el temor que eso había provocado le daba esperanza.

– ¿Sabes qué es lo más curioso? Que tienes razón, tú y yo nos hemos visto antes, pero no durante tu detención…

– ¿Entonces cuando?

– Durante el tiroteo en el que murió el periodista. Íbamos por ti, pero como no te conocíamos te confundimos. Yo te disparé cuando nos quisiste sorprender, pero como iba vestido de civil no me reconociste al principio. 

Me quedé sin palabras. Aquello había sucedido tan rápido que muchas cosas eran recuerdos borrosos, pero los tenía bien presentes en alguna parte de mi memoria.

En efecto su mirada era la misma a la de uno de los pistoleros que acabaron con la vida de Donoso y luego quisieron matarme, pero como los recibí a balazos ya no pudieron hacerlo.

– ¿Qué? ¿No dices nada? Me supongo que no tienes nada que decir –a estas alturas el Meño ya se colgaba de sus ataduras y se veía cansado de estar en esa situación – ¿Sabes que es lo más irónico de todo esto? Que aquí me tienes. Soy la prueba que puede exonerarte, pero no por mucho tiempo porque tus amigos van a asesinarme y conmigo se esfuman tus posibilidades para limpiar tu nombre.

Y tenía razón. Estaba frente a mí la posibilidad de demostrar mi inocencia y no podía hacer nada, o por lo menos en ese momento no tenía idea de cómo sacar a este hombre de aquí, y llevarlo ante la justicia.

– ¡Ahorita mismo me vas a confesar todo hijo de la chingada¡ -en un arranque de desesperación saque la pistola y le puse el cañón en la pura cabeza. Cansado y quizás resignado a su futuro el Meño sonrió sin fuerzas.

– Mátame de una vez, de cualquier forma eso es lo que me espera cuando llegue el Comandante Zataraín ¿Por qué acaso crees tú que le importa un carajo tu buen nombre?

Apreté la mandíbula. Estaba que me llevaba la chingada por dentro, pero si lo mataba no tenía la posibilidad de averiguar nada más. Tenía que aprovechar el poco tiempo que tenía antes de que llegara el Don para sacar más información que me pudiera ser útil o de lo contrario me quedaría como al principio.

Hice mucho esfuerzo para tranquilizarme, y mientras, la cabeza no dejaba de dolerme.

– ¿Y qué es lo que sugieres? –le pregunté tragándome el coraje.

– Más bien la pregunta es ¿qué sugieres tú? En estas circunstancias a quien le conviene que yo siga viviendo es a ti…

– ¿Así que eres muy valiente? Espero que no tengas familia, porque no creo que te guste la idea de que le pasen cosas malas a ellos.

– Ellos no te van a sacar de este enredo en el que estas metido, y sabes una cosa en cuánto la gente de Lucas sepa que estas vivo te van a cazar como a un perro rabioso.

Hasta entonces repare en donde estaba metido. Una casa de seguridad donde no era la primera vez que sucedían este tipo de situaciones. Comencé por observar con detenimiento la habitación donde estábamos metidos.

Había un colchón viejo, platos sucios y cobijas igual de mugrosas; un televisor y una cubeta hedionda llena de miados.

Con eso me bastó para tener una idea que esperaba fuera lo bastantemente maquiavélica para hacer hablar a este infeliz.

Agarré y arranqué el cable de la tele y a mordidas pelé las puntas. Luego agarré la cubeta llena de miados y la acerqué hasta donde estaba el tal Meño, que hasta entonces comenzó a preocuparse al verme actuar como un pinche loco desquiciado.

– ¿Qué vas a hacer?

– Hacerte pasar muy malos momentos antes de que te lleve tu Patroncita al otro mundo –le dije, y sin darle tiempo a responder le di una buena bañada con los miados rancios que estaban en la cubeta.

Fue tanto el asco que le provocó la bañada que no tardo en vomitar y aquello era una escena realmente repugnante. Se iba a poner peor porque conecté el cabe a un enchufe que estaba cerca de ahí, y con las puntas le pique la espalda sólo unos segundos.

Al sentir la corriente de electricidad el cuerpo del Meño se contorsionó por todos lados.

– ¿Tú dices si le seguimos hasta que te lleve la chingada o esperamos tranquilamente a que venga el patrón y te haga mierda el cerebro de un plomazo?

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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