Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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 Nunca antes había estado presente en una reunión de este tipo, y hasta llegue a dudar que en realidad existieran.

Había escuchado historias de algunos colegas que trabajaban para algunos mañosos. En lo personal nunca me había gustado la idea de pactar con el Diablo.

Digo tampoco me voy a hacer de la boca chiquita, pero de ahí a ser un policía trabajando para la maña: nunca, o por lo menos eso pensaba.

Sin duda en estos momentos no tenía otra opción, porque veía muy difícil poder recuperar mi placa en un corto tiempo.

Para empezar oficialmente seguía muerto, y según entendí en la reunión así debía ser.

– Tú ya no existes Calavera. Así que no te vayas a pasar de listo. Si te descobijamos quien sabe a donde vayas a parar –me dijo el Coronel frente a Don Paulino. Pienso que para darle más sabor al caldo, pero en el fondo tendía razón. Además tenía que convencer a Don Paulino que estaba de su lado. Mi vida dependía de eso.

La reunión había terminado, pero no mi misión que ahora era ser el enlace entre la maña y el Coronel.

– Este compa piensa que soy un maldito soplón Coronel – alcancé a decirle cuando Don Paulino se retiró para preparar los detalles de nuestra liberación.

– Pues ese es ahora tú problema. Tienes que ganarte su confianza, y no se te ocurra esconderte de mi –pinche Coronel. ¿Por qué me daba la impresión que me había sacado la rifa del tigre? Y mientras el viejo militar de vuelta a su casa de la playa a gusto.

Tampoco tenía mucho que decir, y por cómo se habían dado las cosas más me valía convencer a todos que estaba de su lado, pero seguir del mío para poder seguir vivo.

Que chingada cosa más complicada.

Habían pactado liberar a la tal Condesa. A nosotros nos esperaba una salida del cuartel de lo más sospechoso.

Como si fuéramos víctimas de secuestradores, nos vendaron los ojos y nos amarraron.

Don Paulino quiso pegar de gritos, pero no le dieron mucha opción.

El Santi y el otro tipo se veían bastante desmejorados.

Si mis instintos no me dejan mentir creo que estuvimos vendados otros cuarenta y cinco minutos, la mitad de ellos recorriendo un camino de terracería y la otra en la ciudad.

Era de noche cuando finalmente nos liberaron en el estacionamiento de un centro comercial cerca de la playa.

Mireles era quien encabezaba el operativo. A mí y a don Paulino nos dio celulares.

– Su gente sólo está esperando una llamada para venir por usted. Acordamos con ellos un sitio aproximado para la entrega. Así que ahora lo que tienen que hacer es esperar cinco minutos después de nuestra partida para llamarles. No quieran hacerse los listos, vamos a estar por aquí cerca por si algo se ofrece. Uno nunca sabe así que si no reconoce a quiénes vienen por usted, sólo remarque el último número y nos tendrá de vuelta en cinco minutos. Les repito no quieran hacerse los valientes y traten de hacer una chingadera.

 Mireles se retiró. Don Paulino no tenía las mínimas intenciones de sorprender a nadie. Estaba tan cansado como yo y seguramente lo que quería era descansar de tanto ajetreo.

– ¿Eres tú Condesa? Estamos aquí en el estacionamiento del centro comercial lánzate en chinga. No quiero sorpresas.

En cuestión de minutos estábamos rodeados de tres camionetas, y hombres armados hasta los dientes.

De una de las camionetas se bajó una mujer obesa vestida con pantalón de mezclilla y camisa de hombre, con gruesas cadenas de oro, cabello largo medio ondulado, peinado al ahí se va, tez morena clara, cachetona y de no ser porque le colgaban las tetas hubiera pensado que se trataba de un cabrón y no de una vieja.

Enseguida se acercó a Don Paulino y le dio un fuerte abrazo –patrón ¿está usted bien? –su voz era gruesa y su forma de caminar también eran las de un hombre.

– Si mi Condesa aquí seguimos.                                                     

– Pinche Santi te ves de la chingada –le habló casi a gritos con su marcado acento sinaloense la mujer esa al Santi y luego le dio un abrazo.

Estaba el ambiente a toda madre cuando don Paulino dejó de saludar a la bola de matones, y con la antena del celular me apuntó a la cara.

– Tú y yo todavía tenemos asuntos pendientes Calavera. Entrégame tu celular.

– Pero Don Paulino…

– ¡Bueno hijo de la chingada que no oíste al patrón¡ -me gritó la marimacha y sin que pudiera hacer nada ya tenía una pistola escuadra apuntando justo a mi cara.

– No hay necesidad de eso Condesa. El señor es de los nuestros o por lo menos eso creo, así que me va a entregar el celular sin hacerla de pedo –Don Paulino agarró el brazo de la lesbiana y la obligó a bajar su arma, pero el resto de los gorilas no me quitaban la vista de encima. Tuve que entregar mi celular.

– ¿El Rito todavía tiene su hotelito? –le preguntó Don Paulino a la famosa Condesa.

– Si patrón.

– Bueno pues hospeden ahí a mi amigo… -se refirió a mí.

– El ranchito está listo para recibirlo patrón.

– Entonces vámonos para allá. Y a ti Calavera no se te vaya a ocurrir tratar de desaparecerte. Llévenselo y me lo tratan bien –Le giró instrucciones a un par de cabrones que se encargaron de cumplirlas al pie de la letra –hasta nuevo aviso –me dijo mientras me subían a empujones a una de las camionetas.  

Y ahí estaba de nuevo, perdiendo en menos de 10 minutos la libertad que había conseguido.

No cabe duda me saque la rifa del tigre, y el más rayado de todos.

Iba acompañado como de cinco cabrones. Todos armados con rifles de asalto, con sus caras de adictos desquiciados y ninguno de ellos me dirigió la palabra durante la media hora que duró el viaje hasta un hotel que resultó estar sobre la carretera libre a Ensenada. Eso si con vista al mar y toda la cosa.

Con la mayor descortesía me metieron en una habitación de lo más mona. Fue entonces cuando uno de los matones me habló.

– Puede usted pedir lo que quiera a la recepción. La cuenta corre a cargo del patrón –luego cerró la puerta y desapareció.

Pinche Coronel aquí tiene a su pendejo. Y así pensando mil estupideces me la pase los siguientes veinte minutos hasta que me decidí a salir de la habitación.

Por lo menos me habían dejado la llave y en el pasillo no parecía estar nadie vigilándome.

Me pase por las instalaciones con toda naturalidad. Era un hotel de lujo, con alberca, bar y toda la cosa.

Aunque no tenía planeado irme de ahí, no pude contener mi curiosidad y fui hasta la puerta principal que daba al estacionamiento.

Ahí estaba la camioneta que me había traído hasta el hotel, con dos sujetos a bordo, que seguramente tenían las instrucciones de ponerme cola si intentaba salir de las instalaciones, pero no lo hice. Además por el momento no tenía a donde ir.

Así que decidí irme al bar a comer una botana y tomarme unos tragos todo a cuenta de Don Paulino. De paso me agarré a una gringuita que me hizo olvidar el episodio con mi escurridiza Morena.

Un tipo que parecía ser el gerente se acercó a mi mesa, donde ya estaba medio borracho y tenía bien aperingada a la gringa. Total si me va a llevar la chingada pues antes me la paso a toda madre.

El bato se presentó como Rito, el Director General del hotel.

– Usted es invitado del patrón así que no se preocupe por la cuenta –y de verdad no lo hice.

Total, para no hacer el cuento largo terminé en mi habitación a las tres de madrugada, medio pedo con la gringa encuerada. Hasta se me olvido que en la mañana casi me llevaba la chingada.

Pero en cuestión de horas me bajaron de la nube que andaba.

Por fortuna mi invitada salió antes de que los matones entraran a la habitación como Pedro por su casa y me obligaran a vestirme porque el patrón quería verme ahora mismo.

No pude, ni tenía intenciones de resistirme. Estaba bien crudo, todo me daba vueltas y además estaba dado, así que ni pa’donde hacerme.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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