Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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– ¡Calavera despierta¡ ¡Despiértate¡ -después un par de zarandeadas y la cabeza me pesaba.

Apenas y pude abrir los ojos. Fue cuando me di cuenta que también el cuerpo me pesaba, y aunque quería no podía despertar por completo. Era como si todavía estuviera soñando.

– Cuando te pasa eso es porque se te sube el muerto –recuerdo que me contó una vez la Morena. ¿La Morena? ¿Dónde está la Morena?

No me podía mover. Todo parecía tan extraño. Podía ver al Coronel moviéndome y junto a él estaba Míreles y  Tobías, pero la Morena no estaba.

La recordaba desnuda acostada a mi lado. Sonriendo. Tranquilizándome, pero también repitiendo advertencias que me ponían los pelos de punta.

– Debes tener mucho cuidado Calaverita. Te quieren joder lindo y bonito.

Creo que la pastillita que me dieron traía una sustancia alucinógena bien canija, porque ahora que me acuerdo la Morena se puso su bata blanca y salió volando por la ventana.

Como si una mano gigantesca me hubiera aventado del sueño a la realidad desperté de tajo. Lo primero que miré fue la cara de preocupación del Coronel.

– ¡Estas ardiendo en fiebre¡

– ¿Dónde está la Morena?

– ¿Quién?

– La Morena durmió conmigo.

– Ya le dije que aquí no hay ninguna mujer –intervino Míreles –usted está alucinando.

Y lo más seguro es que tuviera razón. No me sentía muy bien y bueno si empezaba a contarles que la Morena salió de la nada y se fue volando por la ventana iban a traer a un loquero. Mejor así la dejamos.

-Tobías vete por el doctor. Necesito que Calavera se recupere para la reunión.

– ¿Cuál reunión?

– En la tarde nos vamos reunir con Don Paulino. Necesitamos actuar ya.

– No se preocupe por mí, estoy bien –en ese momento traté de levantarme, pero estaba muy mareado para eso y por poco y me caigo.

En un ratito estaba una doctor atendiéndome y una enfermera en otro cuarto al que me habían llevado casi cargando Míreles y Tobías.

Seguramente se trataba de la enfermería de la hacienda o lo más parecido a eso.

El doctor me puso un suero y me dio medicamentos para la fiebre, pero no pudo explicarme a ciencia cierta qué era lo que me estaba pasando.

– Debió agarrar una infección muy fuerte.

– ¿Cree que se pueda parar por la tarde?

– Si descansa un poco, con el suero y el medicamento es posible, pero no va a poder hacer mucho esfuerzo.

– Voy a estar en esa reunión. Usted confíe en mí. Lo que me tiene mal es este pinche encierro. 

Por indicaciones del doctor todos se retiraron y me dejaron descansar.

Le enfermera que me habían asignado era una mujer regordeta con un rostro maternal. Amable.

– Lo que se le ofrezca voy a andar por aquí. Mi nombre es Esperanza para servirle.

– Soy Javier Calavera para servirle –y eso era precisamente lo que necesitaba esperanza para poder salir de todo este embrollo. Ya hasta me estaba creyendo eso de que me tenían bien trabajado.

En cuanto la mujer salió de la habitación traté de dormir un poco. Parecía increíble, pero en verdad estaba exhausto como si hubiera hecho el amor toda la noche. Lo más curioso era que esta misma sensación sólo la había tenido con la Morena, una ocasión en que nos escapamos todo un fin de semana a unas playas en un ejido en Ensenada, donde vivía una prima suya.

Creo que en parte no me resignaba a su ausencia. Aunque la conocí como bailarina exótica había algo más en ella.

Era una mujer muy inteligente. “A mí se me hace que tu eres bruja”, le dije más de una vez. Sobre todo aquel fin de semana que hicimos el amor hasta hartarnos en la casa de su prima en Ensenada.

Cuando terminamos un fuerte olor a pétalos de rosas inundó el lugar y durante el acto tuve la sensación de estar flotado como acostado en una nube.

Y es que antes de que esto pasara había estado muy disgustado con ella.

– Tú lo que ocupas es que te haga una limpia –me dijo, y al rato estábamos metidos en el baño, en una tina repleta de pétalos de rosas, claveles y no sé cuántas flores más.

Luego empezó a frotarme con una esponja todo el cuerpo y vaya que me relaje, tanto que terminamos revolcándonos toda la noche.

– Tú me escondes algo –le dije y vaya que si lo escondía, resultaba que trabajaba para la milicia, para el Coronel y su gente, y eso le costó la vida.

Seguramente había estado en esta misma hacienda varias veces, y por eso su espíritu andaba por aquí cuidándome. Vaya pendejadas que se me ocurren.

A lo mejor también le pusieron algo a este pinche suero.

Si Valeria me oyera decir toda esta sarta de cosas. Extraño a mi flaquita. Oficialmente estas muerto. Pinche Coronel. Si como él seguramente no quiere a su esposa o simplemente le vale madre, y se contrata a sus pirujas. Chíngese uno, que no sale de una para entrar a otra.

De pronto me quede dormido. En un estado profundo de sueños volví a ver al lobo blanco aquel de la cárcel, el que me ayudo a salir y el que acompañaba al Nagual en una de mis primeras alucinaciones.

Después apareció el Nagual, con su camisa de manta blanca y su pantalón de mezclilla.

– ¿En dónde estoy?

– La pregunta debería ser como estoy y no estas muy bien. Estas en medio de la nada. Los ancestros me dicen que estas en el camino a Mictlán.

– ¿Qué es eso de Mixtlán? No me hables en clave. Lo que pasa es que estoy soñando y todo esto es una sarta de mamadas.

– Que bueno que puedes estar conciente de que estas soñando, pero eso no quiere decir que lo que te sucede no es real. Y Mictlán es el inframundo.

– ¿Y este bosque dónde está? Creo que ya he estado antes aquí.

– Puede ser. Este bosque no está en ningún lugar que tú conozcas, pero es el principio de todos tus caminos. Ten cuidado con lo que haces hermano. 

– Tú siempre con tus misterios.

– La mujer que te visito te lo advirtió, te estaban atacando y ella te ayudo.

– ¿La conoces? ¿Conoces a la Morena?

– Controla tus sueños Calavera, y acuérdate de la Carne de los Dioses.

Luego todo se llenó de bruma y me desperté llamando a la enfermera.

En efecto todavía tenía un poco de la famosa Carne de los Dioses, pero estaba en uno de los cajones de la habitación.

– Le voy a pedir un favor muy especial Esperanza. Necesito que me traiga una bolsita de tela de mi habitación.

No le di mayores explicaciones, pero no cabe duda que los famosos Dioses y los ancestros del Nagual estaban de mi lado, porque sin hacer mayores preguntas la enfermera me trajo la bolsita y hasta un vaso de agua para poder prepararme el menjurje.

Me quedé dormido, y fue la única forma en que pude descansar para poder estar presente en la reunión.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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