Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

60

 Será que estos canijos si traen la daga bien clavada conmigo. Por si o por no, lo mejor era deshacerme del celular y pedirle otro al Coronel. Después de todo se suponía que estaba muerto y así debía estar mi número también.

Don Paulino miró el mensaje. No le prestó mucha atención, o por lo menos eso quiso hacerme creer el viejo cabrón, que no le quitaba la vista a las noticias de los motines en la penitenciaría.

– Mira que resultó más vivo de lo que pensábamos el cabrón del Cervantes. Seguramente se les peló en sus narices.

Se les peló en sus narices. Hazte pendejo viejo pinche. Quien sabe que chingados estarás planeando con esa carita de yo no fui, y uno aquí nomás haciéndole al pendejo y metido en un lío por hacer su trabajo. Vaya que estos tipos son algo serio.

Al famoso Lucas Malacón ni siquiera lo conocía muy bien. Por ahí debí verlo en un antro una o dos veces, pero la verdad ni atención le puse.

Y es que no falta algún compañero de la corporación que ande haciéndole a la mañosada, y cuando te agarran confianza sueltan la lengua, cuando se topan con estos pinches puercos.

Pero la verdad es que nunca tuve tratos con este canijo. Ahora resulta que me había convertido en su peor enemigo nomás porque me tocó la suerte de detener a sus hermanos.

A veces me ponía a reflexionar en todo lo que me estaba sucediendo. No cabe duda que en este país te metes con la gente equivocada, y si no terminas muerto te hacen la vida de cuadritos hasta que doblegan tu salud y tu ánimo.

Así estaba yo. En medio del encierro y con un dolor de cabeza de la chingada que me estaba empezando de pronto.

– ¿No me digas que estas preocupado por ese mensajito Calavera?

– No, para nada. Sólo que de pronto me estoy sintiendo mal.

– Y más mal te vas a sentir si seguimos aquí en este pinche encierro de mierda, a expensas de que lleguen esos cabrones, y nos carguen a todos.

No supe que contestar.

– No sé cómo le vamos a hacer Calavera, pero tenemos que salir de aquí en chinga antes de que vengan a madrugar.

– No creo que nos encuentren.

– No estés tan seguro ¿A ver cómo chingados se enteraron de tu número de celular? ¿Por qué no me vas a decir que tú se lo diste al cabrón de Lucas para lo que se le pudiera ofrecer?

Dentro de todo tenía razón. Esto de hacerle al espía no era tan fácil, y menos encerrado. Además seguía pensando en los pinches gringos que estaban hablando con el teniente Míreles. Tenían cara de todo menos de turistas.

Pero si me ponía a contarle a Don Paulino seguro se iba a paniquear, y las cosas se podían salir de control. Aunque por otro lado ¿Qué clase de control era este? Por supuesto no el mío.

Don Paulino se quedó viendo las noticias. Lo único que pude hacer para tranquilizarlo fue prometerle que al día siguiente tendríamos una reunión con el Coronel.

Con todo y el dolor de cabeza que en vez de quitarse iba en aumento, antes de irme a descansar fui a hacerle una visita al Coronel.

Por poco y no lo agarro, porque ya estaba alistando sus cosas para irse.

– ¿Te sientes bien Calavera? –supongo que el dolorcito de cabeza me tenía de un aspecto no muy bueno, porque fue lo primero que me preguntó el Coronel al verme.

– Sólo me duele un poco la cabeza –traté de minimizar el asunto.

– Por ahí debo tener algún analgésico –enseguida Tobías, su chofer fue a buscar la famosa pastilla.

– Gracias Coronel, pero vengo a buscarlo por otra cosa –sin decir más le mostré el mensaje que me había llegado al celular.

– ¿Quién más sabe de la existencia de este número además de nosotros?

– Moncayo y mi novia solamente.

– ¿No has hablado con ellos?

– No Coronel. No le he contestado a nadie tal como quedamos.

– Vas a tener que olvidarte del aparatito. Ahorita lo voy a llevar con mis contactos para que empiecen a investigar, pero por lo pronto este número está tan muerto como tú.

Tobías apareció con un vaso de agua y una pastilla que me tomé enseguida.

– Hay otra cosa que me tiene preocupado Coronel.

– ¿Me imagino que se trata de tu amigo el narco? 

– Sí. Necesitamos hacer la dichosa reunión y terminar con este encierro de una vez por todos o vamos a terminar por volvernos locos. Me incluyo.

– Tienes razón mañana a primera hora trataremos el tema. Por lo pronto disfruta tu encierro una noche más. Ve a dormir, que buena falta te hace.

Disfruta tu encierro, pinche Coronelito. Como él se larga a su casa de la playa, ahí que se chingue el Calavera. Total ya está bien embarcado por pendejo. Ni modo que se eche pa’tras. Para que le hago al macizo, si en la Procu se enteran que estoy vivo me van a querer entambar de vuelta, y los Malacón ni se diga, esos me hacen pozole. Ni para donde hacerme.

Quise tratar de descansar un poco. Me acosté y prendí el televisor para distraer mi mente, pero sólo conseguía volver al mismo embrollo. Al torbellino que arrastraba mi vida desde la ejecución del periodista.

La Morena, el famoso topo y sus narcotúneles, el Gordo Colorado y sus policías corruptos, Cervantes y su mágica huída, y en medio de todos los desgraciados hermanos Malacón.

Todo me daba vueltas no podía concentrarme.

Pinche pastillita. Sólo eso me faltaba que me tuvieran dopado estos hijos de la chingada.

Comencé a sudar frío y todo me daba vueltas. Sentí que se me caía el techo de la habitación encima y no podía gritar.

¡Te va a llevar la chingada Calavera¡ Me retumbaba la cabeza. En medio de una especie de neblina veía el rostro de Lucas Malacón o al menos eso pensaba en ese momento.

Atrás de él un tipo raro con las manos extendidas al cielo. Ensangrentadas haciendo invocaciones con dos cabezas de águila. La sangre que le escurría de las manos era precisamente del gaznate de las aves muertas que chorreaba, y con la que bañaba a Lucas Malacón.

Luego desplumó los dos cadáveres, y volvió a chorrear de sangre toda la escena que ahora era medio borrosa.

Te va a llevar la chingada Calavera a ti y a don Paulino Zataráin. Serán sometidos a mi voluntad.

Sentí que me ahogaba, que la cama daba vueltas por todo el cuarto y no podía moverme.

Seguía empapado en sudor.

Es una maldita pesadilla. Eso es todo. Una maldita pesadilla de la que tengo que despertar.

– Si cariño es una pesadilla de la que vas a despertar en este momento –era la voz de una mujer, una voz que me era muy familiar.

Ahora un olor a rosas, a flores más bien y todo parecía ceder incluso el dolor de cabeza.

Estaba en mi habitación de nuevo.

– Ya estas a salvo cariño. No te confíes. Te tienen bien trabajado –está vez mire a la Morena sentada a un costado de mi.

– Morena. Sabía que no estabas muerta –no me respondió sólo me acarició el rostro con sus manos tibias.

– Así deben ser las cosas precioso. Tú te debes de andar con mucho cuidado. Tus Guardianes del Cosmos te darán una respuesta, porque tú misión sigue adelante a pesar de todo –traía una bata blanca transparente. Sin decirme más besó mis labios.

La agarré con fuerza y pronto estábamos los dos desnudos. El sudor había vuelto y mientras hacía el amor con la Morena me sentía flotando en las nubes.

Que pinche pastillita tan pacheca.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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