Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

54

Durante casi cinco minutos Don Paulino repetía una y otra vez la cantidad de 250 mil dólares y daba vueltas por toda la carraca como león enjaulado. Ya no parecía borracho.

Pinche Coronel nomás le ponía más crema a sus tacos. Ahora ya su celular me mandaba al buzón.

– ¿Qué hacemos Calavera?

– Pues usted decide patrón –no me atreví a decirle que el Coronel ya no me había contestado.

– Pero ¿qué onda con tus contactos? ¿Ya vienen por nosotros?

– Andan organizando el operativo. Mire pienso que debemos darle alas al Mingo. Lo que necesitamos es ganar tiempo, una vez que estemos afuera ya veremos que hacemos –en verdad eso era lo primero que se me ocurría.

Don Paulino la pensó un minuto, sacó un celular e hizo una llamada.

– ¿Eres tu Condesa?… necesito que me arrimes gente en chinga acá al Vecindario… Tu no preguntes mujer y haz lo que te digo. No te puedo explicar más. No apagues tu celular por nada del mundo… Si no hay pedo, ya se que vienen desde allá ¿Cuánta gente puedes conseguir?… ¿Cuántos?… Bueno ni pedo mándalos en chinga. Al rato te digo a donde los veo.

– ¿Nos van a mandar apoyo?

– Por lo menos para que el Mingo no se vaya a querer pasar de listo –Don Paulino no se oía muy convencido y no me atreví a preguntarle nada más.

Se abrió la puerta de la carraca y entraron el Santi y el otro recluso al que no conocía muy bien, cada uno traía una pistola fajada.

– Lo que vayamos a hacer tenemos que hacerlo ya, afuera hay fuego por todos lados y la raza anda desatada, dicen que ya mataron a un custodio.

Casi al mismo tiempo entró el Mingo.

– ¿Qué ha decidido Don Paulino?

– Anda pues sácanos de aquí es un trato.

– ¿Y cómo se que lo va a cumplir?

– Va a tener que confiar en mi palabra compa. Lo único que le puedo decir es que estoy aquí dentro por narco no por estafador. Cuando digo algo lo cumplo no me ando con chingaderas.

El Mingo se me quedó mirando.

– Yo respaldo a Don Paulino –no terminaba de hablar cuando un estallido nos echó al suelo a todos.

Una de las ventanas reventó con un pedazo de de tabique, inmediatamente después entró una botella con la que habían improvisado una bomba molotov.

Lo siguiente sucedió tan rápido que apenas y pudimos y salir todos antes de que la bomba estallara.

No puedo decir que salimos ilesos, porque por lo menos yo me lleve varios rozones cuando todo estalló. Como la habitación estaba hecha de madera, la mayoría de las paredes volaron en mil pedazos. Si Don Paulino tenía algo de valor dentro ya no lo podía sacar.

El desconocido fue uno de los más afectados, porque una madera le pegó justo en la cabeza y lo derribó.

En medio de gritos, el Mingo volvió a tomar la iniciativa indicándonos un camino por la parte trasera de la zona VIP.

– Ustedes vayan adelante Don Paulino. Calavera que todavía está vestido de custodio y yo los vamos ir escoltando acá atrás.

Don Paulino había resultado lesionado de una pierna con la explosión. El otro sujeto apenas y podía caminar por el golpe y estaba empapado de su sangre, así que decidí quitarle el revólver.

De pronto nos envolvió otro griterío y varias mentadas de madre. Luego se escucharon dos disparos.

Apunté el revólver a la ciega. Todavía estaba aturdido por el estallido y por los disparos, y la humareda del incendio de la carraca de don Paulino no me dejaba visibilidad, cuando de repente un cabrón se me vino encima con una punta en la mano.

Alcancé a dispararle, pero él también alcanzó a herirme en un hombro antes de caer muerto.

Don Paulino era quien había disparado momentos antes a un grupo de reos que venían con el que me atacó. Salieron de entre el humo, y nos quisieron sorprender, pero se les cayó el cantón.

Corrimos por un pasillo estrecho por donde estaban los edificios nuevos hacía las oficinas administrativas.

– Ya pidieron apoyo a la policía –me dijo el Mingo que venía a un lado mío.

– No tenemos mucho tiempo entonces.

– Creo que ahorita no hay nadie por las oficinas administrativas. Tengo llaves de la reja esa que se ve ahí adelante. Luego tenemos que salir por la puerta de proveedores ya nos espera un compañero. Recen para que no nos vayan a disparar de las torres.

– ¡Ya nos vienen siguiendo¡ -gritó el Santi que venía ayudando a Don Paulino que cojeaba.

Don Paulino no la pensó dos veces y disparó contra un grupo de reos que venían detrás de nosotros.

Eso los desconcertó lo suficiente como para llegar hasta la reja donde había un candado y unas cadenas.

El Mingo apuntó con su rifle y volvió a disparar.

– ¡Me voy a llevar entre las patas al cabrón que se mueva de ahí¡ -le gritó a nuestros perseguidores. Luego se adelantó y abrió el candado y la reja que cerró cuando todos pasamos al otro lado.

– Ese candado no los va a contener mucho –le dije.

– Lo suficiente para llegar a la puerta de proveedores. Nomás que primero tenemos que pasar la perrera.

– ¿La perrera?

– Tenemos perros cuidando varias de las entradas.

– Eso no me gusta nada.

– ¿Qué prefieres enfrentar a los perros o quedarte al pinche refuego aquí?

No dije nada. Tenía razón.

– ¿Puedes continuar? –le pregunté al desconocido que se venía rezagando más, y él sólo me contestó afirmando con la cabeza.

Estábamos por llegar a las oficinas administrativas cuando nos salió al paso un custodio.

– ¿A dónde llevan a estos presos? –traía un rifle similar al del Mingo, pero no nos apuntó.

– Pareja los llevamos a la enfermería, no ves que están heridos –contesté procurando acercarme lo suficiente.

– La enfermería no es por aquí.

Una mínima distracción me dio la ventaja suficiente para acomodarle un cachazo con el revólver en la pura cabeza. En cuanto cayó al suelo le quite el rifle y le apunté a la cabeza.

– Lo siento pareja no es nada personal –le dije antes de propinarle otro golpe, esta vez con el rifle para dejarlo inconsciente.

Todos mis acompañantes se quedaron pasmados mirándome.

– ¡Dejen de mirar y sigan adelante, que no tardan en tumbar las rejas¡

Llegamos hasta la reja que nos separaba unos cuantos metros de la puerta de proveedores. El Mingo nos pegó a la pared, para que no nos vieran los custodios que estaban en una de las torres, que quedaba justo a un costado de donde estábamos.

Los perros no cesaban de ladrar, con el hocico babeando esperando la menor provocación.

– ¡Vamos a matar de una vez a todos estos animales¡ -gritó Don Paulino.

Escuche el canto de una lechuza que estaba parada en uno de los tubos de la reja y la mire. El ave dirigió sus ojos hasta un perro que estaba atrás de toda la jauría furiosa, y eso provocó que yo también lo mirara.

Por increíble que pudiera parecer ese perro parecía ser el lobo blanco que había visto en aquel extraño sueño cuando nos detuvieron.

Ahora se estaba abriendo paso para llegar hasta donde yo estaba, cuando todos se preparaban para disparar contra los animales.

– ¡Nadie va a disparar¡ -grité mientras me acercaba al lobo blanco, que ya había tomado un puesto de mando entre las demás bestias.

La lechuza volvió a cantar, y eso me tranquilizó.

Me acerque al lobo y le toque la cabeza ante el asombro de todos mis compañeros. Él me lamió la mano.

– ¡Párense ahí hijos de la chingada¡

– ¡Suelta a los perros Mingo¡ -volví a gritar.

Nos habíamos quedado sin opciones, así que el Mingo obedeció, ninguno de nosotros quitamos el dedo del gatillo, pero algo dentro de mi me decía que los perros no iban a atacarnos.

Así fue.

El lobo blanco salió como el líder de la manada, y antes de ir en contra de nuestros perseguidores volvió a lamerme la mano.

Ante la mirada atónita de todos, los ocho perros incluyendo al lobo blanco pasaron junto a nosotros sin mirarnos e hicieron retroceder a nuestros enemigos.

– ¡Eres un pinche brujo Calavera¡ -dijo Don Paulino.

El Mingo se nos adelantó para abrir la puerta de proveedores, donde en efecto estaba otro guardia que saludó afectuosamente a nuestro guía, y finalmente nos abrió la puerta a la libertad.

Los guardias que estaban en la torre estaban tan ocupados con la rechifla entre perros y presos, que ni siquiera se fijaron que nos escurrimos a pie por una de las calles.

Don Paulino aprovechó la confusión para comunicarse con la Condesa.

– ¿Y ahora por dónde Mingo?

No me contestó de inmediato así que seguimos caminando. El Mingo seguía volteando por todos lados buscando a sus cómplices que no aparecían.

Avanzamos unos metros y justo cuando íbamos a cruzar la calle se nos acabó el camino.

– ¡Al suelo hijos de la chingada que nadie se mueva y tiren sus armas¡

Tres camionetas Suburban oscuras repletas de hombres armados con rifles de asalto y encapuchados nos cerraron el paso. Nos sometieron sin que pudiéramos disparar un solo tiro.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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