Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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Me quedé pensando por un momento las cosas antes de que llegara Ocampo. Para el plan que tenía necesitaba una jeringa, en esto casos el Kelo me hubiera sido muy útil, pero él no estaba.
De tanto pensar me entró un coraje y cierta impotencia.
Todo seguía pareciendo un complot, en el que seguía envuelto quisiera o no. Y mientras el pinche Coronelito aventándose unos tragos en su alberca con alguna zorra. Pinche Coronel. A la chingada con su calma.
– ¡¿A qué hora piensa sacarnos de aquí?¡ -se me acabó la paciencia y le marque al celular.
– Primero cálmate Calavera. Ahorita no te puedo atender estoy ocupado.
– No la chingue mi Coronel ¿Qué me calme? Aquí las cosas están que arden. Si no nos saca de aquí estos hijos de la chingada de los sureños nos van a matar.
– Te marco en cuanto pueda y platicamos con calma. Mantente vivo.
Mantente vivo. Que fácil se dice desde una casa de la playa. Ni siquiera espero a que le dijera nada más.
No se si sus informantes lo mantenían al tanto de lo que estaba sucediendo aquí. Podía adivinar que había un verdadero desmadre. Seguramente el tal Pacman, sus sureños y los guardias vendidos a él, estaban detrás de todo.
Ocampo llego puntual. Me encabronaba tener que depender tanto de él, pero si me esperaba a que el pinche Coronel hiciera algo me iba a cargar el payaso aquí adentro.
– Tal vez no sea un asunto de mi incumbencia Calavera, pero si planeas fugarte deberías hacerlo ya, porque las cosas por aquí están calientitas y no veo por donde se puedan componer. Ahorita acaba de empezar otra bronca entre paisanos y sureños.
– ¿Qué hay con el asunto del Pibe? –traté de evitar el tema, no estaba de humor para darle explicación a cabrones sobre mis planes.
– Aquí entre nos parece que estos hijos de la chingada traen una lista negra, porque la orden de matarlo vino de afuera.
– ¿Quiénes traen esa lista?
– Los sureños, la gente del Pacman ¿Quién más? No me creas mucho puede ser un borregazo, pero por eso te digo que deberías ir pensando la forma de largarte de aquí ya. Esos güeyes son un chingo.
– Bueno pues vamos a investigar ese borregazo. Si tienen una lista negra lo vamos a averiguar esta misma noche. Necesito que me consigas una cura de heroína y un uniforme de custodio.
– ¿Un uniforme? ¿Qué es lo que piensas hacer?
– Voy a ir por el Pacman y tú me vas a ayudar junto con uno de tus amigos de más confianza. Creo que con esto será suficiente ¿no? –saque un fajo de billetes, eran mil doscientos dólares que le cambiaron el semblante de duda a Ocampo.
– ¿Y de dónde voy a sacar un uniforme?
– Dime si puedes de una vez, no me gustan las chingaderas.
– Está bien y ¿Cuál es el plan?
– Vamos a sacar de su celda al Pacman y luego lo llevamos a la zona esa nueva que están construyendo atrás de la zona VIP. Le voy a sacar toda la sopa al hijo de la chingada y a cobrarle algunas de una vez por todas.
Ocampo sólo suspiró.
– ¿No me digas que tienes miedo? ¿Y así piensas participar en una fuga?
– No para nada, lo que pasa es que lo dices muy fácil.
– Esta noche vamos a ser tres custodios que vamos a cambiar de celda a un ojete ¿Cuál podría ser la dificultad?
– Ninguna.
– Como a las once de la noche está bien que nos veamos.
– A esa hora no hay nadie. Es perfecto. Veo que lo tienes todo calculado.
– Sólo con que no me vayas a fallar.
– Para nada, de hecho hoy tengo guardia en la noche y casi toda la gente de Cervantes esta por la mañana, así que no creo que tengamos problema alguno.
– Entonces nos vemos por aquí antes de las once de la noche.
– Está bien.
Agarre el amuleto que me había regalado el Nagual. Sin duda lo iba a necesitar bastante está noche.
Me recosté un rato y encendí el televisor.
Estaban transmitiendo la noticia de la muerte del Pibe, y por lo visto la versión del suicidio se había vuelto oficial.
Imaginó que con Don Paulino estaban mirando la misma noticia, porque minutos después apareció el Santi de vuelta.
– Don Paulino quiere verte ahora.
Por su expresión y tono de voz pude adivinar que la confirmación de la noticia no les había caído nada bien.
Llegamos a la carraca de Don Paulino sin decir palabra. Dos tipos estaban como postes inmóviles vigilando. Pasamos sin problemas.
– Déjame sólo con él por favor.
El Santi salió en silencio.
Don Paulino estaba sentado en su sofá tomando, con los ojos todavía enrojecidos de llorar, y ahí junto sobre un pequeño buró, estaba una pequeña charola de plata llena de cocaína, una copa con güisqui y una pistola escuadra cromada 38 Súper con cachas de oro.
– Estos hijos de la chingada creen que es tan sencillo sacarme de la jugada –dijo y se sonó la nariz. Luego me ofreció si quería algo de beber o un perico.
– Prefiero mantenerme sobrio patrón si no le importa. Sólo voy a agarrar un vaso de jugo de piña de los que tiene por aquí.
Hizo un ademán de consentimiento y se preparó otra línea de cocaína.
– Y si fuera usted también trataría de estar en mis cinco sentidos, porque no creo que se queden tan tranquilos.
– Estos cabrones han despachado a dos de mis compadres en estos últimos días, no puedo evitar sentirme mal.
– Quizás no sea cierto, pero dicen por ahí que hay una lista…
– Y seguramente tú y yo estamos en ella. Por eso precisamente te mande llamar. Tenemos que hacer algo ya.
– Tenga por seguro que lo haremos. Sólo quiero que me espere está noche. Hay algo que necesito hacer y nuestro futuro depende del éxito de eso.
– ¿De qué se trata?
– No me lo tome a mal, pero prefiero mantenerlo al margen. Así si me truena nadie podrá relacionarlo con usted. Es mejor así. Le puedo adelantar que si las cosas me salen como lo tengo planeado vamos a darles un golpe que los va a poner contra la lona.
Don Paulino sonrió y enseguida se acercó a darme un abrazo.
– El Pibe era más que mi compadre, era una pieza clave en mis negocios fuera de aquí. Estos cabrones seguramente se enteraron de eso cuando secuestraron a mi compadre allá afuera. Por eso ya prevenimos al hermano del Pibe para que se pele de la ciudad. Pero me temo que nos mermaron allá afuera.
– Y quieren acabarlo acá adentro.
– Pero antes me voy a despachar a dos o tres conmigo –Don Paulino agarró la pistola que tenía en el buró y cortó cartucho –ya estoy preparado para eso.
– Con todo respeto patrón, hay que guardar un poco la calma, esconda esa pistola que le aseguró que la vamos a necesitar para salir de aquí.
Creo que dije las palabras mágicas, porque a Don Paulino se le iluminaron los ojos y de inmediato se fajó la pistola –así me gusta Calavera. Que los cabrones saquen los huevos cuando debe de ser. Vamos a necesitar que tu amigo el brujo se aviente un buen jale para que nos ayuden sus espíritus.
– No se preocupe por eso patrón, seguramente él anda por aquí vigilando junto con el Gitano Jiménez –dije nomás por decir, pero en ese momento los dos escuchamos al petirrojo cantar. Estaba parado justo en una de los barrotes de la ventana que estaba detrás de nosotros, y por lo menos a mi se me enchinó la piel al verlo. Me miraba fijamente y se le dibujaba una sonrisa fuera de lo normal para ser un pajarillo.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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