Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

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 En medio del caos el Nagual siempre tranquilo. Ahí estaba sentado en una mesa en medio de matones, ladrones, traficantes, polleros y no se cuanta cosa más y no parecía importarle.

Lo curioso es que nadie parecía notar su presencia, ni siquiera mis compañeros de mesa.

El Gitano Jiménez se quedó ahí parado un buen rato. El mismo tiempo que duró mi asombro. El Kelo fue el único que notó que mi atención estaba en otro lado.

– ¿Lo acompañó patrón? –me preguntó cuando me excuse para ir a sentarme con el Nagual.

– No es necesario Kelo. Tú quédate aquí, dame sólo unos minutos y luego me alcanzas.

Era mejor así con este canijo del Nagual nunca se sabe que puede pasar.

Mucha gente no creería las cosas que miré cuando estuve de huésped en la casa del Nagual. A veces prefería pensar que estaba soñando.

– Si tù quieres pensar eso está bien, a mi no me incomoda en lo más mínimo –me decía.

Tampoco sabría decir a ciencia cierta donde estaba su casa, lo que si puedo decir es que estaba en medio de un terreno grande, como en medio de un selva porque todo alrededor eran árboles y plantas.

– Las flores tienen una energía astral que les da la Madre Tierra y se fortalece con Tonatiuh, el Dios del Sol –me decía, pero yo no le entendía ni madres. Estaba ahí tirado en un colchón viejo, todo adolorido, pensando que en cualquier momento me iba a llevar la chingada, cuando entraba mi compa con un te o un gotero, que según él tenían las esencias de las flores que cultivaba en su jardín.

De vez en cuando podía escuchar el mar, pero nunca supe que tan cerca estábamos de ahí. Ante mi curiosidad sólo encontraba silencio y una sonrisa o frases como “estamos donde debemos estar, nada más”, nunca entendí porque guardaba tan celosamente el secreto de su morada, pero sin duda eso me serviría después.

Nunca supe donde vivía, no tenía familia y aunque pareciera que no tenía vida social de pronto mucha gente lo visitaba, ya fuera para que les rompiera algún encantamiento o para que los sanara de algún mal.

Uno puede pensar que sólo gente ignorante acude en estos días a solicitar este tipo de servicios, pero se impresionarían de saber que no es así.

Tengo bien presente que cuando estaba convaleciente el Nagual recibió una visita inesperada.

Incluso por un momento me invadió el miedo, pensando que los guaruras del cliente de mi amigo eran en verdad un grupo de mañosos que venían a liquidarme.

En minutos me di cuenta que no era así. Reconocí al entonces Alcalde de la ciudad. Se veía muy desmejorado, sudoroso y débil.

El Nagual lo pasó a una habitación que tenía destinada especialmente para recibir a sus pacientes o clientes. Pidió a todo mundo que permaneciera afuera.

Los escoltas respetaron la orden. El Nagual y el Alcalde duraron casi hora y media. Podía escuchar música prehispánica y el olor a incienso lo penetraba todo.

El Alcalde volvió un par de veces. Nunca supe que era lo que tenía, porque mi amigo siempre ha sido demasiado discreto, de más diría.

Y ahí estaba de nuevo, quizás cuando más lo necesitaba, como siempre.

– No te ves muy bien hermano –me dijo mientras me regalaba una de esas sonrisas suyas tan tranquilizadora.

– ¿Cómo puedo estar aquí dentro?

– Permite que encarcelen tu cuerpo, pero no tu alma. A veces hay que pisar el bajo astral porque ese es nuestro destino.

Sentado en su mesa no parecía correr el tiempo. Talvez nadie lo crea pero así era, como si todo el barullo de la prisión estuviera afuera de una esfera de cristal donde los dos estábamos encerrados en ese momento.

Entonces estiró su mano y me agarró la cabeza. Con su dedo pulgar presionó justo en medio de mi frente, al centro de mis cejas, mientras el resto de sus dedos se posaban en mi cráneo. Fue como si en ese instante inyectara una descarga de energía pura en mi cabeza.

Por instinto cerré mis ojos y de inmediato todo se cubrió de colores brillantes, el morado, el naranja y el blanco saltaban como rayos por todas partes. No escuchaba nada más que mi propia respiración.

No sé cuánto tiempo duró eso. Me pareció una eternidad que me cubría de calma y fuerzas para seguir.

– No te preocupes por lo que ahora haces. La jungla te alcanzó y debes aprender a vivir en ella el tiempo que sea necesario.

– Te agradezco –nunca he sabido que contestarle, pero por alguna razón entiendí sus palabras a la perfección.

– ¿Ese amigo tuyo se siente mal ahora?  

En otro tiempo quizás me hubiera sorprendido de su facilidad para adivinar las cosas, así que trate de responderle con naturalidad –eso creo.

– Extiende tus manos y cierra tus ojos por favor.

Segundos después comencé a sentir que salía fuego de sus manos y se metía en las palmas de mis manos. Cuando abrí mis ojos noté que el Nagual había puesto unos polvos en el vaso de agua que después me dio a beber.

Me sentí algo extraño, como si por un minuto estuviera flotando.

– Aquí las cosas se van a poner muy feas y tú y tu amigo necesitan todas las fuerzas para cumplir con sus encomiendas.

Sobre la mesa puso dos sobrecitos de papel, con polvo y hierbas dentro.

– Fíjate bien esto es la Carne de los Dioses y este sobre –me entregó primero uno de los sobres que era de papel morado –es para tu amigo. Primero vas a hacer lo mismo que yo hice contigo, vas a inyectar la energía por el tercer ojo cubriendo el chakra de la coronilla, tal como lo hice hace un rato ¿Comprendes?

– Espero que sí.

– Después vas a poner la carne de los dioses en dos litros de agua, y ese líquido lo debe tomar como él quiera. Debe terminárselo todo. Ya luego que estén fuera de aquí lo veré yo mismo.

Luego tomó el otro sobre, que estaba marcado con una mancha negra.

– La Carne de los Dioses no puede ser ingerida por seres impuros porque sucumbirán, así que tú sabes lo que tienes que hacer con este sobre.

Y vaya que si lo sabía.

Tampoco me impresionó que el Nagual supiera o intentara adivinar mis intenciones.

– Ahora ve con tus amigos que aquí están a punto de comenzar los problemas.

Me dio la mano y comenzaron los gritos. Por un alta voz nos pedían a todos que regresáramos a nuestras celdas, y a las visitas que salieran por un estrecho pasillo.

De repente todo era caos.

El Kelo se aproximó y me jaló, justo antes que otro reo intentara golpearme.

– ¡Patrón tenemos que salir de aquí¡

Ya no vi al Nagual, sólo a varios custodios que entraban a empujones y nos hacían retroceder, mientras inexplicablemente los reclusos parecían más exaltados que de costumbre.

– ¿Qué está pasando aquí? –pregunté al Kelo que me conducía por uno de los pasillos hacía la zona de carracas.

– Parece que unos internos comenzaron una pelea en uno de los tanques ¿No se dio cuenta del griterío?

– No.

En la mirada del Kelo se notaba un desconcierto total, tenía una cara que casi me gritaba “y a este guey que le pasa”, pero no dijo nada.

Llegamos a la carraca sanos y salvos.

– Siéntate un rato mi Kelo no es conveniente que te vayas ahorita.

– ¿Le puedo preguntar algo patrón?

– Lo que quieras.

– ¿Qué estaba haciendo sólo en esa mesa?

– ¿Sólo?

– Sí. No mire a nadie más con usted.

– Estaba con un visitante del Gitano Jiménez.

El Kelo se puso pálido y abrió la boca sin poder decir nada.

– ¿Dice usted Gitano Jiménez?

– Así dijo que se llamaba el tipo de la guitarra ¿Lo conoces?

– Patrón debe usted estar bromeando o seguramente alguien que conoce la leyenda se lo anda cotorreando. En el comedor no había ningún tipo con una guitarra.

– Y el Gitano Jiménez.

– A él lo asesinaron hace algunos años precisamente en la zona de visitas.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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