Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

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 Valeria me llamó esa noche para darme las buenas noches. No sé. Puedo sonar medio ridículo pero su voz sonaba melancólica. Creo que hay momentos de esos. En los que recuerdas partes de tu vida que están ahí, como mi hija,  porque al día siguiente recibí una carta de ella.

Valeria quería volver a verme, pero no quedamos de acuerdo. Primero tenía que resolver algunos detalles por acá antes de exponerla de nuevo.

Mi hija también quería verme. Lo decía en su carta. La verdad no tenía valor para tanto.

Hace tiempo tome la decisión y los costos los sigo pagando. Un hombre que ha decidido vivir como yo, no es muy buen padre de familia y menos un buen esposo.

Por eso vivía alejado de mi hija y de mi exesposa. Aunque parezca increíble recibir una carta de mi pequeña en estas circunstancias duele. Así como dolió en su tiempo tener que dejarlas hasta el punto de que tuvieron que cambiar su residencia por mi culpa.

Por esta vida que tengo las puse en riesgo. Esa carta me hizo recordarlo, con cada una de sus palabras. No porque mi hija me lo recriminara o mi ex mandara un mensaje oculto entre líneas, sino por el simple hecho de tener que mantenerlas lejos de nuevo. Ahora hasta Valeria debía guardar su distancia.

Eso es difícil.

Es cierto que mi primer matrimonio ya no iba muy bien cuando decidí dejarlas ir. No soy un tipo de lo más fiel que digamos. Eso no le gustaba mucho a mi ex, pero cuando su vida estuvo en juego supe que lo mejor era que ella aceptara una oferta de trabajo en otra ciudad, aunque eso implicara que vería a mi hija sólo durante sus vacaciones.

Por aquel entonces investigaba a una bandita de polleros secuestradores que operaban en hoteluchos en el centro de la ciudad.

Puedo no ser una perita en dulce, pero me da asco la basura que camina como estos tipos, que eran comandados por un sujeto al que le decían el Chango y se llamaba Daniel.

El tipo vivía en hoteles, era adicto al cristal y tenía la afición de conquistar prostitutas a las que luego les acomodaba unas madrizas marca diablo.

Se paseaba en los bares de mala muerte con su sombrero vaquero y sus botas de pieles exóticas, pantalón de mezclilla y siempre con una camisa más garigoleada que la Basílica. Pinche Chango, siempre con sus relojes ostentosos y un kilo de cadenas de oro en el cuello.

El tipo se la llevaba a la caza de migrantes que se hospedaban en los hoteles donde tenía mirones.

Entonces él o sus compinches ofrecían sus servicios como polleros, y los pobres ingenuos que caían en sus garras se convertían en sus víctimas.

Una vez que aceptaban eran trasladados al hotelucho donde vivía el Chango, y ahí permanecían secuestrados hasta que sus familiares en los Estados Unidos pagaran por su liberación.

Claro que se la aventaban buena, porque casi siempre metían a sus víctimas en la cajuela de un carro o camioneta, para hacerles creer que habían pasado la frontera, cuando en realidad sólo los habían cambiado de hotel.

A los familiares también le decían que los tenían una casa de seguridad en San Diego o Los Ángeles, dependiendo, y que para soltarlos tenían que enviar hasta 3 mil dólares.

Nadie los denunciaba. Sus víctimas llegaban a la frontera con la firme intención de cruzar a los Estados Unidos y no querían problemas con las autoridades. Tampoco tenían tiempo para el papeleo.

Los más osados volvían a intentarlo, a otros no les quedaba más que regresar a sus pueblos con las manos vacías.

Así que no tenía mucho contra ellos.

Pero este tipo de basuras siempre comete un error: asesinaron a una pareja que no tuvo para pagarles y a la jovencita la violaron.

Los mataron en el hotelucho, pero arrojaron los cuerpos a la canalización.

Estaba tan encabronado.

La banda del Chango ya antes había tratado de comprarme, pero yo no hago negocios con la basura.

Aunque ya conocía a Moncayo, en aquel entonces no era mi compañero y tampoco sabía que convivía a diario con el enemigo.

Mi pareja de trabajo era un tipo al que todos le decían el Muerto. Prefería llamarlo Orona, por su apellido.

El pinche Orona era de Toluca y me decía carnalito. A veces era castrante escucharlo.

– Carnalito el Chango nos está pidiendo una tregua.

– Mira cabrón, tú has lo que quieras, pero yo no hago tratos con la basura.

Ya no me volvió a decir nada.

Al día siguiente, cuando esperaba para recoger a mi hija en la escuela, me sorprendió un cabrón al que le decían el Prieto Camargo.

Me agarró por la espalda y me puso un cuchillo en el cuello. Estaba completamente inmovilizado.

– Agente Calavera aquí le manda un mensaje el Chango. Lo tenemos bien ubicado a usted y a toda su familia. Así que ya déjese de chingaderas.

Me quitó mi arma de cargo, me dejó una cortadita en el cuello y desapareció, pero desafortunadamente otros padres de familia miraron la escena y se atemorizaron. Ahí terminó mi vida familiar.

Esa fue la gota que derramó el vaso y mi esposa decidió dejarme. No tuve opción y apoye su decisión de irse de la ciudad junto con mi hija.

En cuanto eso sucedió decidí reventar el hotelucho que servía de madriguera del Chango y su gente, pero Orona alcanzó a darle el pitazo y se me escapó.

El recepcionista y el famoso Prieto Camargo, que había ido a buscar al Chango, no tuvieron la misma suerte.

– Mira a quien tenemos aquí.

– Mi comandante yo no….

– Ahora si soy comandante verdad hijo de la chingada –creo que tenía mucho odio guardado porque saque mi nueve milímetros y con la pura cacha le destrocé el cráneo. Ese lacra tuvo que salir en ambulancia de ahí, y después directito a la peni. Meses después lo mataron aquí dentro.

El Chango estaba tan enfurecido que gracias a Orona me pudieron ubicar y me levantaron. Entonces pensé que no volvería a ver la luz del día otra vez. Mientras me acomodaban una madriza toda mi vida pasó frente a mí. Sé que está muy trillada ya esa onda pero así fue.

Abrí los ojos quien sabe cuántos días después en la casa de mi Ángel de la Guarda, el Nagual.

Va a sonar descabellado y loco, pero he llegado a pensar que mi compita ni siquiera es un ser de este mundo. Por lo menos no un humano de carne y hueso pues.

.

Y es que sus historias son igual de inverosímiles. Algunas veces dice que nació en la península de Yucatán, otras que en Chiapas y que ha andado por la selva porque tiene una misión que cumplir.

Nunca me ha dicho su verdadero nombre.

– Llámame como quieras. Para mi es lo mismo. Algunos aquí me dicen Nagual  porque puedo convertirme en animal.

– ¿Y eso es cierto?  

Sonriendo contestó: todos somos animales, también hermanos y tenemos una misión, la tuya no es fácil y por eso estoy aquí.

– ¿La mía? ¿Cómo sabes cuál es mi misión? – esa revelación me sorprendió y todavía no deja de hacerlo, sobre todo viniendo de un hombre que se lleva caminando entre los indigentes, haciendo limpias, meditando en la playa, observando a las estrellas.

– Soy un maya galáctico, y tú eres un policía interestelar.

Bonito cargo. Policía interestelar encerrado en este chiquero, drogándome con un traficante al que tengo que sacar de aquí.

– Tú tarea no es fácil. A veces vas a tener que hacer cosas que no entiendes porque las haces, pero que deben ser así.

– Casi me matan, mi familia me abandonó, apenas puedo moverme y crees que puedo seguir adelante con esto.

– Tú lo has dicho. Con la basura no se puede hacer trato alguno, y como todo en el universo, esos seres van encontrar su lugar, porque en esta vida no les toca evolucionar.

Su tranquilidad nomás conseguía encabronarme más, pero a él no parecía importarle.

– Mientras guardes ese odio en ti no podrás estar listo para continuar.

– Pero ya han pasado muchos días.

– El tiempo es relativo. No se toca con los dedos. Ni se siente con el corazón. Se mide con los pasos de las almas.  

Poco antes de irme, cuando ya estaba repuesto, se acercó a mí de nuevo con esa tranquilidad envidiable.

– ¿Qué vas a hacer ahora?

– A buscar a esos hijos de la chingada. Me las van a pagar toda.

Entonces tocó mi frente con un cariño indescriptible, a caray no me vaya a estar volviendo puñal, pensé cuando pidió que cerrará mis ojos.

Minutos después entendí su calma y me mire en un valle verde lleno de flores, con una paz que me llenó de fuerzas para seguir viviendo.

– Los destinos los dictan los espíritus ancestrales. Vomita la rabia para poder morder. Eres el sabueso que limpia la basura galáctica.

Fueron palabras proféticas.

No volví a saber del Chango por un rato.  

Tiempo después supe que el vicio había acabado con él. Era un vagabundo más, que comía de la basura. Un día perdió la cabeza literalmente al ser atropellado en la avenida Internacional. Su cadáver terminó en la fosa común.

A Orona no lo volví a ver. Lo acribillaron cuando me recuperaba en casa del Nagual.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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