Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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Llega un momento en que la hediondez te invade y no sabes que decir. El encierro te pega machin, por muy chingona que este tu carraca. Bien dicen por ahí que aunque la jaula sea de oro no deja de ser prisión.
Y el tal Ocampo ya vio burro y se le antojo viaje o nomás me está tanteando a ver que digo. Yo como el chinito nomás milando.
– No sé quién le metió esas ideas mi compa, pero ¿cómo cree usted que puede ayudarme?
– A salir de aquí. Y de paso a echarle la bronca a Cervantes para que lo claven lindo y bonito cuando usted se pele Calavera.
– ¿Y cómo sé que usted no me está jugando chueco?
– No lo va a saber. Sólo le digo que soy su única esperanza si de verdad quiere salir de aquí, porque Cervantes tiene controlados a todos los custodios, y gracias al Pacman se entera de todo lo que pasa allá afuera entre la plebe del Vecindario.
– ¿Quién es el Pacman?
– El cholo ese con el que se peleó. Así lo conocen por aquí.
Y sólo así me pude acordar de él, pero no se lo dije a Ocampo.
Había pasado mucho tiempo. Por eso no lo pude reconocer la primera vez que nos topamos aquí en la Peni. Son tantos cabrones los que uno ha mandando a la sombra que es imposible acordarse de todos.
En aquel entonces yo creía que el tal Pacman no era más que un sicario de segunda que tenía asolada la zona este de la ciudad. Se llevaba metido en los tugurios de mala muerte, y traía una bola de cabrones a su servicio para andar levantando malandros que no pagaban plaza.
Su afición era golpear a prostitutas y bailarinas en antros de esa zona. Ya punto pedo salía de los lugares sin pagar la cuenta. Nadie se atrevía a reclamarle nada.
Me enteré de esto porque una vieja amiga Zulema tenía un billar, y obviamente no se había salvado de estas escenitas.
– Ya me tiene hasta la madre este cabrón. Tienes que ayudarme Calavera. Ya me agarró de su puerquito. Viene hace un desmadre con las muchachas. Cuando quiere paga, y de paso me espanta a los clientes.
Cuando me habló Zulema parecía realmente desesperada. Ya antes me había comentado que el tal Pacman iba, hacía de las suyas y le dejaba un soberano desmadre.
Este tipo era uno de los tantos fantasmas para la procuraduría. De esos que todo mundo sabe que andan haciendo su cagadero por la ciudad, pero de los que curiosamente a la mera hora nadie sabe dónde encontrarlos. Se esfuman.
Pero eso a mí me valía madre. La Zulema era una buena amiga y cuando se trata de echarle la mano a mis amigos no la pienso mucho.
– Mira preciosa esto es lo que vamos a hacer, primero me vas a decir con cuanta gente suele ir al billar este cabrón. Me interesa mucho saber que es lo que toman.
La clave para mantenerse vivo en este negocio es saber aprovechar las oportunidades. También tener muchos conocidos. No todo se trata de echar bala y golpear gente. A veces hay que usar la cabeza.
El famoso Pacman siempre iba acompañado con tres o cuatro gatilleros, que se ponían a jugar billar con él en la misma mesa. Uno más se quedaba vigilando afuera.
Por lo regular pedían una botella de buchanas, y de ahí tomaban todos hasta el halcón que cuidaba la entrada.
Con esos datos eché a volar mi plan.
Primero fui a visitar a un viejo amigo, químico de profesión, para que me preparara un buen somnífero que no se percibiera sabor en la bebida, y le llevé un par de botellas de buchanas.
– No sé qué estas planeando ahora Calavera, pero si se te cae el cantón a mi ni me menciones.
– Tú sigue la carroza y no preguntes por el muerto. No pasa nada Químico.
De volada fui y le llevé las botellas a la Zule. Como el Químico me dijo que el efecto tardaba como media hora en surtir efecto, le di instrucciones a mi amiga para que en cuanto empezara a verlos medio apendejados me llamara.
– Ponte bien trucha mujer, tu tranquila no levantes sospechas atiéndelos como siempre, porque no planee todo esto para tener que hacer un reguero de sangre. Ya que los veas medio apendejados me hablas y yo voy a estar listo con un operativo para ir por ellos.
Pasaron un par de días antes de recibir la llamada de la Zule. Lo bueno fue que yo tenía a unos compas listos para entrar en acción con una sola llamada, y así fue.
Ahí te voy con Moncayo y otros tres compas más. Armados hasta los dientes para atorar al Pacman y a su gente.
De todos modos íbamos medio nerviosos, porque el tipo tenía una fama de sanguinario. Incluso le echaban la bronca de haber disuelto en un tambo de ácido a un compañero de la policía que nunca apareció. Como se dice por aquí lo hizo pozole, y no quedo ni rastro de él.
Por fortuna todo nos salió a pedir de boca.
El tipo que estaba en su camioneta para echar aguas, estaba todo mareado. Cuando nos vio llegar quiso reaccionar, pero no pudo ni gritar antes de que Moncayo le estampara el mango de la escopeta en la cara.
Entramos al billar sin hacer mucha bulla y en un dos por tres teníamos rodeada la mesa del Pacman, dos de sus sicarios ya estaban babeando en sus sillas y sus movimientos eran tan torpes que su capacidad de reacción fue casi nula.
– Ya te pusieron game over mi Pacman –le dije antes de atizarle un madrazo en el puro hocico.
De ahí nos llevamos a los angelitos a los separos. Más de un compañero nos vio con recelo cuando miraron al Pacman y a su gente toda idiotizada.
– Mi comandante nos vienen siguiendo como tres fotógrafos. Seguro no tardan en caerle por aquí. Alguien le aviso a los medios.
Alatriste debió de haber sentido un madrazo en el estómago, porque por lo menos de eso puso la cara cuando le dije que los medios ya sabían que teníamos detenido al Pacman.
– ¿Quién chingados ordenó esto?
– El Procurador mi comandante.
– ¿Y por qué chingados no me avisaste? ¿Quién eres tú para recibir órdenes directas del Procurador?
– Pues eso pregúnteselo a él mi comandante. A mi me hablaron a la mitad de la noche, me indicaron que organizara el operativo y me trajera a los detenidos para acá. La verdad yo ni se quienes sean estos canijos.
Todo me salió bien porque tuve el cuidado de poner sobre aviso al Gordo Ruelas sobre lo que tenía planeado hacer.
– Avísale al señor Procurador para ver si tengo su aprobación para decir que él mismo giró instrucciones para hacer el operativo. Le juro que no se va a arrepentir.
– Hay pinche Calavera. Me metes en cada bronca, pero bueno deja le comentó y te marco.
También le explique al Gordo Ruelas mis razones para saltarme al comandante Alatriste, y creo que lo entendieron porque en pocos minutos me devolvió la llamada.
– Tienes la bendición del licenciado, pero si algo sale mal…
– Si ya se. Él no sabe nada.
Por eso digo que en este negocio siempre tienes que aprovechar las oportunidades. Entonces se me presentó aquella opción de entambar al Pacman, y ahora con Ocampo volvía a tener una valiosa posibilidad de vengarme de esa escoria que se había convertido en mi pesadilla.
Si antes no lo había reconocido, ahora tenía la sospecha de que él tenía en su poder información muy valiosa para mí.
– Si quieres ganar mi confianza vas a tener que aventarte un jale conmigo. Ya después hablaremos de Cervantes y los otros planes.
– Estoy más puesto que un calcetín –con un brillo perverso la cara de Ocampo se iluminó. Imagino que igual me pasó a mí en ese momento.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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