Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

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No, si a las mujeres les das vuelo y al rato ya hasta departamento quieren.

Ahora resulta que la güera quería saber de todo.

Esta vieja ha de creer que soy bien pendejo. De volada en cuanto se fue el Kelo, que me pregunta con su carita toda melosa quien había tocado.

Si chucha. Ahorita voy a andar de hocicón diciéndote que me entregaron un recorte de periódico sobre el homicidio del periodista, y que también miré al jefe de escoltas del Procurador acompañado de un custodio.

Pues nada. Me callé la boca. Es el que me hace los mandados quería una feria, le contesté sin más detalles.

– ¿Y qué te guardaste en la bolsa del pantalón?

A que vieja tan metiche. La verdad que idiotas quienes la mandaron a espiarme. Han de creer que voy a caer redondito.

Por supuesto no tuve oportunidad para revisar bien la nota que había llegado a mis manos.

La tal Pily no se conformó con una simple negativa. Pinche vieja ha de ser una espía profesional disfrazada de piruja.

Se puso a jugarla de amorosa y entre abrazo y abrazo quería sacarme el papel del pantalón. Total que terminamos de nuevo desnudos en la cama. Por lo menos logré que se alejara de mis pantalones y de la nota que me habían enviado.

Luego de unos instantes de pasión quedamos nuevamente dormidos.

Un par de horas después la cruda me volvió a despertar, y me levanté a buscar una cerveza al refrigerador.

Para mi sorpresa la tal Pily había desaparecido. Lo primero que se me vino a la mente fue el recorte de periódico.

Evidentemente no perdió la oportunidad para leer el recorte de periódico. Me chamaqueo la muy cabrona.

Por suerte no se llevó el recorte, pero era lógico que había leído el contenido del papel, porque no estaba justo como yo lo había dejado. Además me dejó un recado en un pedazo de papel sobre la mesita de la cocina, donde me explicaba que tenía que irse, que le había gustado mucho mi compañía. Dejaba su número de celular y prometía volver a visitarme la muy ladina.

Era un día caluroso, así que la cerveza que me tome me cayó de perlas. Como no tenía más remedio volví a recostarme y encender la televisión.

No dejaban de recorrerme ideas absurdas por la cabeza.

¿Qué chingados estaba haciendo el Gordo Ruelas aquí en el Vecindario? Ahora si él me había traído esta nota era por alguna razón. Así que una vez que el dolor de cabeza cedió la tome y la leí con detenimiento.

Para empezar no venía firmada por ningún reportero que conociera, y parecía más bien basada en un rumor, porque tampoco tenía una fuente confiable.

Lo que si le pegaban una chinga al Capi Colorado y su gente. El simple hecho de pensar que me vincularan con él me daba asco.

Si ese pinche panzón creía que me había olvidado de él estaba muy equivocado.

Pero con esta nota no me quedaba la menor duda de que alguien más quería perjudicar al cerdo este.

La noticia decía que un comando de policías municipales, bajo el mando de un Jefe de la corporación, al que sólo identificaban como el Capi, traía un cagadero por toda la ciudad.

Según esto se trataba de una investigación realizada por el periódico, y denuncias anónimas que habían llegado a su redacción.

Lo más curioso del asunto era que relacionaban a este comando con el asesinato del periodista. Decían que también habían intentado asesinarme a mí y que incluso en prisión seguían buscando mi muerte.

Esto fue lo que no me gustó nada. Seguramente el mendigo de Cervantes no tardaba en venir a chingar de vuelta.

Al rato el Kelo llegó con unos tacos que le había encargado.

– ¿Te tocó ver cuando se fue la güera?

– Si jefazo. Pensé que usted querría que la escoltara hasta la salida y eso fue lo que hice.

– ¿Te dijo o te preguntó algo sobre mí?

– Que si lo hizo. Me hizo varias preguntas patrón y me pidió que la disculpara de su parte, que como usted se había quedado dormido y ella tenía que irse no lo quiso despertar.

– ¿Qué tipo de preguntas hizo?

– De porque estaba usted aquí, si yo sabía que usted era policía y cosas así. Como que no le caía bien el veinte de que alguien como usted estuviera preso.

– ¿La habías visto antes por aquí?

– Si se refiere usted si es de las mujeres que cada rato entran a las fiestas de Don Paulino, pues puede ser jefazo porque conocía muy bien el camino de regreso a la puerta principal, pero nunca he estado en una de esas reuniones.

El Kelo se iba yendo cuando apareció Ocampo, el custodio que se suponía iba a velar para que nada sucediera en mi visita conyugal. 

De inmediato notó que su presencia no me agradaba en lo más mínimo.

– No había tenido oportunidad de venir a platicar con usted.

– Ni falta que hace.

– Se que esta enojado mi compa, pero quiero que sepa que no tuve nada que ver con lo que le hicieron.

– Ya me lo había dicho. Ahora si me disculpa quisiera estar solo.

– Mire Calavera, aunque no lo crea estoy de su lado. No se desde que lo conocí usted me cae bien. Además tenemos algo en común: nos cae de a madre el Comandante Cervantes.

– Es bueno saberlo.

– Puede contar conmigo para lo que sea mi estimado. Si usted se decide podemos darle su merecido al tal Cervantes. La verdad nada me gustaría más.

Este pinche custodio algo quiere, y será el sereno pero ya se ganó mi atención, porque seguramente algo sabe el canijo.

– ¿Y que tipo de merecido quiere darle al Comandante Cervantes? 

– Aquí en el Vecindario se escuchan muchas historias sobre usted.

– Al grano ¿Qué tipo de historias?

– Usted lo sabe, historias. Usted es importante por aquí, así como hay gente que lo apoya también hay muchos cabrones que lo quisieran ver muerto, como el Cholo ese al que usted golpeo…

– ¿A poco esa basura es alguien?

– Es un pandillero pero trabaja para gente importante allá afuera.

– ¿Gente importante?

– Si.

– ¿Qué tipo de gente importante?

– Enemigos suyos. Esos que lo enviaron aquí.

¡Ah chinga¡ no pues esto se está poniendo bueno. Ahora resulta que tengo enemigos que me tienen aquí metido. A lo mejor este canijo me está calando y me quiere ver la cara de pendejo. A ver que le digo.

– Puras leyendas mi compa.

– Por eso les molesta que usted este planeando fugarse de aquí.

– Esas son puras jaladas mi compa.

– No espero que lo acepté. Sólo quiero decirle que puedo ayudarlo. Tampoco quiero pasarme el resto de mi vida como custodio en este mugroso lugar.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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