Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

37

 Este cabrón del Cervantes algo sabe. Me cae que ya sabe todo el hijo de la chingada sino no estuviera tan felón.

Estos jueguitos del Coronel ya me está cayendo de a madres. Cuando no es una cosa es otra, y este mendigo de Cervantes que le quiere jugar al macizo, y yo aquí nomás callado ¿Qué más podía hacer? Ni modo que le diga: si Cervantes fíjate que me voy a pelar y me va a ayudar un maldito Coronel retirado del Ejército que le encanta jugarle al loco.

No. Tengo que cerrar el hocico y aguantar los madrazos. Ya me estoy cansando, pero no me queda otra.

No digo nada. Cervantes insiste que la cosa va en serio y que me va a caer la voladora y yo con el hocico cerrado. Nomás se encabrona más. 

– No estoy jugando Calavera. Mejor dime la neta y la vas a pasar más tranquilo.

– No seas pendejo. No tengo nada que decir. Voy a salir de aquí legalmente porque yo no he hecho nada –mejor no le hubiera dicho nada. Nomás se le puso el rostro colorado y que me atiza un fregadazo en la pura, con el que me tumbó de nalgas.

– ¿Ves lo que pasa cuando me hacen encabronar?

Como que este compa es medio aferrado. Todo me daba vueltas y como pude me vuelví a sentar.

– Creí que éramos amigos Calavera.

– Lo mismo digo. Ya te dije que no tengo nada que decir. Si tu tienes otra información adelante procede como quieras. Pero no te pases de pistola porque uno nunca sabe.

– ¿Me estás amenazando? –en sus ojos puedo ver que está furioso y que en cualquier momento puede romperme el cuello con la macana que le sirve para amenazarme. Ni pedo si esto continúa voy a tener que hacer algo o aquí me va a cargar la chingada.

Antes de decir cualquier cosa alcancé a ver de reojo una pluma que está en el escritorio de Cervantes y calculé cuantos movimientos me bastan para alcanzarla y destrozarle el cuello.

– Creo que ya perdimos la amistad.

No cabe duda que mirar fijo a los ojos del rival te una cierta ventaja. En cuestión de segundos pude adivinar que mi frase sarcástica no le había gustado a Cervantes. Pero más importante que eso pude anticiparme al macanazo que me quería atizar el cabrón y alcancé a cubrirme del golpe, sujetarle el brazo agresor y atizarle un puñetazo en la quijada que lo dejo medio noqueado.

– ¡Ya te cargó la chingada! –gritó Cervantes.

– ¡¿Qué sucede aquí?!

Por tanto alboroto ninguno de los dos nos dimos cuenta a que hora entró el asistente del Director de la Peni. Supe que era él, porque Cervantes se le cuadro de inmediato.

– Estoy interrogando a este interno licenciado.

– El Director ya lo sabe, y me dio la instrucción de pedirle que deje ir al interno en este mismo momento.

– Pero licenciado…

– Mire Comandante; en primer lugar ¿Que clase de protocolo de interrogatorio está siguiendo aquí? ¿Bajo qué circunstancia? y ¿Con qué objeto está haciéndolo? Ya se que no va a poder responder ninguna de las preguntas. Evítese  problemas, yo me encargo del prisionero.

Por más que el pinche Cervantes quiso explicar mi supuesta agresión el licenciado lo ignoró, me tomó del hombro y salimos de la oficina.

Un gorila, bien fornido, moreno, con cara hosca y corte militar estaba esperando al licenciado afuera de la oficina del Comandante. Al parecer se trataba de su guardaespaldas porque nos siguió hasta una salita y se quedó afuera.

– Soy el licenciado Mastreta, asistente del director, esta es mi tarjeta con un número de celular al reverso por si surge algún problema. Tenemos amigos en común señor Calavera, pero mientras este aquí debe andar con mucho cuidado.

Me quedé sin palabras. El licenciado Mastreta y su guardaespaldas me siguieron hasta la Zona Dorada, donde el Kelo estaba esperándome.

Esto de andar jugándole al espía, con tantas pinches intrigas y sorpresas, me estaba sacando de onda. Además este licenciadito no me daba muy buena espina.

Ahora resulta que todo mundo sabía que me iba a pelar de aquí menos yo, que chingones me salieron. Seguramente al rato me va a salir el Coronel con que ya saben como le voy a hacer para fugarme, que yo nomás me reporte con fulanito de tal y ya está listo. Sin pedos.

Esto no me gusta ni madres.

– ¿Esta bien jefazo?

Guardé la tarjeta del licenciado Mastreta antes de que alguien pudiera verme. Le contesté al Kelo que estaba bien y volví a mi carraca.

Realmente necesitaba recostarme un poco.

Ahora tenía un enemigo más de quien preocuparme. Como si no tuviera bastante con estar aquí encerrado.

No pude descansar demasiado. A lo mucho dormite por una hora.

En cuanto abrí los ojos el Santi ya estaba llamando a mi puerta.

– Te alcanzaron a poner una recia estos canijos ¿Verdad? Traes un moretón en la cara.

– Si me lo hizo Cervantes en su oficina de un puñetazo –contesté sin ganas.

– ¿Cómo?

– Su gente me interceptó cuando fui a despedir a mi vieja a la puerta. Me llevaron a su oficina y me quiso sacar la sopa.

– ¡Hijo de su chingada madre! Pero no dijiste nada ¿Verdad?

– Claro que no.

– Voy a hablar con el patrón.

– Déjalo así. Espero de verdad no estar mucho tiempo por aquí.

– Acostúmbrate Calavera así es al principio. Pero ya eres intocable mi estimado, el patrón dijo públicamente que eras de su gente.

– Pues a Cervantes le valió madre.

– Esta ardido el cabrón. Vamos a tenerle que meter un correctivo. Vengo por la mercancía ¿Espero que la tengas?

– Claro que la tengo –me fui al cuarto, saque la cocaína de su escondite y se la entregue -¿Quieres probarla? –a huevo que no iba a rechazar una invitación como esa y también tuve que ponerme un perico. Las cosas no estaban tan a toda madre como para levantar sospechas por una pendejada.

– Prepárate en un par de horas va a empezar el guateque y el patrón te va a estar esperando. Ahí te lo voy a presentar como se debe.

– Ahí estaré.

Aunque quise descansar más no pude. El perico me había activado de vuelta.

Me arreglé y en cuestión de horas estaba tomándome un bucanas con agua mineral en un jardín privado bastante grande como para estar en la prisión.

El Santi me recibió junto con un colombiano bastante simpático. Estábamos platicando los tres de cosas sin importancia, mientras un sonido amenizaba con música norteña.

– Al rato van a caer los chirrines.

– ¿Los chirrines? –pregunté desconcertado.

– Un grupo norteño, en Sinaloa les dicen chirrines. Como aquí hay varios sinaloenses, incluyendo al patrón, pues ya me acostumbre a decirles así –contestó Santi.

– Me tienen sorprendido.

– No y espérate que también van a traer unas muchachotas para toda la plebe. Al patrón le gusta festejar su cumpleaños en grande.

– ¿Y dónde está él?

– No tarda.

Y así fue. Don Paulino Zatarain no tardó en aparecer, todo enjoyado, con una camisa garigoleada de seda, botas de piel de avestruz y pantalones de mezclilla de los más caros, ¡ah! Y eso si todo perfumado.

– Hasta que nos podemos conocer en mejores circunstancias. He oído muchas cosas sobre usted señor Calavera.

– Espero que buenas don Paulino, porque ya ve como es chismosa la raza.

– No estuviera usted aquí. Además tiene buena mercancía que no se consigue muy a menudo en estos lugares.

– Tengo mis contactos don Paulino –apenas y podíamos hablar porque el grupo norteño había comenzado a tocar.

– Me di cuenta en la tarde cuando Cervantes lo tenía tirado en el piso.

– Le digo que la raza es muy chismosa, y este bato se la creyó y andaba buscando droga.

– No mi estimado. Usted y yo sabemos que no estaba buscando droga. Ya me dijeron que tiene un buen plan para fugarse de aquí. Nomás que le anticipo que no esta tan pelado como piensa.

No dejaba de sorprenderme. Hasta don Paulino estaba enterado. Me reí más por nervios que por otra cosa. Estuvimos así platicando un buen rato, hasta que don Paulino me presentó a una rubia.

Entonces decidí cambiar de objetivo y divertirme con mi nueva acompañante. Después de todo ya solito don Paulino había picado el anzuelo. Ahora nada más era cosa de jalar un poquito para picarlo bien. Pero eso sería otro día. Esta noche la carraca se iba a llenar de vuelta con perfume barato de mujer.   

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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