Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

36

La suerte seguía de mi lado. Por un momento pensé que me descubrirían, pero la presencia del compa con el rosario de oro y plata evitó que los custodios pudieran continuar revisando mi carraca y sobre todo evitó que descubrieran que yo estaba bien cargado cuando me sometieron.

Valeria aún estaba inconsolable.

Cervantes se había tenido que retirar. Era obvio que su autoridad no incluía al tipo del rosario.

– ¡¿Qué no me oíste cabrón?¡ ¡¿De qué se trata? ¿Quién chingados te autorizó meterte a hacer tus chingaderas aquí?¡

Cervantes sólo miraba con odio al huarachudo que le gritaba.

– ¡Soy el Comandante aquí Paulino, y estoy buscando droga¡

– Me vale una chingada que seas el Comandante. Si quieres entrar a buscar algo a esta sección, primero me avisas a mí…

– La bronca no es contigo Paulino –. Me tuve que aventar toda la discusión pecho tierra –es con él.

– Si te metes a mis dominios la bronca es conmigo. El señor trabaja para mi, y no tengo porque darte más explicaciones o lo sueltas o vamos a tener problemas.

Cervantes no tuvo más remedio. De por sí se estaba quedando sin subalternos, porque antes de que terminara la discusión, varios custodios se hicieron pendejos y se fueron haciendo menos.

En cuanto me puse de pie Cervantes me miró como si quisiera tragarme. El canijo me apuntó con el tolete que traía en la mano.

– Nomás recuerden que aquí hay reglas. Si se pasan de listos no respondo –dijo. Luego dio la media vuelta y se retiró.

De volada me acerque para calmar a Valeria. La metí a la carraca para que se terminara de arreglar, de paso le agradecí al hombre del rosario, quien imaginaba era Paulino Zataráin, mi objetivo.

– No tenga cuidado mi compa. Ustedes aquí se rompió una tasa y cada quien para su casa –levantó la voz para que lo oyeran los mirones, y con un par de enérgicos aplausos terminó con el espectáculo.

– Él es don Paulino, el hombre de quien te hable: el patrón –intervino Santi.

– Javier Calavera a sus órdenes. Mucho gusto y gracias–. Le extendí la mano y me respondió con un fuerte apretón.

– No tiene nada que agradecer mi compa. Ahí al rato echamos la platicada –después chuleo a Valeria y le dijo un par de palabras de aliento para que se tranquilizara–. Gajes del oficio mi reina uste’ no se preocupe.

Don Paulino y Santi se retiraron.

– No tuve tiempo de avisarle mi amigo. Todo fue muy rápido –Ocampo que todavía quedaba entre los pocos mirones aprovechó que Valeria se había adelantado a meterse en la carraca para justificarse.

– Me imagino. Después platicamos mi compa, porque está canijo.

Comprendió que estaba un poco molesto y prefirió retirarse.

Me tire en el sillón mientras Valeria entraba al baño. Estaba de verdad exhausto por lo que acaba de pasar. Lo único que se me ocurrió fue pensar de nuevo en el amuleto. ¡A qué pinche suerte¡ Los mendigos guardias no consiguieron encontrar la poca droga que había escondido en el cuarto.

Por supuesto tampoco lograron registrarme.

Trate de tranquilizarme ahí tumbado en el sillón. No podía dejar de pensar en que todo me podía tronar, y se me iba a caer el cantón bien gacho.

Pero debía seguir adelante. No tenía otro remedio. De cualquier forma ya tenía la etiqueta de matón en la frente y estar en la cárcel no era algo muy placentero que digamos.

Valeria se dio un baño y eso le sirvió para tranquilizarse.

– El abogado me dijo que las cosas están muy complicadas –dijo, y se soltó llorando.

– No te preocupes todo va a salir bien –. Su fresco aroma me envolvió cuando le di un abrazo y me quede por un momento así, envuelto en sus brazos respirando en su húmedo cabello recién bañado.

Necesitaba un baño yo también.

– No tardes. Tengo miedo.

– No pasa nada preciosa. No te preocupes.

Pero antes de bañarme tuve el cuidado de esconder la nueva mercancía.

El agua es relajante y estimulante. En cuestión de minutos estaba fuera del baño.

Valeria ya estaba vestida.

– Me preocupa lo que pueda pasarte aquí.

A mi también, pero no se lo dije. Traté de cambiar el tema preguntándole si tenía hambre. Me respondió que si.

Busque al Kelo para que nos preparara algo para comer y en unos minutos lo hizo.

Luego nos pusimos a ver la tele un par de horas.

Las ideas me daban vueltas y no podía concentrarme en lo que salía en la televisión.

En ese momento supe que Valeria tenía que retirarse.

– Es lo mejor preciosa, quizás en unos días todo este más tranquilo.

Estaba decidido a conducirla hasta la salida, pero el Kelo me interceptó cuando salí de la carraca.

– Jefazo si quiere yo acompaño a la dama hasta la salida.

– No te preocupes Kelo, yo lo hago.

– No es muy conveniente que salga del área ahorita jefazo –a pesar de que el Kelo casi me murmuro en silencio y al oído Valeria alcanzó a escuchar.

– Mejor no te arriesgues mi amor.

– No esta a discusión, dije que voy a ir, y así lo voy a hacer.

– Si quiere lo acompaño jefazo.

– Como quieras.

Avanzamos los tres entre otros presos. Algunos estuvieron de mirones en el zafarrancho del medio día y se nos quedaban mirando. Reconocí entre ellos al Cholo que todavía traía un vendaje en la nariz por el golpe que le había dado.

Cuando me miró sólo sonrió y envió un beso maliciosamente, pero no hizo nada más.

El Kelo y Valeria tenían miedo, podía sentirlo.

Algunos custodios me lanzaban miradas amenazantes, pero trate de no hacerles mucho caso.

El camino hacía el acceso principal me pareció eterno.

Finalmente pude dar un gran respiro cuando Valeria se despedía de mí desde el interior del acceso, esperando para salir con las demás visitas.

– Vámonos jefazo, hay que volver a la zona dorada.

Regresamos con paso apresurado, pero antes de que pudiéramos acceder a la famosa zona dorada un par de custodios nos interceptaron.

– Ábrete a la chingada de aquí –le dijeron al Kelo –y tú no la hagas de pedo y acompáñanos.

Uno de los custodios se abalanzó contra el Kelo, cuando éste se rehusó a obedecer. Sólo bastó un gesto mío para evitar el ataque, porque le hice entender a mi sirviente que me dejara sólo, que yo me encargaría.

Me tomaron por los brazos y me llevaron rumbo a la oficina de Cervantes.

– El Comandante quiere verte –me dijo uno de ellos.

En la antesala de la oficina me detuvieron.

– ¡Quítate la ropa cabrón¡

No tenía muchas opciones así que cumplí sus órdenes sin oponer resistencia. Afortunadamente la mercancía estaba escondida en la carraca, y dudo que la gente de Cervantes tuviera el atrevimiento de nuevo de irrumpir en la zona dorada.

Esculcaron toda mi ropa y a mi me revisaron hasta la humillación. Por suerte hasta olvide llevar conmigo el amuleto, sino seguramente lo hubieran destruido.

Frustrado uno de los guardias me asestó un golpe en el estómago.

– Vístete el Comandante te está esperando.

En cuanto termine a empujones me metieron en la oficina, y no pude evitar caer al suelo.

– Levántate Calavera –por el tono de voz pude adivinar que Cervantes estaba encabronado todavía.

– ¿A qué se debe todo esto? –pregunté mientras terminaba de fajarme la camisa.

– ¡No te hagas pendejo¡ Trate de portarme bien contigo, pero creo que eso a ti te valió madre.

– No entiendo ¿A qué te refieres?

– Primero de la nada consigues dinero para comprar una lujosa carraca y para todos tus gastos, después te relacionas con don Paulino. Ahora he recibido informes de que andas moviendo mierda y lo peor que estas planeando pelarte de aquí. Todo eso ya llegó a oídos del director y lo único que quiero que sepas es que te la vas a pelar. Si tratas de escapar vas a salir, pero con las patas por delante.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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