Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

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En cuanto se fue Moncayo la curiosidad por el mugriento sobre que me enviaba mi viejo amigo el Nagual comenzó.

El sobre guardaba un pequeño saco cocido como una almohadita que cabía perfectamente en la palma de mi mano.

“No trates de abrirlo. Procura conservarlo contigo siempre”, eran las únicas instrucciones que encontré escritas a mano en el interior del sobre.

Con la punta de los dedos trate de adivinar que tenía adentro el colchoncito. Lo que era evidente es que tenía varias piedras, pero no tuve el valor de descocerlo.

Mi curiosidad fue interrumpida cuando escuché que llamaban a la puerta, y después escuché la voz del Santi desde la ventana.

– Oye tu regalo le cayó de perlas al patrón. Me dice que necesita que le consigas más para mañana a más tardar.

– ¿Cuánto más?

– Un buen guato mi Calavera. Esta vez si te la vamos a pagar. Es que vamos a hacer una fiesta por el cumpleaños del patrón a la cual desde luego estas invitado.

Santi debió haber visto algo de desconfianza en mi rostro. Apoyándose con fuerza en el bastón que lo sostenía, de inmediato saco un fajo de billetes de su pantalón de mezclilla y me lo entregó.

– Lo que nos alcance con esto. Te recomiendo que igual tu le inviertas más, porque en el transcurso de la noche los compas pueden querer más.

– Voy a hablarle a mi contacto. No creo que haya problema.

– Lo que te puedo decir es que el jefe le encantó esa madre. Anoche le dimos un buen bajón al regalito. Varios compas que estaban ahí también se atascaron.

– ¿Oye pero no crees que habrá problemas?

– Mire mi Calavera, aquí en el Vecindario la única voz que se oye es la del patrón y yo estoy bien parado con él. Si te pones trucha también tú vas a quedar bien acomodado con el bato.

En un principio si se sacó de onda, porque él también tiene sus contactos, pero lo han estado quedando mal y en el laboratorio sólo están sacando cristal. Lógicamente esa madre no le gusta al jefe. Sólo es su negocio.

Pero ya le explique que tu eres raza y vas a jalar con él, en lo que disponga.

– ¿Laboratorio?

– A huevo. Incluso raza de afuera viene por crico que se hace aquí en el Veci, en nuestro laboratorio.

Quede sin habla. Eran muchas sorpresas para un solo día. Quiere decir que aquí dentro de la penitenciaría hay un laboratorio que produce cristal, en las narices de todo mundo.

– Usted siga la carroza y no pregunte por el muerto ¿O te agüitas?

Tanto como agüitarme no. Bueno de algún modo tenía que protegerme las espaldas. Así que, sin titubear,  contesté que no había problema.

– Bueno al rato te veo para ver que onda con eso. Voy a echarme un pestaña porque no he dormido mucho –dijo y salió con una cara de satisfacción que no podía con ella.  

A pesar de que uno ya se las sabe de todas, todas nunca deja de sentir nervio. Las cosas iban bien, pero en este caso eso también significaba que me acercaba a un callejón sin salida, así que ni modo. Al final de cuentas, uno tiene que saber abrir un boquete, porque se lo puede llevar la chingada en el intento.

Lo que si era seguro es que esta madre que me mandó el Nagual me estaba trayendo suerte. Del cielo me habían caído mil dolaritos más.Eso en la cárcel era una fortuna.

De pronto me empezaron a sudar las manos y antes de agarrar el celular para hablarle al Coronel saque una bolsita de coca y me di un pericazo. Después agarre una de las cervezas bien frías que le había encargado al Kelo poco antes de que llegara Moncayo y le di un buen trago.

Era lo malo de trabajar con droga. Luego uno que no es un santo.

Ya más tranquilo agarré el celular y le marque al Coronel.

– ¿Qué pasó? –me contestó con voz seca.

– Necesito más material.

– ¿Cuánto?

– Lo que me alcance con 800 dólares. Se nos acabó la carne y van a organizar una buena taquiza. Urge para mañana temprano a más tardar.

– Estoy ahí con la carne a primera hora. Nos vemos.

Así de telegráfico fue el asunto. En estos casos nunca hay un código establecido y la capacidad de improvisar es lo importante.

Estoy seguro que el Coronel me había entendido.

En cuanto corte la llamada volví a acariciar el colchoncito de la suerte que apenas unas horas antes había recibido, y me recosté en el sillón esperando que la tranquilidad me invadiera un poco.

El Kelo a muy temprana hora me había traído un periódico. Aproveché para hojearlo. Estaba por vencerme el sueño cuando el celular empezó a vibrar.

Condenado Moncayo no aguanto mucho para contar el chisme. Enseguida reconocí el número de Valeria y respondí con una alegría que debió notarme de inmediato.

– ¿Cómo le hiciste para tener celular?

– No preguntes flaca. Lo importante es que puedo escucharte.

– Pues ya salí de trabajar y mañana es sábado.

– ¿Quieres venir? –era lógico que sí, así que sólo le pedí unos minutos para arreglar todo y le devolvería la llamada para confirmarle.

El Kelo estaba feliz de servir a un nuevo maiceron, por eso no me fue difícil encontrarlo muy cerca de la carraca platicando con otro de los mandaderos de ahí.

– ¿Qué pasó patrón? ¿Qué hay que hacer?

Le hice un ademán para que pasara al interior de la carraca. No quería ventilar mucho mis asuntos afuera.

– A ver Kelo ¿cómo está el pedo aquí? Me pareció que me dijiste que podía venir mi vieja y quedarse a dormir aquí.

– Claro que si patrón. Nomás hay que entenderse con uno de los guardias. Con unos 25 dólares se hace.

– ¿Con eso nadie me va a molestar?

– Si patrón. Yo me encargó de es. Si quiere ahorita le mando al custodio para que usted se apalabre directo. Es el encargado de esta área.

Me quedé pensando por un momento. 

– Mejor te acompaño.

Cerré la carraca y nos fuimos por todo un pasillo entre varios reos que no dejaron de lanzarme miradas agresivas. Supongo que como algunos de ellos ya me habían visto con el Santi no pasaron de ahí.

Al final del pasillo estaba un guardia regordete, calvo y medio mal encachado sentado en un escritorio.

– ¿Qué paso Kelo? Por ahí andan diciendo que ya subiste de nivel.

– Ya ve mi jefe. De hecho él es mi patrón –contestó señalándome y yo sólo alce el brazo en señal de saludo.

– Javier Calavera, mucho gusto –le dije una vez que estuve más cerca.

El tipo me estrechó la mano sin mucho entusiasmo, sin mayor presentación que su apellido: Ocampo.

– Aquí mi jefe quiere un favorcito –intervino el Kelo casi en voz baja.

– ¿Dónde podemos hablar mi jefe? –pregunté.

Ocampo no era muy expresivo. Detrás había un estrecho pasillo no tan concurrido y ahí se hizo el negocio.

– ¿De que se trata?

– Quiero que mi vieja se quede a dormir en mi carraca ¿Cuánto me cuesta? –recupere los bríos y el custodio lo notó de volada.

– ¿Eres nuevo en la Zona Dorada, verdad?

– Si ¿Por qué? ¿Hay algún problema con eso?

– ¿Eres policía?

– Ahorita soy un preso más, pero si te refieres a que si era policía allá afuera: sí. Pero mi mujer está esperando una respuesta le agradecería que fuéramos al grano.

– Tienes huevos Calavera y eso me gusta. Porque por aquí no somos bien vistos. Yo fui patrullero muchos años y ahora ando por acá –su tono ya era mucho más amistoso –no hay problema puedes traer a tu vieja cuando quieras, nomás avísame.

Saque 30 dólares y se los di. Ocampo terminó hasta palmeándome el hombro y como yo tenía prisa casi corrí hasta la carraca para hablarle a Valeria.

Luego le di unos billetes al Kelo para que me consiguiera una botella de vino tinto y unas sodas.

– Si quiere patrón yo le puedo preparar algo de comida. En algún tiempo la hice de chef en un hotel en la playa, y no es por nada pero tengo buen sazón.

No me pareció mala idea y así lo hicimos. Ahora sólo restaba esperar a mi flaca para pasar una noche decente en medio de todo este desmadre.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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