Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

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La desvelada me pegó duro en la comandancia. Me andaba quedando dormido. En cuanto me senté, me quedé dormido por unos minutos y  soñé con el cuerpazo de la brasileña, y el rato que estuvimos una vez que termino su rutina. La Duquesa me hizo el favor de presentármela, aunque eso no sirvió de mucho porque tuvimos que comunicarnos casi a señas, porque ella no hablaba una pizca de español, y yo de plano no le entendía nada.

Me desperté cuando Moncayo me zangoloteó para decirme que me buscaba el Martillo, un fotógrafo cuarentón que trabajaba para un diario amarillista.

– Ahí te busca tu compa, que trae unas fotos que le encargaste.

Sin esperar a que le dieran autorización el Martillo avanzó hasta mi escritorio, y Moncayo se retiró enseguida.

– ¿Qué le hiciste a Donoso, Calavera?

No había tenido oportunidad de leer el periódico. El fotógrafo lo traía envuelto bajo el brazo. Se le quemaban las habas por mostrarme la nota que había escrito el reportero.

La leí tan rápido como pude. Era el seguimiento, según Donoso, de una investigación que realizaba sobre la corrupción en los antros, y los policías que la solapaban. Aunque nada más nos mencionaba a  mi y a Moncayo.

– Ya te agarro –insistió el Martillo mientras ponía sobre el escritorio unas fotografías del evento en el que el Procurador me entregaba un reconocimiento –como si él fuera un santito el desgraciado.

Detecté que podía encontrar un aliado en el Martillo. Escogí un par de fotografías, saque dos billetes de 20 dólares, y le pregunté si le caía mal Donoso.

– Digamos que no es santo de mi devoción. Por su culpa tuve un problema y salí de pleito con el director de la Prensa Matutina.  

– Tú dijiste que ni que fuera tan santito.

– Pues si. Anda escribiendo sobre tratantes de blancas y burdeles. Se muerde la lengua el cabrón. El año pasado una chavita lo acuso de abuso sexual, nada más que paro la bronca en la municipal. Por eso no paso a mayores.

– Así que tiene su corrido el buen Donoso.

El Martillo adivinó que algo se me estaba ocurriendo y me pidió discreción –que quede aquí entre nos. No me vayas a poner en la cruz.

– Qué paso mi Martillo. Ya sabe que yo también se guardar mis fuentes. ¿Pero más o menos cuando pasó eso?   

– Fue en septiembre creo. La muchachita era hija de un herrero que vivía cerca de la casa de Donoso. Se cambiaron de ahí porque recibieron amenazas. Pero la bronca se paró porque alguien le hizo el paro ahí en la municipal para que el reporte lo archivaran sin enviarlo al ministerio público.

– ¿Y tú como te enteraste? ¿Cómo sabes que ese parte existe?

– Alguien lo hizo circular entre algunos compañeros. Nadie publicó nada. Tú sabes como es esto: “que tire la primera piedra el que este libre de pecado” o mejor dicho “perro no come perro”. Oye por cierto ahí mañana checas el periódico, agarre muy buenas fotos del muertito de la mañana.

En cuanto el Martillo se retiró llamé  a Carreño para invitarlo a comer. Si alguien podía conseguirme ese documento que existía en contra de Isidro Donoso era él.

Nos reunimos en una modesta cafetería que quedaba cerca de la comandancia de la policía preventiva.

– A ver Calavera, ahora si dime ¿Por qué tanto misterio?

– Necesito que me hagas un favor muy grande.

– A caray ¿a quien hay que matar? –contestó.

– Hay un parte de septiembre del año pasado cuando una jovencita denunció a un periodista por abuso sexual.

– ¡Oh si¡ ya recuerdo, era una menor que dijo que el reportero la había querido violar…

– ¿Tú interviniste en el caso?

– No pero lo recuerdo. Los compañeros andaban bastante molestos porque de la Dirección ordenaron que pararan la bronca. Se hizo un parte por separado que quedo guardado por ahí.

– ¿Me podrías conseguir una copia?

– Si prometes no inmiscuir a los compañeros por omitir los hechos.

– No tengo nada contra tu gente. Es el periodista al que quiero.

– Si, ya leí lo que ha escrito sobre ti.

– Puras pendejadas.

– Te lo doy mañana aquí a la misma hora ¿Qué te parece?

 La tarde comenzaba a refrescar y me puse una chamarra. Para entonces ya la cruda había desaparecido por completo gracias a la cerveza que bebí en la mañana, y a la siesta de casi una hora que tome después de hablar con Carreño.

Las curvas de la brasileña, una mujer trigueña, ojos cafés y cabello chino, vinieron a mi mente de nueva cuenta y con ellas el gachupín de su patrón.

Recordé lo que me había dicho la Duquesa: unos hombres llegaron a preguntarle por mi al dueño del Zafari’s.  

El dueño del antro era un español flaco, de cabello abundante, piel blanca como manta de rótulo y bigote tupido, que andaba pasando los cincuenta años. Su nombre era Andrés Zavaleta. 

La noche anterior no había tenido oportunidad de hablar con él por la perorata de la Duquesa, y luego porque simplemente se me  olvidó cuando intentaba cortejar a la brasileña, quién nada más se reía de todos los gestos y señas que hacía intentando conquistarla.

El señor Zavaleta estaba enterrado en su escritorio, con sus bigotes de brocha pegados a los libros de cuentas del bar. Cuando me vio entrar se quito las gafas y las colocó a un costado de sus apuntes.

– Vaya hombre, hasta que te apareces por aquí, con un carajo.

Su acento español lo hacia parecer siempre como si trajera la boca llena.

– ¿Qué pasa don Andrés?

– Nada hombre. El jilipollas escritorcete ese nos ha metido en un lío. Que ya han venido unos cojonudos a preguntar cual es la relación que tengo contigo. 

– ¿Y qué les ha dicho?

– Pues que ninguna coño. Querrás que me cojan los cojones. No soy jilipollas.

– ¿Le dijeron de donde venían?

– Que de la Procuraduría, y me pidieron los nombres y edades de todas las muchachas.

– ¿No serían de Asuntos Internos?

– Joder que eres un pinche adivino. Eso dijeron. ¿Los conoces?

– No precisamente. Pero de todos modos no van a encontrar nada. Después de todo yo sólo soy su cliente y amigo.

– Ya lo se majo. Si yo no digo nada. Por cierto ¿qué sabes de la Morena?

– Nada. ¿Qué voy a saber? No he tenido tiempo de investigar. ¿Qué no ve la tempestad?

– Pues a mi me tienen preocupado ambas cosas. Hombre que yo le dije muchas veces a la maja esa que no anduviera en fregaderas…

– ¿Cuáles fregaderas?

– No es que yo este seguro de algo, pero la Morena se andaba relacionando con clientes peligrosos. Relacionando de más diría yo. El otro día la vi muy misteriosa platicando con uno de esos tíos que se dedican a conseguir documentos falsos para los polleros. Cuando le dije que no quería que hiciera mucha ronda con esos cojonudios, porque no los quería en el bar, me dijo que ella era libre de hacer lo que quería, y que si seguía se iba a ir a otro lugar a trabajar. Luego vi a esos jilipollas por aquí. Como que buscaban algo, pero ese día no vino la Morena, y se fueron.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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