Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

26

Me llamó Javier Calavera. Total que diablos. De todos modos si me quiere quebrar, no porque le diga mi nombre va a cambiar de opinión. Si no pues que sepa que soy policía y aquí estoy en su misma celda.

Pero nada. El oaxaco se quedó sentado unos segundos sin quitar los ojos de una revista que estaba leyendo. Después de un ratito me miró como adivinando.

– Crescencio. Mucho gusto –contestó sin mucho afán, y se metió de nuevo en su revista.

Pinche bato. Pero de algo si estaba seguro, su cara me era familiar.

Este oaxaco seguro está tramando algo. Ni modo que no sepa que soy policía.

Así estuvo como estatua un buen rato.

Era el primer día que me sentía bien desde la madriza. Seguramente los golpes habían sanado ya.

Hasta entonces sentí el contraste de la prisión. Después de salir de la oficina de la psicóloga se había perdido el aroma de mujer impregnado en el ambiente y se respiraba un aire denso.

Y el tal Crescencio ahí nomás agazapado. Para mi que era puro rollo eso de la revistita, y la tenía en las manos nomás para despistarme.

Estaba muy cansado. Trate de dormitar un poco sin perder el sentido de alerta. No pude.  

Más bien me dedique a tratar de buscar en mi memoria de donde conocía a mi compañero de celda. Esa cara no me inspiraba nadita de confianza.

Cuando estaba más concentrado escuche que en el pasillo alguien gritaba mi nombre.

– Seguro tienes visita pareja, es uno de los mensajeros –comentó Crescencio cuando me miró desconcertado.

En efecto en la entrada de la celda estaba un fulano todo tatuado, flaco, con la piel pegada a los huesos.

– Ahí lo buscan en la entrada patrón. En la zona de visitas. Si quiere lo llevo.

Todavía no me imponía a esto de estar encarcelado y tampoco tenía muchas ganas.

El recadero era como cualquier otro de los viciosos encarcelados que precisamente viven de hacer mandados a los otros reos, aunque a decir verdad ni siquiera sabía como le pagaría el favor porque no me acompañaba un solo centavo.

– ¿Es nuevo por acá patrón?

– Si.

– Por aquí todos me conocen como el Kelo. Ahí si se le ofrece algo estamos a  la orden. Cualquier mandado patrón ya sabe.

– Tienes mucho aquí.

– Pues ya perdí la cuenta patrón. Más de tres años si tengo y los que me faltan. Por eso no me gusta ni acordarme. ¿Y usted que hizo? ¿Por qué está aquí?

– Nada.

Si tu lo dices así será, seguramente eso pensó el Kelo cuando le respondí, porque clarito noté como se tragaba la risa.

Pasamos hasta una sala especial donde un custodio nos dio acceso y ahí me estaba esperando Moncayo. Creo que nunca me dio tanto gusto verlo.

– ¿Qué pasó parejón? Te ves bien jodido.

A huevo el oaxaco también fue policía. Cuando Moncayo me saludó caí en cuenta de ello, porque Crescencio también me había dicho “pareja”.

Moncayo sacó un par de monedas y se las dio al Kelo.

– ¿Y cómo querías que estuviera?

– La verdad ha sido un rollo venir a verte, porque no dejaban pasar a nadie. Valeria y tu ex están que no las calienta ni el sol. Las dos se van a querer pelear la visita conyugal.

Festeje el mal chiste de Moncayo como si nunca hubiera contado uno, y varias veces le palmee el hombro.

– La verdad te agradezco que estés aquí.

– No tienes que agradecerlo parejón, ya sabes que para eso son los amigos. Antes que se me olvide toma –y me extendió mil pesos, que no quería aceptar –. Mira pareja agárralos, ya me los pagaras. Aquí en la Peni sin billete y como policía la pasas muy mal. Además no son míos. Varios compas hicimos una vaquita y me tocó traértela.

Tenía razón y no tuve más remedio que aceptar.

– Por ahí tengo un guardadito pareja, incluso me serviría que después lo buscaras para pagarle al Lic de la O.

– Tú no te preocupes por eso ahorita. Cuando sea necesario sabes que cuentas conmigo. Lo primero es decirles a tus viejas que estas bien. Tú hija es la más preocupada.

Se me partió el corazón. Con lágrimas en los ojos le pedí a Moncayo que le dijera a mi hija y a mi exmujer que estaba bien, pero que no quería que me vieran en estas circunstancias.

– ¿Y a la Valeria que le digo?

– Que estoy bien también.

– Mejor le voy a decir que se prepare para la visita conyugal.

Los dos soltamos la carcajada y por un momento olvide la imagen de mi hija y su tristeza. Si algo me mantenía con fuerza era su recuerdo.

– Pero bueno pareja vine porque tengo algo importante que contarte, creo que con eso te vas a sentir mucho más tranquilo…

– A ver cuenta.

– ¿Me imaginó que ya sabes que esta medio cabrón tu caso?

– Te imaginas bien.

– Es que encontraron balas de tu pistola de cargo en el cuerpo del periodista. Además de que todos los medios publicaron la historia.

– Nunca le dispare al periodista ¿Me crees verdad?

– Sé que a lo mejor no fue tu intención, probablemente en la confusión…

– ¡Con una chingada te digo que no le dispare!

Todo quedo en silencio después de mi arrebato.

– No te sulfures pareja. No lo digo yo. Las evidencias lo revelaron. Pero bueno eso no es lo que te vengo a decir.

– Discúlpame es que…

– Olvídalo. Te decía que Mata y yo nos pusimos a investigar por nuestra cuenta después de que todo ocurrió. Lo importante fue que logramos recuperar el vehículo de los agresores y resguardarlo, porque el Gordo Colorado andaba como perro detrás de ese carro.

– ¿Cómo?

– Sí. Ya sabes cómo se las gasta el Mata. Mientras te llevaban detenido el tuvo la precaución de poner su radio en la frecuencia de la municipal. No me preguntes como es que trae esa frecuencia en el radio matra, el chiste es que la puso y en medio del desconcierto escuchó que los agresores habían cambiado de vehículo.

Pero también escuchó algo más: una voz extraña que dio una clave para que los municipales lo apoyaran a encargarse de desaparecer el vehículo. Así que nos fuimos en chinga al lugar y pedimos refuerzos.

– ¿Qué clave utilizaron?

– Dijeron F3 solicita apoyo o algo así. Ya luego si dijeron claves de la municipal para referirse al carro sospechoso. Pero la cosa no paró ahí pareja.

Llegamos a donde estaba el vehículo y no nos movimos. Minutos más tarde estábamos rodeados por municipales que se querían llevar la unidad.

Por fortuna también llegaron de los nuestros y la cosa quedó en una trifulca. Para que más te guste el que todavía llegó haciendo sus panchos fue el marrano Colorado. Iba bien agitado el compa como si viniera corriendo. Quiso insistir en que la municipal debía llevarse el carro, pero se la peló cuando llegó el agente del ministerio público y los peritos.

– Cuando menos ¿y qué encontraron en el vehículo?

– Por principio de cuentas tenía como dos impactos en el parabrisas. Así que el Mata y tu servilleta tuvimos la impresión de que conseguiste herir a uno de ellos y así fue porque el asiento del copiloto estaba manchado de sangre.

– Ahí está la prueba de que no le dispare al periodista, y de que tampoco tuve la intención de hacerlo ¿y el herido?

– Estamos en eso pareja. Tenemos buenos datos y a lo mejor esta noche le caemos, pero ya te contaré después. Tú échale ganas aquí igual y no vas a estar mucho tiempo.

Aunque las palabras de aliento de Moncayo me habían reconfortado, mi memoria me volvió a sumir en las preocupaciones, porque pude recordar que Crescencio en efecto era un expolicía municipal, a quien por cierto yo había detenido por su complicidad en el asalto a un camión de valores.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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