Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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Al principio no me cayó el veinte de lo que estaba sucediendo. Me dolía la cabeza de tanto golpe y ya no sentía las manos porque me habían apretado las esposas tanto que hasta moradas se me estaban poniendo.
– ¡¿Estas bien Calavera?! –era la inconfundible voz del Gordo Ruelas, un viejo camarada que no veía muy a menudo desde que lo nombraron jefe de escoltas del Procurador.
– Dile a estos cabrones que me aflojen las esposas –. Fue lo único que atine a decir.
Uno de los agentes de Asuntos Internos se acercó y me quitó las esposas. Entonces descanse un poco.
– El Licenciado quiere saber cómo te metiste en este lío –se refería al Procurador –. Tenemos a todos los medios encima y la verdad está bien encabronado. Mira que quebrar a un periodista no cualquiera.
– No mate a nadie.
Todo estaba ahí guardado en mi memoria. Como metido en un baúl. No cabe duda que en momentos de crisis uno se bloquea. Ahora podía recordarlo todo claramente.
– Estos canijos de Asuntos Internos me quieren inculpar.
El Gordo Ruelas sacó un pañuelo para limpiarse el sudor de su grasiento rostro, y también de su cuello para evitar que las dos cadenotas de oro se pudieran estropear.
– Esta cabrón Calavera. De verdad estás metido en un gran lío.
Un ojo lo tenía casi cerrado de un madrazo que me había dado no se bien quien, si los municipales, el Gordo Colorado o el gorila de Asuntos Internos.
– Di que sigo vivo.
– La verdad si se mancharon. Te pusieron como Santo Cristo.
Lo único que me quedaba claro es que alguien me había tendido una trampota y caí como venadito. De plano me traían bien ubicado desde hacía rato.
Y es que esa noche decidí que no podía perder más tiempo.
Era demasiado arriesgado traer detenido al Blanco. En ese mismo rato lo lleve a que se bañara y se arreglara un poco a la casa de seguridad.
Luego le devolví uno de sus celulares y lo obligue a que le llamara a Donoso.
– Vas a ponerme a ese seudo reportero ahorita mismo.
– Ahorita ya es muy noche mi jefe.
– No me salgas con esas jaladas ¿No me digas que en la maña tienen horario?
– ¿Y qué le digo?
– Hace un rato tenías mil ideas y ahora resulta que ya se te fueron todas. No le des muchos detalles sólo dile que el patrón quiere verlo. Que lo esperas ahí atrasito del Seminario en el centro en una hora y media.
Le pedí que me diera el número y le marque.
– No te vayas a hacer el valiente. Nada de trampitas porque aquí te quedas. No estoy jugando.
Y así lo hizo.
– ¿No sospechó nada?
– No creo.
Lo siguiente que pensé fue en llamar a Moncayo. No estaba seguro si iba a poder desafanarse, pero seguía convencido de que no podía dejar pasar el tiempo sin resolver esta situación.
Le marque un par de veces. Su celular me mandaba al buzón.
El reloj no se detenía y seguía sin saber de Moncayo. Me estaba desesperando.
Pero reconozco que cometí un error de primaria, quizás al calor del momento.
Volví a agarrar el celular, le marque de nuevo a Moncayo y me mandó de nuevo al buzón.
Esta vez decidí dejarle un mensaje para que me alcanzara en el centro. No le di mayores detalles.
La hora se acercaba y no me quedó más remedio que acudir a la cita solo y llevarme al Blanco esposado en la patrulla.
No era muy frecuente en mí sentirme nervioso. Algo no me estaba gustando mucho y quien iba a decir que mis presentimientos eran acertados.
Llegamos al centro.
No recuerdo bien a que hora me había puesto el chaleco antibalas, es más en ese momento ni siquiera me di cuenta que no me lo quite.
Cruzó por mi mente la idea de que Blanco y el periodista me hubieran tendido una trampa. Entonces busque rápidamente el celular de mi prisionero y todavía lo traía conmigo. Confirme con eso que tuve el cuidado de quitárselo después de que hizo la llamada y eso me tranquilizó un poco.
– ¿Qué carro trae tu amigo el reportero?
– Un toyotita viejo color café como 92.
Y los pinches minutos se me hacían eternos, hasta que mire un carro que en medio de la oscuridad me parecía café.
– Podría ser ese –contestó el Blanco. Y Moncayo ni sus luces.
Era hora de actuar y rápido. Primero me asegure de esposar bien al Blanco a un tubo adaptado que traen las patrullas precisamente para eso.
– Aquí me esperas y bien portadito canijo.
Luego saque una cachucha que traía en la guantera y me la puse para esconder más mi cara.
Ahí fue donde empezó todo. Mi plan era bajar del auto a Donoso, de las greñas si era preciso, y por eso llevaba mi mano derecha en el mango de la pistola por si se me ponía pendejo.
En eso alcance a ver que Donoso descendía del auto. También mire a unos compas que venían bien despacito en un Crown Victoria negro.
Nunca supe cuantos eran porque traían los vidrios polarizados. Me entere de sus intenciones en cuestión de segundos cuando comenzaron a tronar las metralletas
Habían acribillado al reportero frente a mis narices.
Por puritito impulso saque la pistola y les empecé a disparar. Estoy seguro que logré darle al carro. No me duro mucho el gusto porque se dejaron venir contra mí. Tuve que tirarme al suelo y escurrirme entre los carros mientras me disparaban.
Estaba todo madreado y aturdido, porque parecía que me habían pegado un tiro en el chaleco y eso me descontrolo más.
– ¡Acaban de acribillar a un periodista aquí por el seminario! –alcancé a gritar por la radio. En ese momento se me olvidaron todas las pinches claves. Quise levantarme para seguirle disparando a los agresores, pero las piernas me fallaron y tarde en recobrarme.
Perdí segundos valiosísimos parado ahí como idiota. Me acerque al cuerpo de Donoso que estaba prácticamente destrozado, cuando sonó el timbre de mi celular y en medio del griterío de la gente apenas lo alcance a escuchar.
“Pélate Calavera que van por ti los de AI”, era un mensaje escrito que ni supe quien me mando.
Las sirenas de las patrullas todavía no se escuchaban.
– ¡Coronel mande gente al Seminario en chinga traigo un detenido que seguramente me van a querer quitar porque mataron a un periodista¡
Fue lo primero que se me ocurrió hacer mientras corría hacía la patrulla. Entre tanto alboroto no supe si el Coronel me había escuchado bien o no.
Para cuando me trepé en la unidad ya se escuchaban las sirenas de las patrullas. Arranque echándole encima el carro a varios mirones que ya se amontonaban cerca de la escena.
El Blanco estaba tal y como su apellido. Quien sabe cuantas pendejadas venía murmurando nerviosamente. No tenía tiempo para averiguar.
Tampoco tarde en enterarme que toda la jauría venía contra mí.
Los primeros en toparme fueron unos municipales, que hasta me dispararon los hijos de la chingada porque no quise pararme. Ahí confirme que había consigna en mi contra.
No pretendían investigar nada.
No tuve mucha escapatoria. Pedía que ocurriera un milagro para que llegara la gente del Coronel si es que acaso había escuchado bien el mensaje o que Moncayo anduviera por aquí cerca.
Al rato ya eran varias las patrullas que me tenían cercado. Tuvieron que chocarme para detenerme.
– ¡Quítense del camino Policía Ministerial llevo un detenido! –les grité al tiempo que les apuntaba con mi arma.
Dos de ellos me tenían encañonados con sus rifles y me pedían a gritos que bajara el arma.
– ¡Ni madres quítense del camino!
– ¡Tira el arma Calavera ya te llevo la chingada¡-. Reconocí esa voz enseguida era el Capi Colorado. La pregunta era: ¿Qué hacía el marrano fuera de su zona?
Y otra pregunta más que me surgió minutos después fue: ¿Qué hacían ahí los de Asuntos Internos? En cuanto decidí bajar el arma el primer puñetazo que me topo de zopetón fue del gorila que acompañaba a Galindo el primer día que me llevaron a declarar a la misma oficina, donde ahora estaba encerrado en una micro celda después de recibir una buena golpiza.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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