Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

20

¿Qué chingados tenía que ver este cabrón del Blanco con la Morena?

Tuve que calmarme antes de pegarle un tiro en la rodilla para que hablara. Quise aclarar mis ideas.

– Mire compa no se vaya a querer pasar de pendejo porque no respondo.

El Blanco ya estaba quebrándose. Preguntó a dónde lo llevaba. Obvio sabía que no íbamos a la comandancia. Empezó a sudar como cerdo. “No se te vaya a ocurrir orinarte, porque te cortó la pelotas aquí mismo”.

Sabía perfectamente lo que estaba sintiendo. A mí que me van a contar si todavía tengo clarito el día en el que los pinches polleros me levantaron en una cenaduría en el centro.

Ya me llevo la chingada. Fue lo primero que pensé y guardé silencio. Ya para cuando me estaban golpeando me encontraba en medio del limbo. Ni aquí ni allá. No eres dueño de la situación, no puedes hacer nada, y si te desesperar el miedo te puede traicionar.

Recuerdo que sólo me deje llevar. Dije, total pues ya me llevo la chingada, y me volví a quedar callado, pero no todos reaccionamos igual.

– Jefe de verdad yo no traigo nada contra usted. Es más dígame cuanto quiere para parar la bronca. Si es cuestión de dinero, sólo es cosa de hacer un par de llamadas y listo.

– ¿A que te refieres con lo de mi amiga la bailarina? –agarre con rumbo a Tecate. Ahí sobre el camino viejo tenemos una casita, que si hablara las que contara. Entre viejas y madrizas sabe la historia de casi todos los mañosos de la ciudad.

El Blanco estaba temblando. Todavía tenía la cara llena de sangre. Aunque trataba de limpiársela como podía.

– Mira mi compa, no estoy jugando. Tampoco vamos a la comandancia. Si quiero aquí te dejo en el desierto con las piernas rotas. Con la sangre no tardan los coyotes en hacerte mierda –.  En eso me acorde de algo, y se me ocurrió salirme de la carretera. 

Justo pasábamos por un camino vecinal que llevaba al desierto.

–  ¿A dónde vamos jefe? Ya para broma estuvo bien. Ya párele.

– Si lo que quieres es ver que no estoy jugando, ahorita vas a ver. Pensaba llevarte a una casita que tenemos por aquí para gente como tú. Pero mejor te rompo los huesos aquí en el desierto.

Después de adentrarnos como 10 kilómetros en el desierto detuve la patrulla. Ahí en medio de la nada. Unos matorrales y lo demás pura arena y piedra.

– ¡Bájate!

De un jalón lo saque de la patrulla. Y fue a empolvarse toda la cara, cuando se estrelló con la arena. Luego abrí la cajuela donde traía una pala.

Muchos pueden pensar. “Bueno ¿y para que quiere una pala este cabrón?”

Lo mismo pensé cuando se la vi por primera vez a un compañero que en paz descanse.

Fue mi primera pareja en la policía. Era un viejo lobo de mar.

El decía que había sido teniente en el ejército allá por Yucatán. Estaba más prieto que la noche y todos lo conocíamos como el Teniente.

El tipo era reservado. Despiadado. Con cara de no rompo un plato. Por eso te desconcertaba bien machin cuando salía con sus chingaderas.

De hecho fue a él a quien le aprendí lo de la pala. Resulta que traíamos la investigación de una bandita de robacarros que nos traía fritos, y no dábamos pie con bola. Hasta que un día pudimos atrapar a un par de raterillos que teníamos la sospecha eran integrantes de esa banda.

Después de un par de cachetadas vimos que los muchachitos, porque se trataba de jovencitos de entre 20 y 25 años, se pusieron felones y cerraron el hocico. No querían decir ni madres.

– ¡Jálatelos a la patrulla carnal! Vamos a darles un paseito.

Al principio estaban igualitos de incrédulos que el Blanco, y yo era prácticamente un novato. Debo confesar que en aquel entonces me quería comer el mundo a mordidas, y me escandalizaba pensar en ese tipo de tácticas.

– No pongas esa carota carnal y sígueme el rollo, sino vamos a valer madres –. Me dijo el teniente y no me quedo otra que apechugar.

Al ratito ya estábamos en el desierto y los lacras éstos ya andaban bien paniqueados.

– Ahora te toca cavar a ti. La vez pasada ahí me la pase cavando y tu bien concha –. Me dijo cuándo bajamos de la patrulla y abrimos la cajuela. Afortunadamente se la pesque enseguida y me puse al tiro. Le contesté que ni madres, que yo no pensaba cavar.

– Pues ni modo mis compas, van a tener que cavar ustedes –les dijo al tiempo que les entregaba la pala y les apuntaba con su pistola –. Y que quede bien profundo el hoyo, porque es tiempo de lluvias y no quiero que vayan a salir flotando.

Decidí también sacar mi pistola, y empuje a uno de ellos para que empezara a cavar.

– ¿Para que vamos a cavar? –preguntó el más picudo de los dos.

– Pues pa’enterrarlos cuando los matemos. Pa’que más –. Contestó con un acento de huasteco el Teniente que hasta miedo me dio.

Y si al ratito los dos estaban cantando como pajaritos, y fue la forma que pudimos atorar a toda la banda de ratas.

Pero lo que es la vida. Tiempo después al Teniente lo levantaron, por quien sabe que cosas. No supe bien porque para entonces ya no era mi pareja de trabajo. Lo curioso de todo fue que me tocó la investigación, y fue a mi al que le avisaron cuando encontraron su cuerpo semienterrado en el desierto.

Ahí a un lado estaba su pala. Lo enterraron con ella. La recuperé después de que los periciales hicieron su chamba. Desde entonces la traigo para casos como este y siempre funciona.

Le aventé la pala al Blanco, y le dije que la recogiera.

– Así que te gusta secuestrar bailarinas y violar morritas.

– ¿Qué va a hacer jefe?

– Por ahorita verte cavar el hoyo donde vas a quedar por pasado de lanza –. Corté cartucho y le apunté justo a la frente.

– Ahí estuvo jefe. Yo saque a la bailarina del bar, pero le juro que no le hice nada.

Así empezó a cantar.

Saque fuerzas de donde pude para seguir adelante con el plan que ya había puesto en marcha.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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