Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

17

– Tiene que clavar al ojete del Capi jefe, o varios vamos a valer madre por aquí.  

Las palabras le salieron sinceras al Chacal a pesar de lo pacheco que andaba.

Estaba acompañado de otro sujeto con toda la cara bien madreada. A juzgar por los moretones la golpiza se la habían puesto recientemente.

Cuando me comunique con el Chacal me citó en un lugar distinto. Tuve que encontrar a los dos personajes en un cuartucho de un edificio bastante alejado de la colonia donde asesinaron al Topo.

– Ahora si puedo decirle mi jefe que ese cabrón del Capi está metido hasta los huesos en la muerte del Topo. Aquí mi compa le puede contar algunas cosas muy interesantes.

El hedor a marihuana y mugre era inconfundible.

A mi ofrecieron un viejo silloncito para que me sentara. El Chacal estaba cómodamente acomodado en una mecedora igual de vieja y maltratada. El otro individuo estaba sentado en un colchón mugroso que estaba tirado en el piso recargado en la pared.

– Primero que nada ¿quien es él?

– Me llamo Cipriano, pero todos me dicen el Sipi –se apresuró a contestar y hasta entonces noté que bajo su playera rota traía un vendaje a la altura de las costillas, que seguramente tenía puesto desde hace días porque ya estaba gris por la mugre.

Enseguida se llevó la mano derecha a una zona donde tenía una mancha negrusca de sangre.

– El Capi y dos de sus policías fueron los que le acomodaron la madrina al compa Sipi. Creo que pensaron que estaba muerto porque por eso lo dejaron tirado en uno de los barrancos de la colonia.

– ¿Por qué te golpearon?

– Porque según ellos le estaba ayudando a tirar droga al Topo. Querían saber donde guardaba la mercancía.

– Jefe ¿Recuerda que cuando platicamos en la llantera pasaron un par de cuicos en una patrulla?

– Si.

– Pues en cuanto usted se fue me levantaron y me dieron una paseadita. Querían saber que tanto habíamos platicado.

– ¿Qué fue lo que les dijiste?

– La verdad mi jefe, que usted me preguntó sobre lo que había sucedido aquel día, pero que yo no sabía nada al respecto.

– ¿Te creyeron?

– No mucho patrón, por eso me pusieron una santa friega. Me advirtieron que me estarían vigilando muy de cerca. Cabrones.

No cabe duda que uno se hace una imagen de las personas, pero cuando te topas con la realidad a veces te decepcionas.

Cuando Moncayo me contó lo que le había dicho la supuesta novia del Topo me costo trabajo creerlo, porque involucraba al joven oficial Quiroga. No tanto por él, después de todo lo acababa de conocer. Pero a su familiar Pascual Quiroga si que lo conocía, un policía de carrera, de los viejos como decimos aquí, de los que se han ganado un respeto entre la raza.

De hecho son contados los policías municipales con los que llevo una relación de trabajo, pero sobre todo de confianza. Quizás podría decir que sólo Carreño, Pascual y algún otro por ahí son dignos de mi confianza. Pensar que un pariente de ellos fuera tan mañoso no me cabía en la cabeza.

Es cierto que no me doy baños de pureza. Una cosa es aventarse una que otro bisne y otra muy distinta es ser un mañoso con placa y al servicio de un cerdo como el Capi Colorado.

– ¿Cómo que ya va siendo hora de que me hablen claro sobre el tal Topo?

– Mire mi jefe la verdad estamos arriesgando el pellejo con esto. Ahorita está calmada la cosa porque las ratas esas andan escondidas. Pero de que nos van a chingar, nos van a chingar. Ahora si que usted es nuestra única salvación.

– Si quieren que les ayude necesitan decirme lo que saben.

Se voltearon a ver el uno al otro. Luego soltaron la sopa.

– El Topo nos alivianaba a todos por aquí, para que vamos a negarlo –empezó el Sipi – al bato lo visitaban mucho hombres en sus camionetonas. Primero vivía en otra colonia cerca de donde lo mataron. Un día la casa esa estaba más custodiada que un cuartel de la policía. Fácil, fácil había como 12 cabrones con rifles, un chingo de camionetas y carros que cerraron la calle nomás por sus huevos. Ese día pasó una patrulla y como que se las iban a hacer de pedo, pero le sacaron. Seguro le fueron con el chisme al marrano y a los carnales…

– ¿Los carnales?

– Aquí la raza dice que los que parten el queso son unos carnales sinaloenses.

– La verdad no se mi jefe. Con esta raza ya me acostumbre a no preguntar mucho porque son bien sádicos los canijos.

Como le decía mi jefe, pienso que los cuicos esos fueron con el chisme con el Capi y sus jefes los carnales. A los dos días se metieron a la casa esa. Pero se la pelaron porque el Topo se les peló.

De hecho por eso le decían el Topo al compa ese, porque según era experto en hacer túneles por debajo de la tierra. Es más dicen que ese día se les escapó a los policías por uno de los túneles que salía justamente a la casa donde se fue a vivir luego.

Puedo decirle mi jefe que me gané la confianza del Topo, porque después me contó todo el rollo.

– Oiga mi jefe, pero nosotros estamos aquí soltándole toda la sopa y no hemos visto claro. Ya se nos acabo la mois y no tarda en entrarnos la malilla mi jefe.

Saque un billete de 100 pesos y se lo di al Chacal –nomás que no se te vaya haciendo costumbre Chacal porque en eso no quedamos.

– No mi jefe se lo juro que no –agarró el billete y luego hizo la señal de la cruz y besó sus dedos para sellar su juramento –yo ahorita le caigo con las curas. El Sipi le puede seguir contando la historia.

El Chacal salió como alma que lleva el Diablo y su amigo continuó:

– Como le decía patrón me fui ganando la confianza del Topo. Empecé lavándole sus carros y ahí fue cuando me dijo que hacía mucho había estudiado ingeniería allá en el sur, pero que le faltó poquito para terminar la carrera. No tenía título. Se las sabía de todas, todas.

Siempre supe que el compa era medio mañosón, pero al principio nunca me lo dijo.

Una vez fue que se destapó cuando me preguntó que si me gustaba la droga, y que si conocía a mucha raza que le pusiera. Le contesté que si a las dos cosas y al ratito que me saca una pelotita de cricri para que me alivianara. De ahí para el real nos hicimos más compas. Lo puse sobre aviso porque le conté como corría el agua más o menos con el Capi y los mentados carnales. Él me comentó sobre la visita que había recibido aquella noche cuando la primera de sus casas estuvo toda rodeada por hombres armados hasta los dientes.

De ahí el tal Sipi se soltó diciéndome que ese día el Topo había recibido a uno de sus patrones. Un sinaloense también. Al parecer rival de los hermanos Malacón, con el que se puso una parranda hasta altas horas de la madrugada para festejar un jale grande. Desde entonces el Capi no le quitó los ojos de encima al Topo hasta que lo asesinaron. 

Me comentó que le acomodaron la golpiza para sacarle la sopa. Querían saber sobre una droga escondida en  los túneles que conectaban a tres casas en la colonia. Pero que él no sabía nada de eso.

Tuve que salir, porque me hablaron para decirme que  había aparecido el cadáver del otro policía.

– No te me desaparezcas mi Sipi. En cuanto me desocupe vuelvo. Hay que preparar  una receta para hacer carnitas al cerdo Colorado.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

#QuédateEnCasaYLee
#ColecciónEditorialDictamenBC
#ApoyaAlEscritorIndependiente
#AyudaOPromueveCompartiendo

admin

Entradas relacionadas

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *