Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra 

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

11

No hay nada mejor que despertarse entre los brazos de una mujer desnuda. Abrir los ojos con los rayos del sol como testigos mudos de una noche de pasión.

Lo primero que busque al despertar, aparte de admirar la belleza dormida de mi Valeria, fue mi pistola nueve milímetros que siempre suelo dejar cargada y lista sobre un mueble que esta a un lado de la cama.

Eso me ha salvado la vida más de una vez.

Debo confesar que me costó trabajo bajarle el coraje a Valeria y también olvidar las piernas y los momentos que viví con la Morena.

Incluso un par de veces se me salió decirle morenita a mi Valeria mientras hacíamos el amor. Claro pensando en la bailarina. Ella ni lo notó porque también es de piel morena clara y más de una vez le he llamado así.

Cuando llegue en la noche Valeria tardó en abrirme. No dudo que pensara en no hacerlo. Las mujeres son así, cuando se enmuinan no hay poder humano que te salve.

Así estuvimos como dos horas en el estira y afloje hasta que finalmente terminamos desnudos, y empapados en sudor enredados entre las sábanas.

Pero eso no logró quitarme todas las ideas, pensamientos y presentimientos que traía en la cabeza. Incluida la Morena, sobre todo por aquella repentina aparición.

Todo fue tan extraño que no pude conciliar el sueño hasta entrada la madrugada. Sólo fueron unas cuantas horas las que dormí hasta que me sorprendió el sol.

Durante ese tiempo llegue a pensar, que de tanto darle vueltas al asunto de la Morena, sólo me había imaginado que la mujer en el Sanborn’s era ella.

Por eso tome la decisión de no decirle nada a nadie.

Mi segundo instinto al despertar fue revisar los periódicos. Sobre todo en el que escribía Donoso.

Todavía tenía tiempo para llegar a la oficina. Aproveche que Valeria estaba tomando un baño, me vestí y salí a buscar el periódico a la tienda de la esquina.

Donoso ya no escribió nada contra mí. Así transcurrieron un par de días con una desesperante calma.

Seguía con la sensación de que me seguían. Quizás los de Asuntos Internos, o la gente del Capi Colorado.

La tensa calma se rompió unos días después. Llamaron de la oficina. Era Valeria en su función de secretaria para darme un recado. Me había llamado el padrino de Vero, la víctima del reportero, porque le urgía hablar conmigo.

– Te dejo un número de celular para que le hablaras. Me insistió mucho en que te pasara el recado.

– Gracias Flaca. Ahorita le llamo.

Aunque las cosas estaban tranquilas, no pretendía dejar por la paz el caso de Donoso. Creo que él tampoco me iba a dejar tranquilo, así es que le llamé al viejo.

– Don Horacio ¿cómo está?

– Comandante que bueno que me llama, le tengo noticias. Creo que su visita por acá agito las aguas ¿podemos vernos en el restaurante chino de nuevo?

– Está bien. En un par de horas estoy por allá. Sólo resuelvo unos asuntos.

– Oiga nomás que voy a llevar compañía.

– ¿Compañía?

– Si Alex ¿lo recuerda? El muchacho de la recepción que andaba buscando aquel día. Apareció y está dispuesto a hablar con usted.

– Perfecto, por ahí nos vemos más tarde.

Largo se me hizo el tiempo.

Moncayo me había comentado que tenía una pista sobre el asesinato del Topo y entonces aproveche.

– Lánzate a investigar pareja. Me salió un compromiso.

– Ya le vas a hacer al policía chino de nuevo Calavera.

– Confía en mí pareja.

Pude desafanarme para ir a hablar con don Horacio y Alex, que ya me estaban esperando en el famoso café chino.

– Mire comandante el es Alex.

– Mucho gusto Javier Calavera para servirle – le estreche la mano.

El muchacho estaba golpeado. Traía un ojo casi cerrado por un moretón. Supuse que la llamada tenía algo que ver con eso.

– Mire como lo dejaron –comentó el viejo.

– ¿Quiénes?

– Esteban Blanco y compañía –contestó don Horacio, mientras Alex seguía enmudecido dándole sorbos a un caldo de aleta de tiburón.

Se acercó el chino y aproveche para pedirle unos camarones enchilados.

– Y que ¿también te cortaron la lengua esos cabrones?

Negó con la cabeza. Volteó a ver al viejo, que le dijo que podía confiar en mí.

Entonces empezó a hablar.

– El Blanco –, así le decían también al Catrín, –y  otro de sus amigos me hicieron esto. Dicen que ando de hocicón.

– Explícate.

– Parece ser que un novio de la muchacha anda haciendo muchas preguntas. Ellos creen que yo hable con él.

– ¿Novio? Mejor empecemos por el principio. Tú estabas en el hotel la noche que violaron a la muchachita ¿no es cierto? 

– Ni como negarlo. Mi vida se vino abajo desde entonces. Estos tipos no me dejan en paz.

Nomás falta que agarrara valor, y empezó a soltar toda la sopa.

– Mire no estoy orgulloso de lo que hice, pero uno tiene que sobrevivir y sacar dinero de donde se pueda. Tengo familia que mantener.

– Te entiendo.

– El Blanco es una fichita. Creí que era mi amigo por todos los negocios que teníamos juntos…

– No te preocupes cuéntale al comandante no te va a detener, además ya no haces eso.

– Mira Alex, tú tranquilo. No voy a dispararme al pie. No me chingo a la gente que me ayuda. Quiero la cabeza del reportero y del Catrín o el Blanco como tú le dices, no la tuya.

Tuve que prometerle que no le iba a hacer nada. Luego de un largo suspiro continuó con su relato.

– Bueno el Blanco me conseguía droga a buen precio para poder revenderla. También me daba buenas propinas cuando iba al hotel con sus putas. Yo lo dejaba pasar sin hacer preguntas. Siempre llegaba con alguna morra borracha y con el reportero. Estaban un rato y se iban. Esa noche fue diferente, y aún así me quede callado, pero ellos creyeron que yo llame a la policía. 

Todo cambió para el muchacho desde entonces, porque esa amistad se convirtió en enemistad.

Le pusieron una golpiza entonces para que no hablara con la policía. Lo acosaron hasta que finalmente renunció a su trabajo. Cuando parecía que la pesadilla había terminado lo volvieron a golpear.

– No me van a dejar en paz. Los conozco. Tiene que hacer algo.

– ¿Dices que te dijeron algo sobre un supuesto novio de la muchacha?

– Sí. Eso dijeron. Como que el novio anda haciendo preguntas por los congales donde se llevan, y creen que yo les dije algo.

– Mire comandante estas son personas peligrosas –intervino don Horacio –no se si ya le comenté pero mi compadre tuvo que cambiarse de domicilio, porque también lo amenazaron a él y a la muchacha para que ya dejaran el caso por la paz.

– Quiero hablar con ellos.

– Veré que puedo hacer. Lo que pasa es que tienen miedo.

– Y tu Alex, quiero que me pongas en charola de plata al Blanco. Te garantizo que no le van a quedar ganas de volverte a molestar.

En eso llegaron los camarones enchilados y me puse a comer.

Realmente traía mucha hambre.

– Por ahí tengo todavía su dirección.

– Necesito más que eso. Quiero ponerle una trampa y creo que se me está ocurriendo una idea ¿Conoces alguien más que le compre droga?

– Si claro.

Otra vez el celular me interrumpió.

– Pareja siento interrumpirte –era Moncayo. Un comando armado había levantado a dos policías municipales y por alguna razón el comandante nos necesitaba.

Apenas alcance a terminar mis camarones. Les deje mi número de celular.  También quedé de llamarles.

Como de costumbre salí en friega hacía el lugar donde fue el levantón.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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