Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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Aquello se volvió un verdadero desmadre en menos de lo que canta un gallo. Todo mundo agarró su nalguita y a tomar y drogarse se ha dicho. Me quedé un rato porque sabía que al Santi le faltaban un par de güisquis para soltar la lengua. Así fue.

Primero parecía rescatar la actitud agresiva de un principio reclamándome por la famosa trampa. Fue cuando me contó que en la madrugada recibió la llamada de un tal Míreles informándole que yo andaba desaparecido, y como era el contacto con ellos le interesaba tener otro canal de comunicación.

Le dijo que sabían de la reunión, y que el interés principal era apoyarlos como se había establecido en un principio cuando nos ayudaron a escapar de los sicarios afuera de la penitenciaría.

Santiago tenía el antecedente de que Don Paulino había pactado. También sabía que yo era el vínculo con este grupo de militares. Así que se confió.

– Sabíamos que la lesbiana nos quería tender una trampa. Nosotros teníamos nuestros propios planes y los soldaditos tenían el suyo. Por eso aquello fue un desmadre. Se la pelaron porque aquí seguimos –me dijo en un tono triunfal y aguardentoso mientras se aferraba más de lo normal a su bastón, por el estado etílico que guardaba, con una copa de güisqui en la otra mano.

Luego se siguió con el agente americano muerto.

– Al pinche gabacho lo seguimos un buen rato. Andaba pegadito con gente de Lucas. Te lo digo porque yo conozco algunos de ellos, pero nunca tuvimos que cruzar la frontera. Al muy pendejo lo cazamos aquí saliendo medio borracho de un restaurante de mariscos con una vieja, y como íbamos disfrazados de agentes federales, como nos pidió el patrón, nadie sospechó nada. 

Con su aliento alcohólico a todo lo que da, pausando su relato cada que se daba un pericazo, empezó a lanzar todo tipo de alabanzas para el Don.

Me mantuve lo bastante sobrio para digerir la historia, cortada por las lagunas mentales de sus relatores, quiénes al rato hasta mandaron a traer un grupo norteño y a pedir puro narcocorrido.

– Ahorita andamos al cien. El patrón esta mande y mande perico y mota. Ningún jale se le ha caído. A esos culeros de los Malacón se los está llevando la chingada.

– ¿Y dónde anda el patrón? –mandé el tirabuzón para ver si conseguía ponchar al Santi, pero levantó un poco la mano con la que sostenía el bastón, lo suficiente para negar con el dedo índice frente a mi rostro y con una sonrisota, con la que me quería decir “no soy pendejo” –la verdad tengo ganas de saludarlo.

– Le doy los saludos de tu parte cuando vuelva a hablar con él.

Pero lo último de su relato fue lo mejor –Que tan cabrón será el patrón que me adelantó todo justo como sucedió. Bueno a lo mejor se equivocó en algunos detalles, pero lo demás le atinó a todo. Todavía me acuerdo cuando me dijo “Ahí te mando la foto del gringo, con esto le vamos a dar un golpe mortal a Lucas y a su gente”.

Después me hice tonto un rato y me desafané de la famosa fiesta con el pretexto de que debía ir a recoger el carro de un amigo del estacionamiento de un centro comercial, que estaba a punto de cerrar.

– No te pierdas mucho pinche hechicero –me dijo Santiago después de darme un buen abrazo. Fue cuando aproveché para decirle que me iba a perder un rato mientas las cosas se calmaban, pero que trataría de seguir en contacto.

Como último gesto Santiago le giró instrucciones a dos de sus matones para que me llevaran a donde yo quisiera. Luego me dio una maleta pequeña.

– Esto es para que no tengas broncas en tu retiro hechicero. Si tienes algún problema nada más échame una llamada.

Abrí la maleta y estaba repleta con fajos de dólares. No quise contarlos entonces porque no me pareció lo más adecuado y lo hice cuando llegue al auto, justo antes de salir del estacionamiento que estaba por cerrar al público.

Conté cincuenta mil dólares. Y bueno aunque nada de lo que hice fue por dinero, no puedo negar que esto ayudaba mucho a un tipo como yo, que había perdido su identidad, y que estaba muerto para el resto del mundo.

Pasaba de la media noche cuando deambulaba por las calles semidesiertas de la ciudad. Di un par de vueltas por el departamento de Valeria. Se veían las luces encendidas y de sólo pensar en llamar a su puerta me puse tan nervioso como si fuera un adolescente en su primera cita.  

Si alguien hubiera podido verme en ese momento seguramente habría dicho tan grandote y tan miedoso. Creo que hasta hice un hoyo de tantas veces que pase por ahí antes de estacionarme. Tenía tantas dudas y a la vez los nervios me destrozaban.

El tiempo que tardé en subir las escaleras y llamar a la puerta de Valeria se me hizo eterno, y me pasaron miles de ideas locas por la mente.

– ¿Quién es? –aún podía reconocer su voz y estaba algo asustada. Seguramente por la hora que era.

– Yo amor –contesté con una firmeza que apenas me la creí.

Desesperada buscó las llaves. Incluso se le cayeron un par de veces. Estaba tan atento a todo lo que sucedía y el silencio de la noche me permitió escuchar esos sonidos en medio de su risilla nerviosa.

– ¡Sabía que estabas vivo¡ -gritó y luego se lanzó a abrazarme envuelta en lágrimas. Pero me duró muy poco el gusto, porque luego se puso como loca a golpearme en el pecho – ¡desgraciado por qué nunca te comunicaste conmigo. Creía que habías muerto¡…

No supe que contestar. La abracé con fuerza como queriendo calmarla hasta que se tranquilizó por completo.

– Estaba muy angustiada…

– Ya pasó tranquila…

Entonces nos fundimos en el beso más apasionado que tenga memoria. Era una sensación tan extraña luego de tanto tiempo. Había estado con otras mujeres, pero ahora me sentía diferente. En casa. Como si todo hubiese sido una pesadilla mientras empujaba a Valeria a su habitación para quitarle de encima su camisón, y besar su cuerpo completamente desnudo.

Las palabras se habían ido. Las explicaciones sobraban. Ahora hablaban las caricias con la luz de la luna colándose por la ventana, y las sábanas estorbando los movimientos de dos cuerpos que se fundían: los nuestros con las piernas peleando por acomodarse, y el sudor llegando en cada jadeo. Todo aquello hablaba por sí sólo. 

Fueron minutos intensos sin palabras. Con gemidos de placer y manos desesperadas por volver a explorar la nostalgia en la piel. Buscando el tiempo perdido en cada curva del cuerpo uno del otro, y al revés en cada gota de sudor. El cansancio nos ganó tras un par de explosiones de placer y nos quedamos profundamente dormidos. Aferrados el uno del otro. Con el viento que entraba por la ventana arrullándonos.

A la mañana siguiente vinieron las explicaciones. El primer rayo del sol me recordó que la maleta con el dinero aún seguían en el auto, así que me puse lo primero que encontré y fui por ella. Cuando regresé Valeria había despertado, aún no se había levantado de la cama y estaba por hacerlo preocupada por mi ausencia cuando de pronto me vio entrar a la habitación.

– Por un momento creí que había sido un sueño –me dijo todavía medio amodorrada. Le explique que sólo había bajado al auto, y ella me hizo una revelación que me estremeció:

– Justo así como te ves ahora con bigote, barba y cabello largo te vi cuando estaba en el hospital. Tú me sanaste.

No contesté. No tenía una respuesta coherente.

– ¿Por qué nunca te comunicaste conmigo?

– No era conveniente.

– Pero todos pensamos que habías muerto…

– Y es preciso que la gente siga creyendo que estoy muerto.

Luego vino lo difícil: decirle que pronto debía irme por un tiempo hasta que las cosas estuvieran más tranquilas.

Ella se me quedó mirando sin decir nada. En su rostro se reflejaba la tristeza.

– ¿Cuánto tiempo?

– Realmente no lo sé. Es lo mejor. Prometo estar en contacto –también le enseñé el maletín, tenía planeado dejarle 40 mil dólares guardados, mientras regresaba –creo que los vamos a necesitar cuando vuelva.

– ¿De dónde sacaste este dinero?

– Durante todo este tiempo he hecho cosas que no me enorgullecen, pero que definitivamente tuve que hacer para seguir vivo. Esto es parte del resultado.

Valeria miró el maletín y luego a mí. Imagino que no supo qué decir. y prefirió poner el maletín en su clóset. 

Nos interrumpió el timbre de mi celular.

– Pareja ¿Viste las noticias anoche?

– Sí.

– Te dije que algo muy raro estaba pasando.

– ¿Qué te parece si vienes al departamento de Valeria? La flaca nos va a hacer de desayunar y sirve que platicamos más tranquilos.       

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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