Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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No sé qué cara puso el Alacrán cuando Madame Yhajaira abrió decididamente la puerta y lo primero que vio fue una figura de la Santa Muerte de metro y medio de alto, que yo había dispuesto al fondo del consultorio para atenuar una atmósfera aterradora para el cerdo Colorado.

La luz tenue apenas le daba un detalle funesto a la figura que tenía una esfera de cristal en la mano y un bastón en la otra.

– Más vale que no me esté mintiendo bruja.

– Ya le dije señor oficial que aquí no hay nadie más, y bueno le abro la puerta para que revise la sala si usted quiere. Mis creencias no me permiten entrar hasta que todo el lugar este consagrado a la Santa Señora, pero no voy a obstruir la labor de la justicia. Revise usted.

– Le creo. Pero le advierto que vamos a estar vigilando, porque ese brujo amigo suyo, esta inmiscuido en un secuestro que acaba de ocurrir y tenemos que detenerlo –fue todo lo que dijo el Alacrán, y sin poner un solo pie en el consultorio dio media vuelta junto con sus compañeros y se fue.

El mango del sable estaba bañado en el sudor, porque lo apreté con tal fuerza como si de eso dependiera sostener mi respiración para evitar ser descubierto.

– Me salvaste Yhajaira. Te lo agradezco.

– Aunque prefiero marcar mi línea, debo reconocer que de alguna manera la Santa Señora de la Muerte te salvó está vez –había cierto temor y respeto en la voz de la madame al decir esto.

– Sí. Bueno creo que hay una conexión especial entre ella y yo –voltee a mis espaldas y miré la estatuilla con cierto agradecimiento –Que puedo decir. Hay que morir para renacer como las flores.

– Ya vas aprendiendo mi querido Horacio…

– Creo que es mejor que descanse maestro, porque la patrulla continúa estacionada aquí afuera. No nos creyeron mucho –intervino Evodio.

Para entonces ya estaba recostado en el sofá de nuevo y al escuchar eso terminé de acomodarme.

– Descansa mi buen Horacio. Tengo unos clientes que atender en la otra salita. Vuelvo enseguida.

“Eres un hueso duro de roer hechicero”, dormitaba cuando la voz de aquel hombre me despertó. Cuando me miré en medio de una selva y pirámides supe que todavía estaba soñando. “Veo que ya no te puedo engañar tan fácilmente hechicero. Debo reconocer que has avanzado, pero el hecho de que sepas que estás dormido no te va a servir de mucho”.

“¿Eres Natanael Zamora?”.

“Que bueno que me reconoces”.

“Porque no me das la cara en el mundo real, y te dejas de chingaderas”.

“Esto es el mundo real hechicero. No porque tú no lo conozcas no es real ¿Acaso tienes miedo?”. La voz venía de lo alto de una de las pirámides, también mire a cientos de realizando una especie de alabanza, mientras el hombre de la túnica negra alzaba un cuchillo negro con sus dos manos.

Era yo quien estaba en la piedra de los sacrificios. Los ojos de Natanael parecían vacíos. El rostro lo tenía salpicado de sangre y su cabello largo como encostrado y sucio.

“Esos mismos Dioses que hoy convocaste, te exigen en sacrificio para que el orden natural siga su curso”, podía sentir como el corazón se me salía del pecho, estaba amarrado y por más que jalaba mis brazos con fuerza no podía soltarme.

El cuchillo de obsidiana cayó sin remedio hundiéndose en mi pecho. El golpe me despertó con un grito ahogado. Había despertado pero me faltaba el aire, y tenía un intenso dolor justo donde debía estar la herida.

Evodio abrió la puerta y notó mi desesperación.

– ¿Maestro está bien?

– No. Me han rebanado el pecho ¿No lo vez? –apreté mis manos con la intención de que la herida no sangrara.

– No veo nada –contestó Evodio después de inspeccionarme. Recuperé el sentido al separar mis manos del pecho y verificar por mi mismo que no tenía sangre, sin embargo el dolor seguía ahí.

– Me duele. Natanael Zamora me hirió con un cuchillo de obsidiana.

– ¿Natanael Zamora? –noté cierto nerviosismo en la pregunta de Evodio.

– ¿Lo conoces?

– Sí. Por desgracia. Voy a traerle algo para quitarle ese dolor.

– Quiero saber más sobre ese hombre ¿Dónde lo encuentro?

– Si él no quiere, difícilmente lo va a encontrar. No hay mucho que decir de él, es un brujo negro, trabaja el Palo Mayombe, la Santería y creo que hasta el Vudu –sin decir más Evodio desapareció y regresó minutos más tarde con una tasa de té en sus manos. –Hace trabajos negros para mafiosos y políticos poderosos.

Le di un sorbo a la bebida caliente que tenía un sabor muy amargo.

– ¿Qué es esto?

– Es un té de varias yerbas que le va a ayudar. Tómeselo todo.

– Así que hace trabajos negros.

– Si Natanael lo tiene trabajado. Seguro la Nana Tencha sabrá que hacer.

– ¿Quién es la Nana Tencha? Es la misma que mencionó hace un rato Madame Yhajaira ¿Verdad?

– Es una abuela yoreme, heredera del conocimiento de los indígenas mayos de Sonora y Sinaloa. También dicen que es una Maya Galáctica, pero ella no habla mucho del tema. Dicen que ella es la maestra del Nagual, que la Nana lo hizo lo que es ahora…

– ¿Lo que es ahora?

– Un Nagual.

– Tú no vas a creer que el puede convertirse en animales ¿o si?  

– Mejor termínese su té, y descanse un poco maestro.

– ¿Evodio podrías ver si los policías siguen ahí afuera por favor? –le pedí antes de que se retirara de nuevo y me volví a acomodar en el sofá. Ahora tenía más ideas en la mente y un dolor inexplicable en el pecho. Sólo esperaba que no fuera un pinche infarto.

Cuando Evodio regresó para decirme que los policías seguían afuera, aproveché para pedirle algo para poder desmaquillarme. Me indicó que la puerta que se veía al fondo era un baño donde había crema que me serviría para eso.

Mientras me desmaquillaba traté de idear alguna forma para salir de la tienda sin ser visto por los policías y llegar hasta la casa donde debían tener prisionero al gordo Colorado. Aunque debo admitir que esto ya era más que nada a título personal. Un poco también por conseguir una pieza más de este rompecabezas.

Los pasos de Evodio atravesaron el consultorio hasta que llegaron a donde terminaba de desmaquillarme.

– Siguen ahí.

– Necesito salir lo más pronto posible. Evodio tienes que ayudarme.

– Déme unos minutos para pensar en algo.

El dolor del pecho no había desaparecido del todo, pero si disminuyó cuando terminé de tomar el famoso té de yerbas amargas.

– ¿Qué pasó hechicero dónde estás? –no quería que empezaran la fiesta sin mi y por ello le llamé al Santi para avisarle de mi situación.

– La presa hizo de las suyas por última vez, y me mandó unos perros de caza que están aquí afuera de la tienda vigilando.

– Hiciste un buen trabajo mi amigo, si quieres te mando al Pato para que te saque de ahí a como de lugar, y de paso se llevan a otros cerdos más…

– Dame un poco de tiempo Santi. No me gustaría derramar sangre aquí frente al negocio de mis amigos. Los tienen ubicados y podrían vengarse luego. Estoy seguro que voy a encontrar la forma de salir de aquí sólo quería avisarte.

– Me parece que tenemos controlado al jefe de ese sector. El Pato es el que sabe bien, si es así le vamos a pedir que retire a sus fieras de ahí si no quiere problemas. Déjame verificarlo y te devuelvo la llamada. No te muevas de ahí.

El agua fresca del lavamanos sirvió para despejarme un poco, luego me recosté de vuelta en el sofá, porque hasta ahora la mejor opción era esperar la llamada del Santi.

Pasaron varios minutos y volví a dormitar. Esta vez descanse sin sobresaltos, pero seguía alerta para no dejar pasar la llamada o el regreso de Evodio. Lo que sucediera primero.

– ¿Te desocupaste? –le pregunté a Yhajaira cuando la vi que asomó las narices en el consultorio.

– Sí. Discúlpame no quise despertarte.

– No te preocupes sólo descanso un poco y aprovechó para pensar como escabullirme de los policías porque necesito salir. A propósito no he tenido oportunidad para agradecer todo lo que han hecho por mí Evodio y tú. De verdad no sé qué hubiera hecho sin ustedes.

– No te preocupes. Te lo dije una vez y te lo repito eres bienvenido por aquí cuando quieras y bajo cualquier circunstancia. Ahora te dejo porque creo que quieren comunicarse contigo.

A pesar de que ya me estaba acostumbrando a este tipo de excentricidades no pude evitar la sorpresa cuando sonó mi celular.

– Listo hechicero. El Pato acaba de arreglar todo con el jefe de sector. Van a levantar la vigilancia, pero te recomiendo que no te confíes y tomes tus precauciones. A estos tipos no les va a gustar mucho la idea de dejarte ir así como así.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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