Subyugados por la pasión

Subyugados por la pasión

Novela

Capítulo 1

Peggy Bonilla
Alianza Editorial Edhalca –Dictamen BC

¨Soy una Anarquista como mi marido y rechazo limosnas de cualquier gobierno”

María Broussé

Los Magonistas exiliados en Estados Unidos y sus seguidores o simpatizantes siempre vivieron como en un escaparate. Perseguidos, acosados, señalados a causa de sus ideales revolucionarios. Una de las razones, era el Porfirismo en decadencia, la lucha había comenzado, primero como  brote aislado, en Palomas y Las Vacas, Coahuila, luego en Janos, Chihuahua, en los años 1906 y 1908. Movimientos obreros importantes como el de los mineros de Cananea en 1907 y textileros de Rio Blanco, fueron rebeliones que sentaron precedentes de la llamada Revolución Mexicana, que terminaría oficialmente hasta 1920. Los Magonistas, fue una facción de ideólogos, letrados, periodistas, revolucionarios, que lucharon desde el Periodismo y también en campos de batalla, para concientizar a los grupos oprimidos de obreros y campesinos de México.

     De este renglón de la Historia surgen muchos nombres de hombres y mujeres valerosas. Cipriano Ricardo Flores Magón, es asesinado en cautiverio, así lo señaló uno de sus compañeros de la Penitenciaría de Leavenworth, Kansas. Le fracturaron el cuello la madrugada del 21 de noviembre de 1922.  Cuando María Talavera vio llegar aquél día un elegante automóvil oficial, y le notificaron que iban de parte del Cónsul de México, un rayo atravesó su corazón, paralizándola, como si presintiera.  Le extendieron un sobre, ella se apretaba una mano contra  la otra, tenía miedo de leer, y a la vez, consideró la necesidad imperiosa de saber, llena de angustia. La noticia la derrumbó y no supo más del tiempo, ni cómo transcurría o si se detuvo, al igual que sus sentidos, el latido de su corazón.  Perdió la noción de estar viva, no sentía sus pulmones aspirar el aire. Su Ricardo muerto. Jamás podrían verse ya, ni tener el hijo que anhelaban.

     Su hija Lucile estaba a su lado, con el pequeño Carlitos de la mano, incrédulas, llorosas, enlutado el corazón por aquél ser increíble a quien amaron. No quedaba nada, sólo la dignidad, la urgencia por saber quiénes eran responsables de la muerte de Ricardo. No aceptaron ese papel escrito con el número 500, no, no necesitábamos sus pesos canjeados a dólares. Le quedaba la decencia y reprimió las ganas de aventarles aquel cheque a la cara, simplemente no lo aceptó. No pudo ver en qué momento se fueron por donde llegaron. Se quedaron con las lágrimas y el corazón destrozado. La casa era antigua, de madera, modesta pero confortable, reminiscencia de principios del siglo XVIII, podría decirse que tenía aspecto rural, ubicada en una loma, por Fargo Street. Olía a flores en los alrededores, sin muchas construcciones vecinas, crecía la yerba después de las lluvias y se respiraba ese rico aroma, así era la vida en las afueras del área metropolitana de Los Ángeles, todo ajeno a su dolor.

     Estaría por siempre presente la pena por la ausencia de su amado Ricardo. Aquellas cartas amorosas y bellas, que le mandó desde sus numerosos cautiverios, sostenían su espíritu. !Lo extrañaba tanto! El timbre de su voz, ese tono varonil lleno de palabras hermosas y poéticas. Su mirar, como un pozo de deseos y ternura, que nunca encontró antes en ningún mortal. Necesitaba abrazar sus  amplias espaldas, recostar la cabeza en su pecho, ser abrazada por sus manos tan cálidas, apasionadas y a la vez suaves. Los besos con que la amparaba, la gloriosa felicidad de sus pieles al tacto. Y la vehemencia con que pronuncia su nombre: María, maría. La eternidad se mide en un instante, o en los quince años que habían transcurrido desde que se conocieron. Hombre noble y valiente, inquebrantable. Imposible olvidar. Ella con su amor incondicional a la espera de su regreso.

   Su historia de amor en común estaba llena de recuerdos, María se recreaba de los momentos en que estuvieron juntos, de cuando se conocieron. Ciertamente fue el sol que iluminó su vida. Llegaron aquel dichoso día María y  su hija Lucile pre adolescente, a la Placita del centro de Los Ángeles, Marcelino Talavera, esposo de María, no pudo asistir y cierto era que se interesaba poco en aquellos menesteres de luchas sociales. La multitud ya se notaba animosa, al voltear lo escuchó llena de asombro, el orador era el centro de atención, fue amor a primera vista, Ricardo Flores Magón arengaba con varonil elocuencia a los presentes, discursaba de los gobiernos, del proletariado, del rico, del pobre, estaba fascinada con lo que salía de la boca de esa mente brillante. Ella estaba casada, era un poco mayor y considerablemente más alta, pero sus destinos ya estaban entrelazados.

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