Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

9

– La neta es un policía municipal el que parte el queso aquí.

Así a rajatabla la soltó el Chacal, mientras sumergía la llanta en el agua sucia para poder encontrar la fuga de aire.

Me senté en un sillón viejo que estaba a un lado del tambo con agua donde revisaba la llanta.

De la oficina salió un tipo panzón, camisa floreada, pantalón de mezclilla, huaraches ¡ah pero eso si! bien enjoyado. Traía una esclava de oro macizo gruesa y un anillo más grande que su dedo.  

El tipo debió sentir las miradas inquisidoras que le eche. De volada volteó a verme. Yo, bien conchudo, seguí sentándote y sin quitarle los ojos de encima. Nada más me dio las buenas tardes.

El Chacal me adivinó el pensamiento. Sin necesidad de preguntarle me dijo que el tipo folklórico, que volvió a meterse a la oficinista, era su patrón el dueño del changarro.

No le di mucha importancia.

– ¿Así que es un policía municipal el bueno aquí en esta colonia? –insistí.

– Así es.

La oscuridad llegó con una ventisca fría, pero al Chacal no parecía afectarle mucho seguía como si nada el canijo trabaje y trabaje.

– ¿Que onda patrón entonces si se va a mochar? –interrumpió de tajo mis pensamientos.

– Pero si no me has dicho nada Chacal.

– Jefazo es que por aquí hay muchas orejas, esta muy caliente.

La colonia no era precisamente una zona residencial, llena de cañones, basura y picaderos, como muchas en la ciudad, eso no era una novedad para mi y me estaba desesperando.

– ¿Tienes algo que decirme o no?

El malandro debió imaginar que me estaba encanijando, porque enseguida reculó.

– No se enoje patrón, ya le dije que un policía municipal es el macizo por aquí ¿Qué más quiere saber?

– ¿Como se llama?

– No mi jefe me pide demasiado. La verdad nunca le he preguntado su nombre. Alguien como yo no tiene ese derecho. Si acaso he escuchado que algunos de los otros policías le dicen Colorado, pero no se si es su apellido o su apodo, con eso que es cachetón y güero tirándole a rojillo.

Siempre he dicho que cuando tu nombre esta en las calles hay que tener mucho cuidado. En mi caso estoy acostumbrado a eso, sobre todo por mi apellido. Si alguien pregunta por mí como Javier pocos sabrían dar referencia, porque es un nombre muy común. Pero si alguien pregunta por Calavera todo mundo sabe dar norte de mi. Esto mismo le pasa al Capi Colorado. Ni yo se bien como se llama, pero si me dicen Colorado no hay vuelta de hoja, no hay muchos con ese apellido en la corporación.

– ¿De pura casualidad no has oído si le dicen Capi?  

– Ese mero es patrón ¿no me diga que es su compa, porque si no ya la regué?

– No exactamente mi amigo, pero si se quien es.

El Chacal suspiro. En la calle no sabes con quien hablas o lo que dices. Una frase te puede llevar al cementerio o de menos ganaste una madriza. En lo personal no tengo nada que cubrirle a un cerdo como Colorado, porque digo hay que ser cochi pero no tan trompudos, decían los viejos allá en mi tierra y tenían razón.

Se puede decir que el Capi y yo somos viejos conocidos. Amigos no. Pero de que nos conocemos, claro que nos conocemos. Es más podría decirse que nuestros caminos se han cruzado más de una vez y no con buenos resultados.

Entre los muchos andares que he tenido por la policía, algunos años atrás estaba asignado al grupo contra robo de vehículos. 

En aquel entonces estábamos tras los pasos del cabecilla de una bandita de morros que se dedicaban al robo de autos en los estacionamientos.

Eran chamacos de entre 18 y 22 años de edad, adictos casi todos al cristal y se la pasaban rentando cuartos en hoteluchos del centro. El líder de la banda era un malandro al que le decían el Campamocha porque estaba tan flaco, y con unos ojotes como ese insecto que parece palillo de dientes.

Como por arte de magia el Campamocha siempre se nos iba de las manos, hasta que un día nos enteramos que la Policía Municipal lo tenía detenido porque andaba en un carro robado y nos arrancamos a la delegación para llevarlo a los separos, pero de nuevo se nos había escapado.

– ¿Cómo que lo soltaron?

– El Capi dio la orden mi jefe pregúntele a él –se limitó a decirme el encargado de la barandilla.

Esa fue la primera vez que lo mire, en su oficina, bien concha sentado en un reclinable, con su rifle de cargo recargado en la pared.

– Tuve que dejarlo ir mi jefe, nos equivocamos y el carro estaba 10 5.

– ¿Y se le ocurrió correr su nombre a ver si tenía orden de aprehensión?

– Mire mi jefe, aquí no es nuestro trabajo investigar. El carro que traía no estaba reportado como robado y lo dejamos ir, así de simple.

Ese día tuve que tranquilizar a Moncayo. Yo me contengo un poco, no mucho, pero Moncayo si me dice quítate que ahí te voy.

Total que Moncayo no se pudo contener, y empezó a gritarle al Capi hasta que pude tranquilizarlo. La bronca se estaba haciendo tan grande que ya estaban como tres oficiales malencachados esperando alguna orden del Capi, que ni se inmutaba.

A final de cuentas salimos de la comandancia con las manos vacías.

– Que les vaya bien señores –alcanzamos a oír la melosa vocecita del Capi cuando nos retirábamos. Moncayo quiso regresar a ponerle unos madrazos, pero no se lo permití.

– No tiene caso parejón. Ya vendrá la nuestra –y cayó, porque unas semanas después pudimos detener al famoso Campamocha.

Resulta que una mañana estaba escuchando la frecuencia de la municipal en la radio cuando unos patrulleros pidieron apoyo para evitar un linchamiento precisamente del Campamocha.

Por fortuna estábamos cerca del lugar y no tardamos en llegar. Los policías ya tenían a dos rateros en la patrulla para evitar que los golpearan más.

Alrededor de la patrulla había varias personas muy enojadas, y lo primero que se me ocurrió fue pedir refuerzos para poder llevarnos al Campamocha.

Minutos después llegó el Capi Colorado junto con su escolta y se fue derechito hasta la patrulla para pedirle a los policías que le entregara a los detenidos.

– Ahora si te amolaste Capi, a los detenidos nos los llevamos nosotros –le gritó Moncayo en cuanto lo vio llegar.

– No estoy hablando contigo. No te metas.

Moncayo traía una escopeta, cortó cartucho y encaró al Capi, quien de inmediato intentó sacar su pistola. Para cuando se llevó la mano al mango de la pistola yo ya lo tenía a tiro.

– No te pongas difícil pareja. Ese compa de ahí tiene varias órdenes de aprehensión, y no te quiero llevar a ti también por obstrucción.

Todo fue tan rápido que nunca supe que hicieron los patrulleros. Entre la adrenalina del momento recuerdo que muchos de los mirones se quedaron helados. Lo que si tengo bien presente es que Moncayo le apunto al escolta del Capi que intentó intervenir. En ese momento llegaron más patrullas y también agentes de nuestra corporación. No se hizo un zafarrancho porque el Capi Colorado levantó las manos a la altura de los hombros para calmar las cosas.

– No es para tanto comandante. Baje su arma no vaya ser que aquí suceda una tragedia.

Nunca supe cual era la relación que tenía con el robacarros. Desde entonces nos hemos encontrado varias ocasiones sin cruzar más que miradas y movimientos de cabeza.

Ahora de nuevo tenía al Capi Colorado metido en mis asuntos.

– Mire jefe, ese Capi es un desgraciado. Él y su grupito de policías son los que mandan aquí y sino investigue, porque al que se les sale del guacal lo truenan. Así lo hicieron hace como tres meses ejecutaron al Cucaracha, y alegaron que fue en defensa propia porque les disparó.

El Chacal había terminado de cambiar la llanta. Discretamente le entregue el paquetito con mota y me fui a pagarle al dueño.

– Nos estamos viendo Chacal. Te busco luego.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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