Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

6

En ocasiones las ideas se distorsionan, se saturan y a mi me estaba pasando justo eso.

Me puse a revisar con todo detalle el expediente que me acababa de entregar Sofía, pero no traía gran cosa. Era sólo la declaración ampliada de la joven donde explicaba que esa noche había salido con unas amigas a un antro en la avenida Revolución, donde se emborracharon hasta entrada la madrugada.

Incluso decía que había bailado con un par de americanos, que nunca había visto y desconocía si alguno de ellos había sido el responsable de raptarla y ultrajarla.

La declaración mostraba aún más irregularidades. La muchacha describía que había despertado en la habitación de un hotelucho en el centro, amarrada, amordazada y desnuda, además de golpeada por los supuestos americanos.

En cambio en el parte original se mencionaba que el recepcionista del hotel fue quien llamó a la línea de emergencia, para reportar que dos sujetos estaban golpeando a una mujer en una de las habitaciones. Por alguna extraña razón la víctima también omitía esos detalles en su declaración.

En el expediente no había ninguna constancia de que algún agente se hubiera trasladado hasta el hotel o al antro donde habían sucedido los hechos. Tampoco buscaron a las amigas que supuestamente acompañaban a la jovencita.

Andaba cerca del hotelucho así que decidí darme una vuelta.

Cuando llegue en la recepción estaba una mujer mal encarada y de pocas palabras. Me identifique como policía y le explique el motivo de mi visita.

– Si lo recuerdo. No fue en mi turno. Le tocó al muchacho que estaba en la noche, pero renunció hace la semana pasada.  

– ¿Renunció?

– Sí. Un día llegó bien golpeado. Dijo que lo habían asaltado y que iba a tomarse el día. Después habló para decir que ya no volvería a trabajar. Sí que no creo que el muchacho pueda servirle de mucho.

– ¿Después de eso no vinieron policías a investigar?

– Un par de veces. Igual que usted buscando al muchacho. Pero como les dije lo mismo ya no regresaron.

La mujer no parecía saber mucho sobre el paradero del recepcionista. Ni siquiera me quiso decir su nombre completo. Sólo me dijo que lo conocían como Alex.

– A lo mejor el patrón tiene más datos pero no está.

Salí del hotel tal como llegue: con las manos vacías y con las ideas revueltas.  Esto de obsesionarse no es bueno, porque el subconsciente como que te traiciona. Llegue a pensar que era momento de ponerle plantón a Donoso y acomodarle una buena golpiza. Ahí no le fallas, para que tanta vuelta. Por fortuna pude tranquilizarme. Iba caminando a la oficina cuando me abordó un anciano medio encorvado, delgado y chaparrito.

Lo reconocí. Era el hombre que estaba haciendo el aseo en el patio del hotel cuando entre a hablar con la recepcionista.

– No quisiera que nos vieran hablando es peligroso.

– ¿Peligroso?

– Voy a tomar un taxi, sígame hasta la parada y ahí hablamos.

Pude adivinar que nos observaban y lo deje continuar su camino. De hecho nunca volteó a verme directamente y eso sirvió para no levantar sospechas. Sin embargo cruzando la calle estaban dos cabrones tomándose una soda afuera de una tienda. Cuando se dieron cuenta que los miraba se pusieron muy nerviosos. Uno de ellos caminó hacía un callejón y el otro simplemente se metió a la tienda.

La verdad no tenía tiempo de seguirlos. Me interesaba más lo que el anciano tenía que decirme. Así que sólo me grabe sus rostros. Tenían finta de malandros y supuse que por ahí vivían.

Seguí mi camino y minutos más tarde estaba hablando de nuevo con el viejito.

– Espero que no me tome a mal tanta precaución comandante –. Nunca he entendido porque siempre la gente nos llama comandante. Pero en fin no me iba a poner a debatir eso con el viejito que se veía ya de por sí muy nervioso. Incluso me pidió que siguiéramos caminando –hay un restaurantito chino aquí adelante, sirve que aprovecho porque no he comido nada en todo el día.

“No vaya a pensar este ruco que voy a  pagarle el lonche”, pensé.

Minutos después estábamos sentados en una mesa de la lonchería pidiéndole a un chino flaco y chaparro un par de sodas y un lonche para el ruquito, hasta eso del más económico.

– ¿Veo que tiene mucho interés en el caso?

– ¿A que se refiere?

– A que antes de usted vinieron otros policías, también preguntaron por Alex, pero no con el mismo interés.

Hasta entonces no entendía bien lo que el viejo había visto en mi actitud. Cuando oyes ese tipo de cosas hasta la piensas o este ruco es adivino, brujo o no se que o a mi de veras se me nota la rabia en la cara.

Total que el ruco siguió con su perorata que me empezó a interesar justo cuando me confeso que el tal Alex no fue quien llamó a la policía aquella noche.

– Ese día el patrón me pidió que me quedara horas extras. Los fines de semana las parejitas aprovechan y hay más trabajo.

En eso estaba cuando llegó el chino del mandil con el plato retacado de arroz chino y pollo cantones –gusta comandante – me dijo el viejo mientras le daba una buena mordida al chun kun.

– Bueno le decía que esa noche estaba trabajando horas extras, cuando llegó Esteban Blanco y su amigo el reportero con una morrita. La verdad es que eso no debía extrañarme mucho, porque el Alex siempre les hacía ese tipo de paros.  

– ¿Paros?

– Favores.

– Si se lo que quiere decir paros, lo que quiero saber es ¿Qué tipo de favores?

– Me imagino que conoce a Blanco, todos los policías conocen “el Catrín”. Por eso me extraño que acudieran a mi llamada. Obviamente dije que era el recepcionista para no tener problemas, porque todo mundo solapa a ese canijo. A cada rato llevan mujeres él y su amigo el reportero, y Alex los dejaba hacer su desmadre.

– ¿Entonces porque llamó a la policía? 

El viejo se encogió de hombros ante mi pregunta.

– Bueno siempre habían sido prostitutas, bailarinas o una que otra niña gringa. Esta vez era diferente. Era una menor,  la hija de mi compadre –cuando dijo eso se le hizo un nudo en la garganta.

El hombre debió notar mi sorpresa porque aprovechó para darle un par de cucharadas al arroz. No es que conociera al señor o sintiera su misma pena, pero siempre un giro inesperado te saca de onda.

– A veces me da coraje ser tan cobarde, y ese fue uno de esos días. Recuerdo que me quede mirando la escena mientras bajaban a mi ahijada del carro y hasta uno de ellos me grito “¡Tú que miras viejo vuelve a tu chamba!” –se le salieron las lágrimas. –Debí sacar fuerzas de donde fuera y detenerlos. No lo hice.

Mi ahijada, la Vero, estaba tan drogada que apenas y podía pararse, y yo me quede ahí como si nada. De hecho llamé a la policía hasta que tuve oportunidad, cuando Alex se fue al baño a fumarse el churro que le regaló Blanco y para entonces, mi ahijada trataba de liberarse de las garras de esas bestias. Sólo tuve valor para llamar a la policía.

Para entonces el viejo no pudo más. Hundió su rostro en el pecho para llorar, luego suspiro y me miro de nuevo.

– ¿Dígame que esas ratas van a pagar por lo que hicieron?

Esos son los momentos difíciles, y creo que me identifique más con el ruco. El sistema ya una vez los había dejado escapar, y todavía no tenía la menor idea de porque me aferraba tanto a este caso. Sólo asentí con la cabeza, y el alivio de inmediato se le notó en el rostro.

El timbre del celular rompió el dramatismo de la escena. Era Moncayo.

– ¿Qué pasó Calavera? ¿Dónde estás? Pareja llevo toda la mañana cubriéndote, el comandante ha estado pregunte y pregunte por ti.

– He andado ocupado parejón.

– Pues desocúpate ya. Surgió un nuevo testigo en el caso del homicidio de Oscar “el Topo” y ocupo que te vengas a la oficina right now. 

– Ahí te caigo pareja.

Saque un par de billetes y le dije al ruco que le invitaba la comida, pero que me tenía que retirar. Le pidió pluma y papel al mesero, y me apuntó un número de teléfono celular.

– Se que ya ha pasado mucho tiempo, pero de verdad espero que estos tipos paguen. Llámeme por favor.

– Así lo haré –le respondí y salí apresurado.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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