El Mochito de la Peni

El Mochito de la Peni

Hamlet Alcántara

Había algo en la morgue que ponía muy nervioso al comandante Maikol a pesar de que llevaba años visitándolo por su trabajo en el grupo de homicidios, y su compañera lo noto justo cuando la recepcionista quiso anotar su nombre y él la corrigió mientras se desabotonaba la camisa y se limpiaba el sudor que le corría a chorros por la frente.

  • Ya sé que Maikol no se escribe así con k, pero así me registró el pendejo del juez y nunca lo han querido corregir, que quiere usted que yo haga –respondió con evidente molestia y con la dificultad de quien está a punto de perder el aliento.
  • ¿Se siente usted bien?

El comandante respondió, que estaba bien y sólo le pidió a la mujer un cono para servirse agua del garrafón.  

La agente Rebeca, sabía que el comandante no podía evitar sentirse de ese modo. Siento como si los pinches muertos de aquí me quisieran robar el aliento, le dijo en una de las tantas ocasiones en que visitaron el Semefo.

Pero Rebeca Amezcua ya estaba acostumbrada a sus excentricidades. Tengo un olfato muy sensible, como el de los perros policías y aquí huele a maldad y a locura, le dijo al oído el comandante Maikol esa misma mañana, cuando junto con los peritos de la procuraduría, revisaban la celda de castigo donde había amanecido sin vida una interna.

Ella juraba y perjuraba que a alguna de las carceleras se le había pasado la mano y estranguló a Amandita, como sus compañeras la conocían. Pero Maikol decía que no.

  • ¿Entonces qué pasó?
  • No lo sé, pero Amandita no murió estrangulada.

Rebeca se aferraba a unas marcas que Amandita tenía en el cuello, pero el comandante Maikol decía que eran moretones que se hizo en la pelea por la que la habían castigado. Seguramente ya le echaste el ojo a alguna de las guardias y por eso la estas defendiendo.

  • Una apuesta, cien dólares a que no la estrangularon.
  • ¡No apuestes Rebeca vas a perder! –el grito retumbo del interior de una de las celdas al fondo de ese mismo pasillo, del pabellón psiquiátrico y a Rebeca se le erizaron los bellos de la piel.
  • No haga caso agente la señora no está bien de la cabeza…
  • Maikol tienes razón, pero nunca vas a encontrar al asesino, él se llevó su aliento y su alma…

Maikol caminó hasta la celda a pesar de las advertencias de las celadoras, y quedo frente a frente con la mujer, una anciana con la mirada perdida y el cabello largo entrecano con mechones cafés que le cubrían el rostro.

  • ¿Cómo sabe usted nuestros nombres?

La anciana sonrió y dejó al descubierto, sus dientes unos amarillentos y otros cobrizos, todos con un tono negruzco. No lo pueden atrapar, él ya no está en este mundo. Fue todo lo que dijo, se dio la media vuelta y comenzó a murmurar frases incomprensibles, mientras movía su cabeza de arriba abajo.

Continuará…

Versión digital disponible para su venta.

Ilustración. Nataly Alcántara

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