Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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No tarde mucho en adivinar que ese lugar olía más a rata de lo que suponía.
Después de pasar un rato agradable con Esmeralda se me amargó el momento, porque en cuanto salimos del privado me vi envuelto en un inesperado problema que pudo haberme costado hasta la vida.
– ¡Esme¡ -el gritó de un cabrón interrumpió nuestra marcha hacía la mesa, y lo peor es que ese pendejo era nada menos que el marrano del Capi Colorado que estaba acompañado de otros dos batos.
– ¡Hola querido¡ -le respondió Esmeralda y enseguida me jaló la mano –ven hechicero voy a presentarte a un buen amigo. Igual y él nos invita la peda.
– Perdóname preciosa pero no es mi estilo –traté de no ponerme nervioso. El marrano no había cambiado mucho desde la última vez que lo mire, sólo que andaba vestido de civil y estaba bastante borracho; tanto que no esperó a la bailarina y el mismo se levantó tambaleándose de su silla y nos alcanzó.
Instintivamente me llevé la mano a la cintura buscando mi arma, pero la había dejado en el carro para no levantar sospechas en la entrada del tugurio.
– ¿No vas a saludar a tu papi como es debido? –en cuanto alcanzó a la mujer la rodeo con su inmensa y grasosa humanidad, y le plantó un beso en la boca.
Agache la cabeza para que las greñas que traía me cubrieran un poco el rostro.
La semioscuridad del lugar y la barba que nunca antes me había dejado crecer fueron mis aliados en esos momentos.
– Hubieras llegado hace rato papito, aquí andaba el Beto y ya estaríamos agarrando muy buena cura.
– Si me estuvo marcando al celular el cabrón, pero estaba atendiendo unos asuntos importantes y no me pude desocupar antes. Seguro ya anda de caliente con la Shirley porque ya apagó el celular el culero.
– Mira papito te presentó a un nuevo amigo que acabo de conocer.
– Mucho gusto. Rogelio Colorado para servirle –me estrechó la mano.
– Igualmente. Soy Horacio Ceniceros, el Hechicero para servirle. –El apellido se me ocurrió cuando Esme apagó su cigarro en un cenicero lleno de colillas y ceniza.
– ¡Ah cabrón¡ ¿Hechicero?
Asentí con la cabeza.
– No pues tanto gusto. Por aquí todo mundo me conoce como el Capi ¿Quiere tomarse un trago con nosotros?
Hasta entonces había estado tratando de evitar mostrarle por completo mi rostro al marrano, pero entre su borrachera se me quedaba viendo.
– ¿Oiga yo a usted lo he visto antes? se me hace conocido.
– Imposible. Acabo de llegar del Sur hace unos días, y sólo estoy de paso por aquí.
– ¿Entonces qué? ¿Se toma una con nosotros?
– La verdad es que ya es tarde y mañana tengo que atender a unas personas importantes muy temprano. Me dio mucho gusto conocerlo, con permiso.
Sin perder más tiempo aceleré el paso hacía la salida, pero unos metros más adelante la grasienta mano del Capi me detuvo agarrándome el hombro por detrás.
Estaba listo para darle un puñetazo en el rostro y salir corriendo cuando volví a escuchar su ronca voz embrutecida por el alcohol.
– ¿Quiere decir que usted hace limpias y todas esas cosas?
– Sí.
– Tengo un par de amigos que creen mucho en esas chingaderas –me dijo y me dio su tarjeta –llámeme mañana, igual le puedo conseguir un par de clientes para que se aliviane y lo conozcan más por aquí ¿Qué le parece?
– Bien. Le llamó a primera hora mi amigo –imitando a mi compa el Nagual, junte mis manos a la altura de mi pecho y me incliné un poco en señal de caravana para despedirme de Colorado y de Esmeralda. Luego me escurrí como pude entre los otros dos sujetos que lo acompañaban. Y cuando pensé que ya la había librado, fui a tropezarme, justo en la salida, con otro sujeto que resultó ser uno de los escoltas de la propietaria del lugar. Nada menos que la tal Condesa, que venía hablando por celular con alguien cuando yo me tropecé con su guarura.
El corazón se me aceleró al cien por ciento, como si me hubiera metido un perico de pura lavada. Si la vieja me alcanzaba a reconocer la cosa se iba a poner fea.
– ¡Fíjate por donde caminas hijo de la chingada¡ -me gritó el guarura al tiempo que me dio un buen aventón.
– ¡Perdón no lo vi¡ -contesté y traté de alejarme sin llamar más la atención, pero el guarura nunca me perdió de vista. La Condesa también volteó y se me quedó mirando medio desconcertada.
Para entonces ya les llevaba bastante ventaja, incluso estaba a punto de subir a mi auto y ya no volteé atrás, hasta salir a carretera para llegar a casa del Nagual.
Entré en silencio para no despertar a mi anfitrión y amigo. Me recosté en la cama poniendo un pie en el suelo para hacer tierra porque todo me daba vueltas. No solamente por la borrachera que traía, sino por la cloaca apestosa que estaba destapando.
Vaya trío de cabrones: Alberto Batista, el Capi Colorado y la Condesa. Esa tercia mata a cualquier Flor Imperial. Seguramente detrás de ellos hay mucha mierda embarrada.
Batista y la Condesa socios del famoso bar Poseidón y el gordo Colorado en medio de todo esto. ¿Sabrá esto el Don?
Pocos minutos después el sueño me estaba venciendo.Comencé a escuché la voz de una mujer que me susurraba al oído.
Las dimensiones pesan en los parpados por las noches
cada ronquido distorsiona la realidad y los sueños te abrazan
confunden
“Horacio, el Hechicero ya los Maestros del Cosmos te han bautizado” me dijo la mujer.
Era la Morena de vuelta.
– Hola preciosa ¿Cómo llegaste hasta aquí?
– No he ido a ninguna parte. Tú has venido hasta aquí –Miré a mi alrededor. Estaba en medio de un bosque brumoso con olor a eucalipto, frente a una fogata y el lobo blanco estaba sentado a un lado de la Morena, que traía un vestido blanco con algunos vivos morados todo de manta, con el que le resaltaba su piel apiñonada.
– Bienvenido Horacio el Hechicero –esa no era la voz de la Morena, sino del Nagual que estaba junto a mí.
– ¿Qué está pasando? ¿Estoy soñando?
– Puede que sí. Los brujos trabajamos en sueños y ahora tú estás aquí con nosotros –me respondió la Morena.
Me sentía ligero. Como si estuviera flotando.
– Todos lo estamos, no te preocupes. La carne queda atrás ahora somos sólo esencia, viento que sopla. Espíritu.
– ¿Estoy muerto?
– No estas soñando Horacio, el Hechicero.
– Pero no me llamó Horacio, el Hechicero.
– En el mundo de la magia ahora te llamas Horacio, el Hechicero. Mira por ti mismo en aquellas nubes de allá.
Al girar la vista tuve la impresión de que caería en medio de aquella bruma que parecía estar en lo alto del cielo.
La garganta se me cerró y se me ahogo un grito de auxilio, cuando de pronto sentí que la Morena me agarraba de la mano.
– No te preocupes por nada Horacio, somos tus guías y estamos aquí para ayudarte.
Avancé entre la espesa bruma.
– ¿Quieres estar seguro de que Horacio existe verdad? ¿De qué no te han descubierto?
De nuevo asentí con la cabeza. Cómo si fuera una pluma avancé entre las nubes y de pronto me vi de nuevo en el Poseidón.
Tuve la sensación de que el gordo Colorado, la Condesa y el resto de los asistentes podían verme. Un pánico me recorrió de pronto y quise esconderme.
– No temas. Somos el aliento de Éhecatl, el Dios del Viento y no pueden vernos. Aunque estamos aquí en el mismo lugar, pero no en el mismo plano físico que ellos –me dijo el Nagual que nos acompañó todo el tiempo.
– Si hubieras llegado unos minutos antes hubieras conocido a un auténtico hechicero –le decía el gordo a la marimacha.
– ¡No mames Colorado¡
– De verdad tenía ojos como de lobo, así amarillos y toda la cosa.
– Ya estás borracho cabrón, mejor dime como vamos con los asuntos que encargó el patrón.
– Al pinche Batista se le botó la calentura y no me esperó. Supongo que nos debe tener noticias.
– ¿Ya pudo arreglar con el Procurador?
– En eso anda.
– Al patrón no le gustan las mamadas, ya me dijo que si el Procurador no jala también se lo va a cargar la chingada.
– Bueno y tú que ¿Ya encontraste a tu amigo?
– El Don se nos hizo de agua.
– Pues a ver si no se encabrona el jefe. Ya ves tú lo único que tenías que hacer era esperarlo con tú gente a fuera del “Vecindario” y matarlo y se te peló.
– Ya pinche gordo borracho, ya les expliqué como estuvo el rollo –la Condesa estaba realmente enojada.
Tuve la sensación de que un hombre que estaba parado en un rincón, todo vestido de negro podía vernos.
– Así que ahora te haces llamar Horacio el Hechicero –se acercó volando a nosotros, alzó la mano frente a mí y todo se tornó en una densa oscuridad. Sentí que me asfixiaba, traté de jalar aire por todos lados y quise gritar. Fue entonces que abrí los ojos y desperté de nuevo en mi cuarto en la casa del Nagual, sólo y todo vomitado.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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