Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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No es que crea en la brujería. Bueno en realidad ya no se ni que decir. Natanael Zamora, nunca antes había escuchado a hablar de él, aunque si de brujos negros que ayudan a los mañosos, y hasta uno que otro compañero policía que le encantan esas chingaderas de hacerse limpias para que les vaya bien, o ir a que les echen las cartas antes de algún jale importante.
En lo personal no soy muy apegado a esas cosas, pero a estas alturas decir que no creo o que eso no existe. La verdad ya ni se.
Ahora mismo viajaba en una camioneta repleta de hierba y amuletos, con un hombre con la camisa deshilachada, dos dientes con bordes de plata y una medalla de San Benito colgada en el cuello.
Mientras Evodio agarraba la carretera libre Rosarito –Ensenada recordaba a Madame Yhajaira, y el mensaje de la Morena. Pinche mensaje. O ya me estoy volviendo loco o de plano todos estos fuman de la más barata y a mi me dieron un té de mota para drogarme.
Lo que me hayan dado logró calmar el dolor de cabeza y me sentía más relajado.
– Veo que ya se siente mejor patrón –me dijo Evodio.
– El té que me dio Yhajaira me ayudó mucho.
– La Patrona es la mera mera. Ella fue alumna de la Nana Teodora, la de los Kumiai. Con ella aprendió sobre las hierbas.
La verdad estaba más que relajado, digamos que estaba viviendo el momento más tranquilo desde que estaba en la cárcel. Hasta me había olvide por un momento los problemas que me llevaban a la casa del Nagual para esconderme un rato.
No supe que contestar. No tenía idea quien era la Nana Teodora.
- La Nana Teodora era como una chamana líder de los kumiais en Ojos Negros –agregó Evodio como si me adivinara el pensamiento
Ya no contesté nada. Simplemente me recargue en el asiento y miré el mar desde la carretera escénica. Necesitaba relajar mis pensamientos.
Seguía convencido de que debía tomar un poco de control de mi situación. Aunque no podía asegurar si esta era la mejor manera, esperaba que pronto se me ocurriera algo más.
- ¿Todavía falta mucho? –habíamos pasado la Misión, y los tronidos de la carrocería destartalada de la camioneta ya me tenían hipnotizado.
- Según la ubicación que usted me mandó hay que agarrar por ese camino y un buen tramo de terracería.
Era de noche y la vegetación del lugar daba un tono más misterioso a la escena. Alcancé a ver un letrero de madera pintado a mano que decía “Temazcal a 20 kilòmetros”. Eso ya me sonaba al Nagual.
Minutos más tarde nos detuvimos. Evodio se bajó para abrir una reja y a lo lejos se podía ver una cabaña. Avanzamos unos metros con la camioneta.
- Hasta aquí llegó yo patrón –Evodio detuvo la camioneta y me dio una bolsa llena de hierbas –esto se lo manda la patrona al maestro.
- Gracias. –Me bajé y caminé hasta la cabaña, mientras Evodio daba la vuelta y salía a toda velocidad.
Lo primero que llamó mi atención al llegar a la cabaña fue un perro que parecía un lobo blanco con gris que se acercó a recibirme. Era igual al que me encontré en la penitenciaría, y antes en aquel sueño en medio del bosque.
Creí que intentaría atacarme, pero sólo se plantó delante de mí, me olfateó y después me permitió el paso como si fuera un habitante más.
“Este perro es un…”
– Lobo. Es un viejo amigo que me acompaña de vez en cuando. Pero no hay problema creo que le caíste bien desde hace tiempo.
El Nagual salió de la nada a recibirme.
No quise preguntar más.
La cabaña tenía un patio bastante grande, se veía una vieja fuente de cantera a a un costado de la entrada y árboles frutales y plantas por todos lados.
Se sentía una rara tranquilidad de sólo estar en el interior. Además por su cercanía al mar, la brisa le daba un toque extra a la atmósfera.
– Veo que estas cansado. Porque no te instalas en ese cuarto del fondo, lo preparé para tu llegada, incluso tiene entrada por la parte trasera del patio. Anda descansa. Te esperan tiempos agitados y difíciles. Además en unos días tendremos que hacer un viaje importante.
– ¿Viaje? Yo no tengo planeado ningún viaje.
– Ya lo sabrás a su debido tiempo. Por ahora descansa. Tengo unos asuntos que atender, en cuanto termine estoy contigo por si necesitas algo.
Las paredes estaban pintadas con colores claros, había algunas imágenes de ángeles y deidades indígenas. En algunas partes había altares con inciensos o velas y el aire se colaba por todas partes, gracias a que tenía suficientes ventanas y eso ayudaba a la casa a que se sintiera fresca.
No traía pertenencia alguna conmigo, sólo el fajo de billetes que me había dado el Don, la figura de la Santa Muerte, mi pistola y la ropa que traía puesta en ese momento. Así que me tiré en la cama para descansar unos minutos, pero me quedé dormido hasta que el timbre de mi celular me despertó varias horas después.
Tenía varias llamadas perdidas del mismo número, era Don Paulino seguramente enfurecido porque me había escapado de sus garras. La siguiente llamada se la contesté.
– ¿Calavera eres tú? ¿Estás bien?
– Si Don Paulino ¿Por qué no habría de estarlo?
– ¿Estas en el hotel?
– Mire la verdad aprecio su hospitalidad, pero ya me instalé en otra parte…
– No cabe duda que estas cabrón Calavera o de plano no se a que Santo te encomiendas, pero me da gusto que estés bien.
– ¿A qué se refiere don Paulino?
– Mira no puedo explicarte mucho por esta vía. Las cosas se calentaron. Estos cabrones nos devolvieron el regalito. Acribillaron a la gente que estaba cuidándote y creo que se llevaron a dos empleados del hotel hace un rato.
– ¿Cómo estuvo eso? ¿Quién fue?
– No lo sé. Ahorita lo mejor es no asomar la cabeza. De hecho me voy a desconectar un par de días de este número. Te marcó en cuanto pueda. Trucha con lo que veas. No te me vayas a perder. Por ahí debes tener el número del Santi por cualquier cosa –dijo y colgó.
Aunque estaba confundido, me recosté de nuevo y me quedé dormido, después de todo no podía remediar nada. Hay momentos en que la almohada es la mejor consejera.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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