Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
7
Llegue tan pronto como pude a la comandancia.
El horno no estaba para bollos. La verdad con los de Asuntos Internos en el lomo, no te puedes dar el lujo de darles un pretexto para que te frieguen. Estaba consciente de eso.
Moncayo me esperaba sentado boleándose los zapatos.
– ¡Hey. Calavera. Espérame ya mero termino¡
Me quedé parado unos minutos. La verdad no tenía ganas de ver a nadie. No estaba de humor para que el comandante me empezara a ajerar, así que simplemente me recargue en la jardinera y espere.
Tampoco podía quitarme de la mente a Donoso y al tal Blanco. Mucho menos al viejo y su ahijada.
– Pareja estás canijo ¿Dónde te has metido?
– Cazando hienas por ahí.
Moncayo me conocía bien. Sabía cuando debía dejar por la paz un tema y lo entendió.
– A que Calavera. Muy tu rollo. Por acá hay noticias. Parece que se metieron a robar a la casa del Topo.
– ¿A robar?
– Es parece. Ya deberíamos estar allá.
– ¿Detuvieron a alguien?
– No. Pero hay una mujer golpeada.
– Válgame Dios. ¿A qué hora fue eso? ¿Qué no se suponía que los periciales iban a hacer una reconstrucción de los hechos?
– Eso fue en la mañana –me respondió Moncayo sin dejar de conducir, –y el supuesto robo no tiene mucho.
– ¿Y esa mujer quien es?
– La novia del Topo. Vino desde Ensenada.
– Estos mañosos de plano no tienen vergüenza. Robar a plena luz del día.
– Para que más te guste fueron policías municipales encapuchados. Dos patrullas que llegaron de repente y tumbaron la puerta.
Los dos quedamos sin habla por unos minutos hasta llegar a la casa del Topo. Estaba rodeada de patrullas municipales y de las nuestras.
Nos estacionamos donde pudimos, y después nos abrimos paso entre varios uniformados.
– ¿Dónde está la mujer?
Uno de los policías señaló hacía uno de los cuartos que tenía la puerta entreabierta, y donde ya estaban un par de licenciadas del ministerio público y Mata, uno de los agentes del grupo.
– ¡Que milagro Calavera¡ Creímos que los de Asuntos Internos te habían hecho correr.
– Pues ya viste que no Mata –le respondí, y con el brazo izquierdo lo aparte para que se hiciera a un lado –. Ya te puedes largar no te ocupamos por aquí.
Mata se quedó mirándome. No tuvo valor para decir nada más y salió del cuarto.
La mujer se veía muy golpeada. Un paramédico le atendía un par de heridas en el rostro mientras ella lloraba.
– Calavera, si vas a hablar con ella que sea rápido la vamos a sacar en la ambulancia antes de que lleguen los de la prensa –me dijo una de las licenciadas que estaba en la habitación –. Si quieres puedes estar presente cuando le tomemos la declaración.
La mujer traía una minifalda azul rey que no dejaba mucho a la imaginación. Una blusa sin mangas rosa. Era blanca y de ojos claros. A pesar de los golpes que tenía se podía notar que era atractiva.
– Hola ¿se encuentra bien?
Sin contestar sólo se encogió en hombros y aguanto las lágrimas.
– Esta mareada –intervino el paramédico –. Creo que tendremos que llevarla a la clínica para tenerla en observación.
– A un hospital no por favor. Van a regresar por mí.
– Tranquilícese le aseguro que la vigilaremos bien.
– ¿Quién? ¿La policía? Ustedes fueron quienes quisieron matarme.
– Somos de la Procuraduría señora. Le aseguró que la cuidaremos bien.
– Esos hombres dijeron que eran de la policía…
De pronto llegaron con la camilla y le pidieron que se recostara. Se agitó por temor a que volvieran sus agresores, pero pudimos convencerla.
– ¿Cuál es su nombre?
– Katy – se apresuró a contestar uno de los paramédicos mientras la sacaban a toda prisa en la camilla.
– ¡Mata¡ en vez de andar elucubrando babosadas tu y tu pareja láncense detrás de la ambulancia, y no se le despeguen a la muchacha hasta que yo llegue.
– Ya vas.
– De hecho Calavera no creo que eso sea necesario –dijo la licenciada Paredes el escucharme –. Ya dispusimos a un par de unidades para que custodien a la mujer.
Afortunadamente todo fue tan rápido que Mata ya estaba en camino junto con la ambulancia.
– No me lo tome a mal licenciada, pero la víctima está señalando a policías como los agresores y como estoy a cargo de la investigación quiero gente de mi confianza vigilando.
– Lo comprendo, pero como íbamos a esperar a ver a que horas se le ocurría a usted aparecer.
– No voy a ponerme a discutir.
Trate de ignorar los comentarios de la licenciada Paredes, y me puse a inspeccionar el lugar.
Había un verdadero desastre.
– No vaya a pisar nada.
– Supongo licenciada que usted si tuvo oportunidad de hablar con la mujer.
– Si.
– ¿Cómo fue que la encontraron? ¿Estaba aquí en la casa?
– La encontraron unos patrulleros que circulaban por el bulevar, a cinco calles de aquí, ensangrentada y a punto de desmayarse.
– ¿Todavía están por aquí?
– Sí. Están afuera son los oficiales Salas y Quiroga.
– Gracias.
Moncayo seguía por ahí revisando la casa. Salí le pregunte al primer uniformado por los oficiales, seguían afuera recargados en su patrulla.
– ¿Salas y Quiroga?
Eran dos jóvenes que parecían recién salidos de la Academia. Me identifique ante ellos con mi placa.
– ¿Javier Calavera? –me preguntó uno de ellos con una sonrisota en la cara.
– Si, así me llamó.
– Es un honor comandante he escuchado mucho sobre usted.
En este trabajo nunca pierdes la capacidad de sorprenderte y menos de sonrojarte –espero que buenas cosas.
– Tengo un par de primos en la corporación. Para ellos y sus amigos usted es toda una leyenda.
– ¿Uno de tus primos es Pascual Quiroga? – atine al leer su nombre en la placa que colgaba de su hombro.
– Así es señor.
– Buen perro ese Pascual. Buen elemento ahí en la municipal, hay que cuadrarse con él, salúdamelo mucho cuando lo veas.
– De su parte señor.
– ¿Cómo fue que encontraron a la mujer?
– La vimos corriendo como loca en el bulevar. Aquí mi pareja se dio cuenta que estaba sangrando de la cara, por eso nos paramos para ayudarla.
– Estaba muy alterada, decía que unos policías encapuchados la querían matar, -agregó Salas al relato de su compañero.
– La subimos a la patrulla porque cuando se calmó se empezó a marear. No quería subir porque decía que éramos de los mismos policías que la querían matar.
– ¿Qué más les decía?
– Una vez que se calmó ya nos dijo que los supuestos policías le tumbaron la puerta, la golpearon en la cabeza con un rifle y la esposaron. No pudo reconocer a nadie porque todos traían cubierta la cara.
– Fue entonces cuando informamos por radio lo que estaba sucediendo. Pedimos refuerzos para volver a la casa –intervino de nuevo Salas, – porque la mujer dijo que eran más de cuatro hombres armados con rifles de asalto.
– ¿Y supongo que cuando llegaron a la casa los supuestos policías ya no estaban?
Los dos movieron la cabeza confirmando mis sospechas.
– ¿Imagino que la mujer les dijo como logró escapar o qué estaban haciendo estos hombres en su casa?
Salas fue quien volvió a apresurarse para contestar.
– Dijo que los policías estaban buscando algo. Le preguntaban donde estaba la droga y mientras varios de ellos desbarataban las cosas uno la estaba vigilando. Incluso mencionó que los tipos pensaban matarla, y que con groserías le insistían por la famosa droga. Aprovecho y en el primer descuido que tuvo su guardián le dio una patada en los huevos y salió corriendo.
– ¿Quiere decir que cuando la encontraron aún estaba esposada?
– Sí. Nosotros fuimos quienes les quitamos las esposas y se las entregamos a la licenciada Paredes.
Nadie me supo decir a ciencia cierta si eran patrullas los vehículos en que habían llegado los agresores. Obvio no buscaban pequeñas dosis de droga, sino para que tanto pedo.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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