Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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– ¡Qué tiren sus armas cabrones¡ ¡tírenlas o se los carga la chingada¡ -no sé cuántas veces lo repitieron antes de treparnos a las camionetas a punta de golpes, esposados y con trapos en la cabeza.

Creo que no teníamos alternativa. Nos superaban en todos los aspectos. Nos estaban apuntando con puros rifles de asalto. Nos tenían completamente rodeados.

El único que quiso oponer resistencia fue el Mingo y no me hubiera gustado estar en sus zapatos. Levantó su rifle pero a la mera hora le sacó a jalar el gatillo. Ese titubeo fue aprovechado por nuestros captores para desarmarlo, luego de que le atizaron un cachazo en la pura frente que lo puso de nalgas en un dos por tres.

– ¡Soy custodio de “la Peni”. No disparen¡ -y luego quiso sacar su identificación, pero no tuvo la menor oportunidad.

– ¡Me vale madres que seas quien seas tírate al piso y no la hagas de pedo! –le gritó el encapuchado que de una patada en la espalda lo puso de panza al suelo. Luego llegó otro y le piso la espalda para que su compañero lo esposara, sin dejar de apuntarle a la cabeza con el rifle.

Esa misma suerte, quizás con un poco menos de violencia, porque no opusimos mayor resistencia, corrimos todos.

Imagino que no estábamos al cien por ciento como para dar pelea. Por lo menos yo no lo estaba. Aún estaba adolorido de la herida en el hombro, y de las otras lesiones que tenía por la explosión y los jaloneos de estos canijos vinieron a rematarme.

No sabíamos quiénes eran. No eran la gente de Don Paulino y lógicamente tampoco los amigos del Mingo, pero lo que más me preocupaba era que no parecían ser policías.

– Operación completa. Tenemos a unos individuos. Comuníquenle al Halcón 3, que los llevamos para identificación –tampoco parecían ser mañosos, por lo menos no de la región. La mayoría de ellos tenían un acento sureño muy marcado. Casi de la capital. Seguro eran chilangos. Quizás eran federales.

Hablaban en clave. No parecían ser claves de la policía local o del estado, eso confirmaba mis sospechas de que se trataba de “feos”, porque algunas de las frases las reconocía de tiempo atrás, cuando estuve aventándome jales con ellos.

Eran rudos, pero no nos trataban de manera violenta si no era estrictamente necesario. Eso me tranquilizaba un poco.

Debieron llegar sólo instantes antes que la policía municipal, porque cuando nos iban trepando a las camionetas alcance a escuchar el ruido de las sirenas.

Después de un buen rato de camino y psicosis era evidente que no nos llevaban de vuelta a la Peni.

No pude volver a comunicarme con el Coronel. Desde luego nos habían quitado nuestras pertenencias.

Como iba con el rostro cubierto tampoco podía ver si alguno de mis compañeros iba conmigo en el mismo vehículo.

Pinches batos todos calladitos. Puras pinches claves. Llega un momento en que te desesperas porque la psicosis te invade todito el cuerpo.

Después de media hora de camino agarraron un buen tramo de terracería. Nos aventamos así fácil otra media hora.

Estos cabrones nos van a ejecutar en el desierto. La idea empezó a invadir mi mente. Cuando nos detuvimos estuve a punto de una crisis de pánico. Me aguante y no dije ni madres.

Seguro estábamos muy cerca de la zona montañosa y de Mexicali, porque hacía un frío muy típico de ahí, en esta época del año.

Todavía con el capuchón en la cabeza me llevaron hasta una especie de habitación donde finalmente me descubrieron el rostro.

Ya no podía asegurar donde estaban mis compañeros. No me quitaron las esposas y ellos tampoco se quitaron los pasamontañas.

El cuarto era amplio y frío. Tenía un colchón tirado en el suelo y uno de los encapuchados me llevó después una cobija vieja.

– Órale mi compa. Para que se tape.

– ¿Podría tomar un poco de agua? –no me contestó. Desapareció y al rato me trajo un vaso de plástico lleno de agua, y una bolsa con un paquete envuelto en aluminio.

– Ahí tiene por si le da hambre. Le dejo una soda. Nomás no vaya a querer pasarse de listo pariente y todo va a estar bien –dijo y volvió a desaparecer.

El sitio no tenía más que un tragaluz en el techo, por cierto bastante alto, aunque hubiese querido utilizar una mesita desvencijada que estaba ahí, para llegar hasta él no hubiera alcanzado. También tenía ventilación en una de las paredes. Tampoco estaba a mi alcance, y yo no tenía ánimos de investigar. Lo cierto es que no parecía una casa normal, porque la puerta del cuarto era de acero y cerraba por fuera, como si estuviera diseñada precisamente para el encierro.

Dentro del papel aluminio venían unos tacos de carne asada fríos, pero de todos modos me los comí como pude. Tome el agua y un trago de la soda. Luego me recosté en el colchón y medio me tape con la cobija.

Dormitaba unos minutos y de volada abría los ojos como instinto de conservación. Todo estaba envuelto en un silencio lúgubre y el silbido del aire que se colaba por la ventilación lo empeoraba.

Fue una noche larga para mi, que termino con un estallido de carcajadas que alcance a escuchar al otro lado de la puerta de metal. Seguramente de quiénes me custodiaban.

Apenas empezaba a calentar el sol cuando el sonido del cerrojo me puso en alerta de nuevo.

– Levántese. Halcón 3 quiere verlo.

– ¿Quién es Halcón 3?

No me contestó. Simplemente me dio un jalón y me sacó de la habitación que resultó no estar conectada al resto de la construcción. Hasta entonces supe que no estaba en una casa normal sino más bien en una especie de cuartel dividido en cuartos separados por patios amplios y una barda perimetral de unos cinco metros de altura.

Todavía seguía vestido con el uniforme de custodio de la penitenciaría, que apenas y me cubría el frío de la mañana.

Como estaba desvelado y muy cansado mis ojos fallaban al sentir los rayos del sol en pleno rostro. El encapuchado se dio cuenta de eso y por eso me tomó del brazo y me condujo por el amplio patio. Pasamos como cinco de las cuartearías, todas custodiadas por hombres armados que saludaban a mi guía con la pura mirada. Otros patrullaban a pie por los pasillos del patio, y había algunos más corriendo o haciendo ejercicio cerca de la barda perimetral.

Me llevaron hasta una especie de oficina un poco más cómoda que la habitación donde me tuvieron encerrado. Ahí me volvieron las fuerzas al cuerpo cuando mire al Coronel sentado en un reclinable en la oficina principal.

– Pueden quitarle las esposas. Es un buen perro. Además es de los nuestros.

Pinche Coronel. Me cae que en ese mismo momento quise partirle toda la madre, pero no pude porque después de todo me alegraba que él fuera el famoso Halcón 3 del que tanto hablaban los encapuchados.

– ¿Dónde están los otros que venían conmigo? – fue lo primero que se me ocurrió preguntar cuando mis muñecas quedaron libres, y me pude sentar en una silla decente.

– Tus amigos están bien. Bueno no todos. Es una larga historia que tenemos que platicar. Lo único que se me ocurre para empezar es que te le volviste a pelar a la Huesuda, porque iban directito al matadero.

– Soy el hijo predilecto de mi madrecita la Santa Muerte –le respondí sin pensarlo.  

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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