Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

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Pensé por un momento que las cosas se complicarían aún más.

Quién sabe de donde salieron varios reos para apoyar al Pacman, que todavía estaba hincado sin poder levantarse por el cabezazo.

Creí también que los hermanos me dejarían sólo, pero Crescencio y mi tocayo se fajaron los pantalones incluso cuando comenzaron las agresiones verbales y hasta los empujones.

Me salvó la campana porque de pronto llegaron Ocampo y otros tres custodios, por lo que la gente del Pacman se replegó.

Con la cara ensangrentada porque el cabezazo le abrió una mejilla, el Pacman sólo me aventó un par de amenazas mientras se retiraba junto con toda su comitiva de malvivientes.

– Me salvaste de una buena madriza Ocampo.

– A lo mejor no me crees que este es un tipo de cuidado.

– Si te creo, más de lo que imaginas.

 Definitivamente Ocampo no sabía que yo había detenido al Pacman y a algunos de sus acompañantes, además de que teníamos razones de sobra para considerarnos enemigos.

– ¿Entonces porque te expones?

– No estoy acostumbrado a vivir con miedo y creo que aquí eso tampoco funciona, además como te dije tengo un plan y tú me vas a ayudar. Después te lo comentaré.

En ese momento Ocampo debió imaginar que hablaba muy en serio. Se fue diciéndome que estaría cerca por si algo sucedía.

Crescencio y mi tocayo seguían ahí.

– También a ustedes les agradezco ¿Qué tal si me acompañan a comer algo?  Los invito –solo esperaba que no se pusieran a hablarme de la Biblia.

Aceptaron.

Pinches hermanos, muy santos, muy santos pero con puntas y toda la cosa.

Nos fuimos a una fonda cerca del edificio donde tenían sus celdas. Dijeron que ahí se sentirían más seguros.

– De hecho ese comedor lo maneja uno de los hermanos –. Mencionó Crescencio cuando íbamos de camino.

El lugar se veía muy limpio, y la verdad la comida estaba buena.

– Aquí no tenemos nada de qué preocuparnos. No se atreven a venir para acá –comentó mi tocayo.

– Ese tipo tiene alergia por los policías, yo también tuve problemas con él cuando recién entré –entonces se abrió la camisa y me enseñó una herida que tenía en el pecho cerca del corazón.

– ¿No me digas que él te hizo eso?

– Si.

– ¿Y cómo fue que dejó de molestarte?

– Tengo que agradecerle a los hermanos que me dejara en paz. La verdad nos costó sangre que nos respetaran.

– Tú dirás porque si predicamos la palabra andamos armados con puntas –. Mi tocayo intervino con mayor conocimiento de causa, al parecer él tenía mayor jerarquía en el grupo –. En general no somos violentos, pero tampoco podemos dejar que nos agredan.

Pensé en hacer una broma, pero quizás para ellos sería de muy mal gusto que en ese momento mencionara la frase de “poner la otra mejilla”.

– Quiere decir que más de uno de ustedes han salido heridos a causa de esa basura.

– Uno de nuestros hermanos amaneció muerto un día. Fuimos con el comandante Cervantes a ver que había sucedido y nos dijo que se había suicidado, porque se colgó de la litera. No le creímos nada.

– ¿Y su compañero de celda que dijo?

– No tenía –continuó contando mi tocayo que parecía ser quien más conocía del caso –. Curiosamente un día antes custodios muy allegados al comandante lo cambiaron de celda sin explicación alguna, sólo que tenían órdenes de hacerlo.

– ¿Era de su congregación también?

Ambos asintieron con la cabeza.

– ¿Y creen que el Pacman lo asesinó?

– Hubo un incidente donde otro recluso falleció por revelarse al Pacman. Nuestro finado hermano fue testigo y su declaración ante el ministerio público incriminaba directamente al susodicho. De ahí vinieron las amenazas para que cambiara su declaración. No lo hizo y esos fueron los resultados.

No tuve palabras para contestar, pero por alguna razón me llene aún más de rabia contra esa basura.

– ¿Y los dejo en paz?

– Somos gente de bien. Ayudamos mucho aquí llevando la palabra a los hermanos. Incluso tenemos un programa de rehabilitación para algunos internos que tienen problemas con las drogas. Eso nos ha dado cierto grado de amistades con la dirección del penal, y con reos que tienen cierto peso por aquí, cuando nos vimos acorralados tuvimos que mover algunas influencias y se calmaron las cosas, no del todo, pero por lo menos la piensan dos veces antes de meterse con nosotros.

Pinches hermanos. El miedo no anda en burro. Siempre lo he dicho.

Íbamos saliendo del comedor cuando el Santi nos interceptó.

– Me dijeron que andabas por aquí. Don Paulino nos va a recibir ahora.

La noticia me agradaba, así que me despedí de los hermanos y me apresuré acompañar a Santi para hablar con el señor.

Sólo que el Don no nos iba a recibir en su carraca –tiene una salita de juntas muy cómoda, ahí trata los asuntos importantes –me dijo el Santi antes de entrar.

Había escuchado muchas historias sobre el Vecindario. La realidad siempre supera a la ficción.

Ahí estaba Don Paulino sentado en un reclinable de lujo, colocado en la cabecera de una mesa de caoba, el piso era de mármol y en las paredes se veían ostentosos oleos con marcos oro con adornos barrocos y un librero cubría toda la pared.

Nunca pensé que algo como esto perteneciera a un recluso.

– ¿Qué tal Calavera? ¿Cómo amaneciste?

– Bien Don Paulino. Quiero agradecerle por la Pily.

– No me agradezcas nada hombre. La vieja esa no es como las demás. Es una buena amiga y no creas que se va con cualquiera. Hasta eso es selectiva la desgraciada. Debes sentirte afortunado, pero por ella, no por mí.

Su acento no negaba su origen sinaloense. Lejos de mostrarte prepotente conmigo se había mostrado bastante amigable y alegre.

– Tengo que felicitarte. Nos trajiste muy buen material. Teníamos rato que por aquí no probábamos un perico de esa calidad. Aquí anda rolando pura mierda últimamente.

– De eso quería hablarle Don Paulino –. El Santi permanecía sentado sólo mirando sin decir palabra alguna, pero yo me sentía confiado –. Puedo conseguir más droga como esa, y quisiera hacer negocios con usted.

El rostro de Don Paulino me mostró que era un hombre que tomaba sus precauciones antes de tomar alguna decisión importante.

– Me agrada la idea. Sobre todo en estos tiempos. Las cosas no andan bien por aquí y siempre he dicho que para conservar el poder hay que rodearse de gente inteligente.

Don Paulino tomó aire como para continuar con la parte difícil de su relato.

– Lo que me preocupa es como va a llegar la droga hasta aquí.

– Igual que como llegó la primera Don Paulino.

– Cervantes es un viejo sabueso el cabrón, y lo apoya gente afuera que me quisiera ver muerto, como a ti.

– Usted no se preocupe por eso Don Paulino. Mis contactos son inalcanzables para Cervantes –quería creerme lo que estaba diciendo. Soné convincente porque Don Paulino sonrío.

– Hay gente a la que no le va a gustar nada que empecemos con este negocio. Sobra decirte que hay muchos intereses de por medio. La gente que trabaja para mi, anda allá afuera donde Cervantes tiene sus redes bien tendidas. Pero si tú te arriesgas creo que podríamos llegar a algún buen arreglo. 

– Claro que me arriesgo patrón. No se preocupe que ya también tengo planeado un buen golpe contra Cervantes y la escoria que dirige. Si usted da su aprobación.

Don Paulino volvió a sonreír, y enseguida se paró para darme un abrazo y su bendición.

– Mañana mismo tendré más mercancía y entonces volveremos a hablar. Ya verá que le tengo reservado un buen regalo de cumpleaños.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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