Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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Como adolescente en mi primera cita estaba esperando la llegada de Valeria, mientras el Kelo preparaba unos medallones de carne al vino tinto. Sonaba bien.
No cabía duda que el extraño amuleto me había traído suerte. Volví a meter la mano en el bolsillo y ahí estaba. Mi curiosidad me llevó de pronto a olfatear el colchoncito repleto de piedras. Tenía olor a hierbas.
El aroma era desconocido para mí. Fue penetrando poco a poco por los poros de la nariz y pronto me sentí invadido por él. Este pinche Nagual ya me drogó.
De pronto perdí la noción de la realidad. Estaba sentado en la cama King Size mirando un programa en la televisión. A los lejos escuchaba como el Kelo macheteaba unas verduras. Todo eso se borró de mi memoria sin saber en qué momento.
Era como si hubiera cerrado los ojos por un instante y de pronto el tiempo estuviera detenido. Cuando recobre el sentido estaba besando a Valeria.
No recuerdo como llegó, ni tampoco a que hora el Kelo nos había dejado solos en la carraca. Incluso tenía la sensación de estar en otra parte: en una cabaña en medio del bosque donde seguí al lobo blanco.
Me sentía completamente liviano. Mis manos desnudaban a Valeria con una delicadeza que antes no había sentido. Recorría su piel con una intensidad indescriptible y sus gemidos penetraban mis oídos llenándolo todo.
Sin saber en que momento sucedió, estábamos metidos en la cama completamente desnudos. Mis sentidos estaban tan elevados que nunca supe si soñaba, o si seguía despierto haciéndole el amor a Valeria.
De verdad no sé qué chingados le había puesto el Nagual al famoso amuleto ese. Estoy seguro que cuando lo olí me puse como drogado. Nunca supe que era lo que había sucedido conmigo esa noche.
Lo que si no puedo negar es que hice el amor varias veces con Valeria de una forma tan placentera como nunca antes lo había hecho, a pesar de que después caí en un extravagante sueño que me pareció bastante real.
Me encontraba de nuevo en aquel bosque, pero ahora podía percibir un olor a incienso y a pesar de que estaba desnudo eso no parecía importarme.
Valeria caminaba junto conmigo agarrados de la mano. Tenía en su rostro una sonrisa hermosa. Se veía escultural en medio de su desnudez.
De entre los árboles nos salieron al paso unos pequeños hombrecillos de piel rojiza no más altos de un metro cincuenta centímetros armados con lanzas que nos cerraron el paso, y nos hablaban en lenguas extrañas.
Por instinto de conservación trate de poner a salvo a Valeria e incluso recuerdo que le di un puñetazo a uno de los indígenas. Sin embargo uno de ellos se acercó a mí y puso su mano extendida frente a mi rostro.
En la palma de su mano tenía una especie de polvillo que sopló directo hacía mis ojos y me cegó.
No pude ver más. Escuchaba los cánticos de los indios y gritos. En medio de ese barullo se escuchó un fuerte aullido y aunque traté de abrir mis ojos todo era borroso, además de que me sentía desesperado por mi estado de indefensión.
Podía escuchar los sonidos de una batalla, como si una jauría de lobos hubiese atacado a los indios y mis instintos me hacían buscar a Valeria en medio de la nublada escena en la que estaba metido.
– Los astros pueden jugarte una mala pasada viejo amigo –escuché la voz del Nagual firme entre las penumbras.
Ya no me extrañaba mucho esto que últimamente me venía sucediendo. Aún así no dejaba de sorprenderme y medio me acalambraba también.
Ahora estaba sentado en el centro de una cabaña frente a una fogata cubierto con una cobija de colores. Valeria había desaparecido.
– ¡¿Y Valeria?!
– Ella está bien. Tú eres quien debe estar alerta siempre. Recuerda que no todo es lo que parece –junto al Nagual estaba echado el lobo blanco con el hocico manchado de sangre. Me miraba con cierta benevolencia.
Mis ojos habían recuperado la visión. El Nagual hizo una especie de ritual y me lanzó un polvillo en la cabeza.
– Ahora puedes despertar viejo amigo.
Los ojos todavía me pesaban. Junto a mi estaba el cuerpo desnudo de Valeria iluminado por los rayos del sol matutino que se colaban por una de las ventanas.
En ese momento escuché el pase de lista y contesté. Valeria seguía profundamente dormida. En la cocina estaban los vestigios de una buena borrachera, una botella vacía de vino tinto y un par de copas sucias, además de los platos de la cena.
A pesar de ese barullo Valeria continuaba placidamente dormida.
Después de contestar al pase de lista me recosté por unos minutos. Por la cruda ya empezaba con un dolorcito de cabeza. Lo peor de todo es que no recordaba muchos detalles.
De pronto me entró la desesperación por el famoso amuleto. Me tranquilice cuando lo mire sobre el tocador y volví a recostarme.
No se cuanto tiempo me quedé dormido, quizás un par de horas cuando los gritos del Kelo volvieron a despertarme. En calzoncillos me levanté para ver que estaba pasando.
– Patrón lo buscan en el VIP.
Adivine que se trataba del Coronel y me vestí con lo primero que encontré. Valeria seguía dormida sólo cubierta con una sábana. No quise despertarla.
– Ahí te encargo Kelo esta dormida mi vieja. Que nadie la moleste.
– Ya sabe patrón. Aquí voy a estar al pendiente.
El dolor de cabeza iba en aumento, y con el sol a todo lo que da subió un poco.
El Coronel estaba sentado esperándome con una tranquilidad envidiable.
– Te la has pasado a toda madre. Traes una carita de desvelado que no puedes con ella.
– Usted tiene la culpa mi Coronel. Estos vatos son bien desmadrosos. De hecho el encargo que le hice es porque van a tener una fiesta. Espero ahí poder conocer al tal Paulino.
– Sabía que podía confiar en ti.
– Aunque todavía no entiendo mucho cual es la intención de sacarlo de aquí.
– Ya lo entenderás a su debido tiempo – así con esa diplomacia me mandó a la chingada el Coronel. Como yo tenía prisa por retirarme para dormir un par de horas más tome la mercancía y salí apresurado, con la promesa de que pronto le tendría más información.
Pero las sorpresas no se habían terminado. A lo lejos alcanzaba a ver como algunos reos se amontonaban alrededor de la zona donde estaba mi carraca.
Me llegó un mal presentimiento. El corazón se me aceleró.
Algunos custodios estaban forcejeando, escuché los gritos de Valeria. A empujones me abrí paso entre los mirones. Ni por aquí me pasó que estaba bien cargado de droga y me estaba metiendo en la bota del lobo.
Valeria estaba medio vestida jaloneándose entre dos guardias que intentaban detenerla.
– ¡¿Qué pasa aquí?! –grite y la única respuesta que obtuve fue un golpe con un tolete en el estómago que me sofocó.
– ¡No la hagas de pedo cabrón! –gritó otro de los guardias que me sometió, después de que el otro me había golpeado.
– ¡Ya cayó comandante, aquí esta!
De entre los mirones y los guardias se abrió paso el comandante Cervantes y me miró sometido en el suelo, mientras Valeria lloraba a grito abierto.
– ¿Qué pasó Calavera? Ya tan pronto poniendo el desorden ¿No te han dicho que está prohibido tener mujeres y droga en la celda?
– ¿Cuál droga?
– ¡No te hagas pendejo Calavera! No me gusta que se quieran pasar de listos conmigo…
Entendí entonces que iba a ser inútil discutir con Cervantes, y también que estaba metido en un problemón.
– ¡¿Qué chingados está pasando aquí?! –no alcanzaba a ver quien había gritado y era una voz que no se me hacía familiar, porque tenía un fuerte acento sinaloense que nunca antes había escuchado.
Como si hubieran visto al diablo algunos internos se alejaron cuando vieron al personaje que venía acompañado por el Santi. Era un hombre güero de bigote, alto con un rosario de oro y plata en el pecho, vestía una camisa polo, un pantalón de mezclilla y andaba en huaraches.
– ¿O sea que ahora ya te mandas sólo cabrón? –le preguntó con tono amenazante a Cervantes que empezaba a quedarse sólo, porque muchos guardias se hicieron los occisos y se fueron cuando vieron llegar a este temerario personaje.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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