Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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Antes de despedirnos Moncayo prometió volver tan pronto como le fuera posible. También me confirmó lo que de algún modo ya sabía: Esteban Blanco estaba desaparecido.
Entre otras cosas le encargue a Moncayo que indagara más al respecto.
Todavía sufría lagunas mentales cuando trataba de recordar lo que había pasado el día de mi detención. Quizás debido a la golpiza que me habían acomodado.
Lo que ahora tenía muy presente era la imagen de Crescencio con su uniforme de policía municipal.
Mis recuerdos eran muy claros. Mi compañero de celda y yo nos habíamos conocido en momentos que no creo que hubiera olvidado.
Él estaba asignado a la Policía Bancaria. La primera vez que lo miré fue cuando tuve que interrogarlo por un asalto a un camión de valores en el cual uno de los guardias había sido asesinado por los asaltantes.
Era el tercer asalto de ese tipo en la ciudad, y el Comandante en turno nos confió la investigación a Moncayo y a mí.
Los agujeros de la mente traicionan
se abren y las imágenes son difusas
Esas no se ven con los ojos del rostro, sino con la mirada de la mente
Te pareció que el Lobo Blanco y el Nagual acechaban, te bloqueaban los recuerdos. Respira Calavera. Deja que el oxígeno te refresque las ideas.
Ahora todo parecía más claro y por eso me preocupaba más la indiferencia del oaxaco. Seguramente tramaba algo.
No puedes olvidar así como así al policía que no descanso hasta meterte en la cárcel. Eso precisamente habíamos hecho Moncayo y yo con Crescencio.
Las pruebas periciales lo incriminaban. Demostraban que el guardia recibió los balazos por su costado derecho, y no de frente como fue el ataque del comando.
Además las balas provenían de un arma corta, y todos los testigos aseguraban que los asaltantes portaban rifles y no pistolas.
Aunque las balas no provenían del arma de cargo que tenía asignada Crescencio, otro de sus compañeros aseguró que tenía un arma personal que solía llevar al trabajo. Una escuadra italiana nueve milímetros. Curiosamente las balas que asesinaron al conductor del camión de valores eran de una pistola similar que no encontramos en un principio.
Crescencio era arisco, resentido con la vida. Lo habían asignado a la Policía Bancaria por su estatura. Era demasiado bajo para ser patrullero y no tenía los estudios necesarios para poder acceder a una corporación estatal o federal como investigador.
Incluso los empleados del banco relataban que se expresaba muy mal de esas corporaciones, calificaba a los policías como corruptos y prepotentes.
– ¡Que chingados importa lo que les diga¡ Ustedes lo único que quieren es reportar chamba y me van a cargar el muertito a mí. Nada más que se la van a pelar porque yo no soy pendejo, así que búsquense otro chivo expiatorio.
El tipo era un cerrado, teníamos que sacarle las palabras con tirabuzón. Estaba aferrado a su versión, por cierto bastante contradictoria.
Según él había disparado contra los asaltantes para repeler la agresión. Dijo que lo hizo con su arma de cargo.
En medio de la confusión había versiones encontradas. Lo cierto era que los asaltantes sabían perfectamente los horarios del camión de valores, tanto que llegaron justo cuando los guardias subían las bolsas con dinero.
– Este canijo fue pareja –. Desde un principio Moncayo sospechó de Crescencio, porque todo mundo decía que él había sido el primero en disparar contra los asaltantes lo que desato la balacera.
Todos los guardias del camión nos dijeron que ellos intentaron solamente defenderse, pero se rindieron al ver que los asaltantes estaban dispuestos a acribillarlos.
Así que los resultados fueron desastrosos. Los asaltantes asesinaron al chofer del camión, sometieron a dos guardias y a Crescencio. A plena luz del día los desarmaron, les dieron una madriza y se llevaron el dinero.
Pero el menos golpeado era precisamente Crescencio, además él fue el primero en arrojar su arma y someterse, después de que por su culpa había iniciado todo.
Durante el interrogatorio fueron saliendo más indicios y todos apuntaban hacía Crescencio.
– Él trabajo hace mucho tiempo para la empresa
– ¿Crescencio?
– Sí. De ahí se pasó a la bancaria –nos aseguró uno de los afectados.
– Ves pareja te dije ese desgraciado tiene algo que ver.
Pero esa declaración todavía se agravó más cuando el mismo testigo aseguró que el chofer asesinado y Crescencio eran muy buenos amigos –a mi me llegaron a invitar a tomar cerveza con ellos.
Crescencio había omitido esos detalles en su declaración, y parecía no importarle mucho la muerte de su amigo.
– Ustedes que saben si estoy consternado o no. Si era mi amigo no lo voy a negar, pero no voy a andar llorando todo el día.
– No te vimos por el velorio tampoco.
No respondió en principio.
– No tuve tiempo de ir.
Le seguíamos rascando al asunto y el compa se embroncaba más. Nunca nos dijo que tenía un romance con una empleada de limpieza. Ella trabajaba para una empresa externa que a su vez prestaba sus servicios a varios bancos.
La mujer aceptó que tenía amoríos con Crescencio desde hacía mucho tiempo. Suficiente como para haber planeado los tres asaltos a los camiones de valores en tres sucursales diferentes.
Cuando le preguntamos por los asaltos, ella se puso muy nerviosa y hasta empezó a llorar.
– Yo no he robado nada. Sólo hago la limpieza.
– Nadie está diciendo que robaste algo.
– Es que el Crescencio me dijo que a lo mejor me querían echar la culpa de todo.
De nuevo Crescencio.
Ya le traíamos ganas. Eran muchas coincidencias, pero a pesar de todo, el mendigo oaxaco se carcajeaba porque sabía que no teníamos nada contra él.
No teníamos el arma homicida, tampoco declaraciones que lo ligaran a los robos, ni siquiera evidencias y del comando ni sus luces, porque todos usaban pasamontañas y los autos utilizados en los atracos eran robados.
Pero algo que he aprendido después de muchos años, es que en este negocio en cualquier momento salta la liebre.
Los malandros son expertos en meter las cuatro patas y este caso no fue la excepción.
Justo cuando habíamos perdido la esperanza se apareció en la comandancia la novia del tal Crescencio con el rostro hinchado y su ojo izquierdo apenas lo podía abrir.
Quería hablar con nosotros en privado.
Crescencio había cometido el error que estábamos esperando. De alguna manera se enteró sobre la conversación que su novia tuvo con nosotros
La vieja soltó toda la sopa. Nada tonta. Nunca admitió que ella había formado parte llevando y trayendo información sobre los bancos, pero a final de cuentas nos contó todo.
Según ella se enteró de todo porque Crescencio y el muertito se ponían unas guarapetas enfrente de ella y platicaban todo.
El Chofer le proporcionaba a Crescencio todos los datos necesarios, de cuanto dinero trasladaría el camión y en que banco podía haber más dinero basado en su experiencia.
La vieja tampoco se metió en honduras. Dijo que Crescencio se ponía de acuerdo con “el Señor”. Él era el jefe del comando y nunca lo miró, ni supo su nombre.
La cosa se puso buena cuando la mujer nos relató como su novio y el chofer comenzaron a tener broncas e incluso unos días antes del último asalto se hicieron de palabras y punto pedo Crescencio lo amenazó de muerte.
Había sido una ejecución a sangre fría y con la misma pistola Crescencio golpeó a su novia.
Sabíamos que una orden de cateo podía tardar, y como era probable que Crescencio intentaría escapar, le dije a Moncayo que debíamos ponerle plantón para atorarlo por las lesiones en contra de su novia. Ya después saldría lo demás.
Mientras la mujer rendía su declaración formal en el Ministerio Público, nosotros le caímos a Crescencio que vivía en unas cuarterías en la Zona Norte.
La suerte estaba de nuestro lado. No necesitamos la orden de cateo, porque cuando llegamos el sospechoso estaba cerrando su cuarto y llevaba una maleta pequeña.
Seguramente no intentó escapar antes porque estaba ahogado de borracho y eso nos había dado tiempo suficiente.
El oaxaco no tuvo para donde hacerse, porque en la maletita llevaba la pistola con la que golpeo a la novia y asesinó a su compadre.
Esos mismos ojos negros llenos de rabia fueron los que me recibieron de vuelta, pero para mi sorpresa estaba acompañado de otros presos leyendo la Biblia.
– Pasa hermano llegaste justo a tiempo. Aquí el hermano Crescencio nos permitió el espacio espero que no te moleste –me dijo uno de los batos cuando me vio llegar.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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