Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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La mosca se entera que se la está llevando la chingada cuando ya está bien enredada en la telaraña. Hay veces que así pasa. Es como si te pasaran una película en cámara rápida, y de pronto te encuentras en situaciones que no sabes ni como llegaste a ellas, pero ahí estas y tienes que entrarle al toro por los cuernos.
Así estábamos Moncayo, Mata y yo con todo el estrés repiqueteando en la nuca. El Chacal herido de una pierna y Esteban Blanco apuntándole en la cabeza con una pistola nueve milímetros.
Todo había sido tan rápido, y en medio de una nube de pólvora, en un departamento de Infonavit tuvimos que resolver aún más rápido.
En ese momento no piensas. Estábamos a un pelito de desatar una carnicería. A fin de cuentas eso era lo más fácil. Disparar a lo pendejo y masacrar al Blanco. Pero existían muchos riesgos, el primero y más importante era que el jalecito lo hicimos por la libre.
De por sí, explicar cómo llegamos ahí, y porque había un lesionado, iba a ser difícil. Lo que venía podía ser aún peor, sobre todo con Asuntos Internos chupándonos la sangre.
– ¡Suelta la pistola cabrón! –gritos como ese se repitieron como tres o cuatro veces con sus respectivas mentadas de madre. Por fortuna el colmillo de Mata nos sacó de la bronca en cuestión de segundos.
Fue el único que se dio cuenta que el Blanco estaba bien aturdido por el disparo que él mismo había hecho en contra del Chacal. Andaba bien paniqueado por el cristal que se había metido.
Eso nos daba una pequeña ventaja que Mata aprovechó magistralmente. Ni por aquí le pasó al Blanco la imagen de Mata dándole un cachazo en la nuca con su escopeta. Insisto. La mosca sabe que se la llevó la chingada cuando la araña ya la tiene bien amarrada.
De ahí todo lo demás vino sólo.
También tuve que pensar rápido. Saque una servilleta que guarde en los tacos que acabamos de comer para levantar la pistola del Blanco. Disparé hacía una ventana que daba hacía la parte trasera del edificio.
Por suerte el departamento del Blanco estaba en el primer piso. Sólo teníamos que saltar por esa ventana y podíamos escapar por atrás.
Todos se desconcertaron cuando rompí la ventana de un balazo y volví a arrojar al suelo la pistola.
– ¡Me voy a llevar a este cabrón! –les grite mientras esposaba al Blanco -¡Moncayo jálate en mi unidad por la calle de acá atrás! –y le aventé mis llaves.
Puse de pie al Blanco y lo lleve a aventones hasta la ventana.
– La cosa va a estar así. No tengo mucho tiempo. Ahorita le explicas a Moncayo como va a estar el rollo. Seguramente los vecinos ya llamaron a la policía por los disparos. Pide una ambulancia para el Chacal. Cuando llegue la policía van a decir que ustedes venían por aquí y escucharon el disparo, pero cuando entraron al departamento, el agresor ya se había brincado por la ventana y había dejado herido al Chacal.
Si quieren pueden decir que lo siguieron unas cuadras, pero que se les perdió porque estaba muy oscuro. Yo me voy a llevar a este angelito para arreglar unas cuentitas con él.
No le di tiempo al Mata de reaccionar cuando ya estaba fuera del departamento arrastrando a golpes al Blanco.
Moncayo me estaba esperando ya con la unidad encendida.
– Regrésate, el Mata te va a explicar que hacer –le dije medio bofeado porque habíamos tenido que subir un cerrito para llegar hasta la carretera.
– ¡Tu súbete hijo de tu pinche madre! –agarre de las greñas al Blanco, y después de azotarle la frente contra el techo de la patrulla lo avente al asiento trasero. En cuestión de minutos estaba conduciendo a toda velocidad con los estrobos y la sirena prendida.
Pero hay que explicar como llegamos hasta ese lugar.
Después de hallar al segundo policía muerto, vino una tensa calma en la oficina, que se rompió cuando el ruco del hotel y el tal Alex se pusieron en comunicación conmigo para poner en marcha todo el plan.
Así fue como pudimos ubicar el departamento del Blanco. Aunque también se la llevaba tirando droga los antros del centro y la avenida Revolución, el muy pendejo recibía adictos en su cuchitril en la Mesa. Así que decidimos cazarlo justo ahí.
Mata había estado trabajando antes en la Agencia Mixta de narcomenudeo, precisamente reventando tienditas y picaderos. Fue él quien urdió todo el plan, pero para eso necesitábamos un vicioso de confianza.
No se me ocurrió otro más que el Chacal.
– Yo conozco algunos conectes ahí en ese Infonavit. Es cosa de que alguno presente al Chacal con el Blanco para que le tenga confianza.
La idea era que el Chacal le comprara droga unas dos veces, sobre todo para checar bien el terreno. Dicen que la tercera es la vencida por eso le caímos al cabrón y ni se las olió.
Fueron como dos semanas de trabajo.
Unos días el Chacal se nos desaparecía. Luego llegaba hasta las chanclas, pero bien puesto.
La primera vez incluso se puso a loquear con el Blanco en su departamento, porque según dijo le había caído bien.
– No se porque lo quiere clavar jefe si el compa es a toda madre –nos dijo.
– No me vayas a salir con una chingadera pinche Chacal, porque entonces si me vas a conocer.
– ¡Qué pues jefe! Si yo nomás decía.
– ¡Pues no andes diciendo!
Así se la paso como dos veces más. Me preocupe porque el Chacal había agarrado de irse por su cuenta a comprarle chingaderas al Blanco sin decirnos nada, hasta que finalmente le leímos la cartilla.
– Si tu crees que el Capi Colorado es un hijo de la chingada de verdad no me conoces. Así que te lo advierto mañana en la noche vamos a caerle al Blanco, y si me sales con una de las tuyas yo mismo voy a ir por ti y vas a arrepentirte de haber nacido.
– No hay necesidad de ponerse violento jefe. Así como usted diga se va a hacer.
Pero esa noche el Blanco ya traía dos globitos en la cabeza, y como el Chacal nunca nos dijo que tenía armas en su casa nos confiamos.
El plan era que como siempre el Chacal entrara en el departamento, comprara un par de globos de cristal. Nosotros lo estaríamos esperando afuera, para que en cuanto él abriera la puerta pudiéramos entrar y detener al Blanco.
Las cosas se complicaron. El Chacal tardó más de lo planeado. Pensamos que ya se había quedado loqueando con este canijo. Decidimos tumbarle la puerta a patadas.
Eso fue lo que le salvó la vida al Chacal. El Blanco andaba bien pasado y paniqueado. Cuando entramos lo tenía bien madreado y encañonado y de los puros nervios cuando oyó el madrazo en la puerta le disparó.
El Chacal alcanzó a moverse y sólo le pegó un rozón en una de las pantorrillas. El resto ya era historia.
– ¡Si es por lo de su amiga la bailarina, pierde su tiempo yo no se nada! –me gritó el Blanco cuando medio se recupero y se sentó bien en la parte de atrás de la patrulla.
De modo que la fichita esa me tenía bien ubicado.
– Ahorita vamos a hablar largo y tendido cabrón. Me vas a decir todo lo que sabes. No te vayas a querer pasar de pendejo porque aquí mismo te lleva la chingada. Me cae.
Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.
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