Novela Policiaca
Hamlet Alcántara
Foto: José Gabriel López Mejía
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La anciana tenía razón. No todas las respuestas aparecen como los resultados de los exámenes escolares. A veces tienen formas muy peculiares de aparecer y lo hacen cuando menos lo esperas.
Estaba apunto de resolver el intrincado rompecabezas que me había tenido preso estos últimos meses y ni siquiera lo sospechaba. Como iba a hacerlo si me había pasado varios días prácticamente aislado del mundo exterior en medio de una Villa mágica llena de folclor, mitos, leyendas y brujería.
De vez en cuando miraba televisión, pero había decidido excluir las noticias de mi programación. Además estaba tan lejos que no creo que hubiera pasado alguna noticia de Tijuana que pudiera interesarme.
Me parecía tan increíble que después de tanta pinche bala, y tanto cadáver regado por las calles esto se resolviera ante mí con una sencillez deslumbrante. En un apartado pueblo mugriento lejos de la civilización.
Todo ese tiempo me la pase aprendiendo, de una forma que nunca antes lo había hecho. Era una verdadera comunión con la naturaleza.
Era un desfiladero de gente que a veces me parecía que estaba en un hotel de lujo con SPA y toda la cosa. Porque a la gente de aquí y sobre todo a la Nana Tencha y al Nagual los visitaban desde europeos, gringos, políticos, policías, mañosos y muchísima gente humilde de todas partes de la república.
Pinche desfiladero de la chingada, y yo aquí aprendiendo sobre hierbas, limpias, energía sanadora, árboles sagrados y quien sabe cuanta fregadera más. Si me vieran mis amistades aquí disfrazado de campesino profeta, creo que se carcajearían. Poco a poco ese tipo de detalles me venía valiendo madres.
– Hechicero sabía que iba a encontrarte aquí. Quiero que acompañes a estos señores tienen un problema –parecía que la maldición me seguía a donde me encontrara. Estaba placidamente sentado en una de las raíces de la gran Ceiba, cuando llegó la anciana junto con dos tipos mal encachados que tenían todita la jeta de mañosos.
– Pero Nana…
– Nada de peros hechicero. El patrón de estos hombres es un benefactor de la Villa, y ahora mismo tiene problemas con unos extranjeros que están hospedados en uno de sus ranchos. La verdad yo no puedo salir del pueblo ahora, y creo que tú estas capacitado para atenderlos.
La otra Hortensia tenía razón. La anciana era testaruda, necia y de nada me habría servido negarme, además sabía que yo era el indicado, pero nunca me advirtió a lo que me enfrentaba. Supongo que se trataba de una más de mis batallas.
– ¿A dónde vamos?
– A un rancho que tiene el patrón cerca de Culiacán. Nosotros lo llevamos y lo traemos hechicero. Como tres horas de ida y tres de vuelta.
Preparé algunas cosas y en minutos estaba arriba de una camioneta Ram de las nuevecitas, con aire acondicionado y toda la cosa.
Estaba tan cómodo y fresco que casi ni resentí las tres horas de viaje. Supe que volvería a las andadas cuando me percaté de la estrecha vigilancia que había alrededor de un kilómetro a la redonda antes de llegar a la finca del famoso patrón.
Los guardias trataban de ser discretos, pero su presencia era demasiada obvia y estratégica. Difícil que alguien con mi experiencia no pudiera notarlo.
Pero la cajita de Pandora que estaba por abrirse me deparaba aún más sorpresas. Como los gringos que estaban dentro de la finca cuidando algo.
Estos americanos no parecían ser los clásicos socios de un narcotraficante. Mi experiencia y olfato me permitía oler placas federales estadounidenses a kilómetros de distancia. Estas estaban a sólo unos metros de mi vista e iba a salir de esa duda justo en el recibidor donde había más gringos y evidencia clara de que eran agentes federales antinarcóticos de aquel país. Antes me tropecé con un viejo amigo que se sorprendió tanto de verme como yo a él.
– ¡Que clase de broma de mal gusto es esta! –Don Paulino Zataráin había colgado su celular cuando me vio pasar junto a él. Vestía con sus clásicos pantalones de mezclilla y su camisa de manga larga arremangada y desfajada. Traía puestos unos huaraches de piel que le daban más aspecto de serrano que de patrón.
– Ninguna broma Don Paulino, solicitó mis servicios y aquí estoy. En mi nuevo giro no podemos darnos el lujo de negar la ayuda a quien lo necesita. Aunque debo confesar que todavía no comulgo muy bien con esas ideas.
– Esa pinche anciana me engaño. Me dijo que me iba a mandar un hechicero recién llegado del Templo Mayor…
– Y no lo engaño. Porque yo no le he dicho que nos conocemos, y a mi nunca me dijo que usted era el famoso benefactor al que había que ayudar. Lo que más apesta es que me supongo que debo atender a un cerdo americano con placa huésped suyo.
– No me vengas ahora con pendejadas y triunfalismos Calavera ¿O qué me vas a decir que no te vas a ir a trabajar con el nuevo Secretario de Seguridad Pública Federal?
– ¿De qué me estas hablando?
– Seguramente te tienen preparado un buen hueso ahí en la dependencia, en recompensa a toda la basura que le quitaste del camino ¿O no me digas que llegaste hasta aquí para hacerle otro trabajito sucio al ahora señor Secretario de Estado?
No entendía ni una de las estupideces que estaba escupiendo Don Paulino, pero no fue necesario porque nos interrumpieron los gringos que estaban en la salita de estar, porque en la televisión estaban dando una noticia, y le llamaron para que pusiera atención.
“La Operación Cirugía emprendida por autoridades mexicanas y americanas sigue dando de que hablar, porque ahora el Gobierno de los Estados Unidos formalizó la petición de extradición del licenciado Arnoldo Becerra recién depuesto Secretario de Seguridad Pública Federal, quien es acusado de dirigir uno de los cárteles más sanguinarios de la droga en la frontera de México y Estados Unidos.
Hasta ahora, esta operación que se desató luego de la ejecución de un agente antidrogas encubierto en Tijuana, ha arrojado la detención de funcionarios corruptos tanto de Estados Unidos como México. La más notable fue la del Secretario de Estado mexicano quien es señalado como el líder de la organización a la cual beneficiaba desde su puesto al frente de la seguridad pública en todo el país.
Según reportes confidenciales fueron las propias confesiones de Lucas Malacón, reconocido capo de las drogas, las que llevaron hasta tan encumbrados caminos del Gobierno Federal de México, que de inmediato tomó cartas en el asunto, y detuvo al exfuncionario que estaba apunto de huir a Sudamérica.
Hoy el licenciado Becerra se encuentra recluido en un penal de máxima seguridad en el centro del país, donde espera su turno para ser extraditado al vecino país, que lo exige para juzgarlo por homicidio y tráfico de estupefacientes entre otros muchos cargos…”.
Mi rostro al escuchar tal noticia debió convencer a Don Paulino que no sabía una sola palabra de lo que estaba sucediendo, y menos cuando el presentador dio la noticia de que el recién nombrado Secretario de Seguridad Pública Federal, que era nada menos que el Coronel, anunciaba una serie de operativos contra la delincuencia organizada. No cabe duda que nadie sabe para quien trabaja.
– Pero no te traje hasta aquí para que vieras las noticias hechicero. Allá adentro tengo a un hombre que sufre alucinaciones y dice que el diablo se lo quiere comer, y ningún pinche médico sabe que hacer. Así que mí estimado hechicero ponte a trabajar, y más te vale que todo salga bien. No quiero pensar que ese sucio coronelito te quiere infiltrar de vuelta para deshacerse de los cabos sueltos, porque esta vez no respondo.
– No trabajo para nadie y no lo voy a repetir. Si quieres que te ayude a sanar a tu amigo gringo vas a tener que responderme algunas preguntas antes.
– Todo esto es muy sencillo Calavera, somos parte de un podrido sistema capitalista y político donde todo se negocia ¿Quieres saber si trabajo con los americanos? Si trabajo con los americanos. Mi libertad tenía un precio, a ellos les convenía. Pidieron el favor, se les concedió a cambio de la cabeza de un gargantón como el Secretario de Estado, protegido por el propio Presidente de la República. Yo pedí que me limpiaran la plaza, y a cambio les puse la pieza que faltaba para que el dominó cayera en cascada: Lucas Malacón, que decidió volverse un testigo protegido, para evitar su ejecución. No le importó decir que la organización que supuestamente él dirigía en realidad se mecía desde una cómoda oficina en la Ciudad de México, donde además se decidía quien sería el siguiente chivo expiatorio para mantener dormido al monstruo ¿Y sabes por qué? Porque somos un mal necesario que servimos a un amo desconocido.
Los gringos obtuvieron su golpe espectacular. Tu amigo el Coronel logró colarse a la grande, el Presidente se mostró magnánimo ante el mundo, porque no le tembló la mano para meter a la cárcel a uno de sus más cercanos colaboradores, y reconocer que se equivocó. Yo sigo mandando mota y perico a toda la bola de gringos locos, resultado de tanta pinche guerra y tanta pinche violencia, así todos contentos ¿No crees? ¿Tienes alguna otra pregunta?… Entonces por favor atiende a mi invitado.
Necesitaba un par de minutos para poder atender al gringo y Don Paulino lo entendió.
El tipo estaba enroinado. Los roines son una especie de larvas energéticas, y hay muchas formas de quitarlos. Fue una sesión intensa y terminé muy cansado. Tuve tiempo para reponerme camino de regreso a la Villa. Aunque mi mente seguía tratando de entender todo lo que había pasado. Un pinche complot para que la sucia maquinaria del gobierno siguiera caminando bien aceitadita.
Tenía ganas de vomitar cuando recordaba todas las chingaderas que tuve que pasar, para que todo siguiera sin novedad y bajo control.
La noche nos sorprendió una hora antes de llegar a la Villa. Llegue a tiempo para sintonizar las noticias de la noche.
Entonces apareció la carota rebosante del Coronel en una conferencia de prensa que tuvo lugar por la mañana.
Agarré mi celular y marqué.
– Muchas felicidades Coronel ¿O debo decirle señor Secretario? –Por suerte conservaba el mismo número. –Bravo. Es usted todo un maestro del engaño. Por suerte yo soy más cabrón que bonito, y eso no se lo debo a usted, por supuesto.
– Calavera que sorpresa –su voz delataba el nerviosismo que le provocó mi llamada. – Tienes más vidas que un gato. Creímos que habías muerto.
– Y tuvieron razón en creerlo señor Secretario. Javier Calavera murió para siempre, pero no gracias a ustedes. Arrieros somos y en el camino andamos Coronel.
El Coronel balbuceó algo. La verdad no le puse mucha atención. Simplemente corte la comunicación. Ya luego aventé el celular al río.
FIN
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