Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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Los loros y las guacamayas seguían parloteando. El viento soplando. El río cantaba y ahora se sumaban unos tambores y una flauta.

– No te preocupes es la poesía del universo. La que interpretan nuestros trovadores.

En otra de las raíces de la Gran Ceiba estaban ahora sentados dos hombres tan morenos como Hortensia la mujer de la cabeza plateada. Isis no dejaba de cepillar los cabellos de la mujer, que a pesar de ser casi una anciana tenía una belleza forjada en su piel color bronce.

– Tu alma necesita sanar hechicero. Tu cuerpo escuchará pronto las respuestas que has venido buscando. No te entusiasmes, el resultado de nuestras misiones no siempre halaga del todo a nuestro ego. Lo único que te debe importar es que hiciste lo que debías, y que lo volverías a hacer de ser necesario, porque tus instintos te dijeron que era lo correcto.

– ¿Y cómo voy a sanar mi alma?

– Escucha la poesía jovencito. Déjate envolver por el baile de la flauta y los tambores. ¿Sabes porqué no ves a nadie más que a nosotros? –volví a negar con la cabeza –simplemente porque ahora estás en otro nivel de vibración. En otra realidad superior a la que no cualquiera llega. Has cerrado los ojos de tu cuerpo, pero has abierto los de tu conciencia. Has dejado que tu cuerpo se funda con la naturaleza y te conduzca hasta aquí. Quieres vencer los perjuicios que te rodean y has fallado en el intento, por eso los yoris han clavado dagas en la coraza de tu alma y en tu corazón.

– ¿Conoce usted a Natanael Zamora?

– Ese es otro de tus problemas hechicero. Le has puesto nombre a la yerba mala del campo, cuya raíz no es más gruesa que mi dedo, y por ello no puede siquiera tocar la primera capa de lodo durante la lluvia. Tu escudo está lleno de Natanaeles, de teules, de yoris o roines, que no son otra cosa que gusanos energéticos que deambulan por ahí y se pegan al cuerpo etérico, echando sus raíces en la carne. No personalices tus problemas, porque de este lado las batallas no se libran igual que en el mundo profano.

– ¿Qué debo hacer entonces?

– Cumplir con tu cometido ¿Dices que has venido buscando a la Nana Tencha?

– Si.

– Cruza entonces el río que del otro lado veras a la vieja testaruda. Aunque no sé en que pueda ayudarte aquella mujer que apenas y recuerda su nombre cuando sale el sol. En la noche habla el lenguaje de los ángeles y por eso nadie la entiende cuando ahuyenta a los demonios en sus rituales.

Como guiado por una fuerza superior a mí, caminé hasta el río. Ahora se veía más crispado.

– ¡Hechicero ten cuidado con las corrientes, porque a esta hora te pueden revolcar¡ –el grito de la mujer se ahogo en la espesura, se escuchaba tan lejos que apenas se entendía.

“Cuidado con los brazos del río hechicero, suelen agarrarte por los tobillos y te arrastran, pero sus aguas conseguirán purificarte. No tragues mucho cuando el lodo te confunda los sentidos. El estómago del río sacara el musgo de raíz, que se ha enquistado en tu cuerpo”.

Manoteaba para todos lados. La orilla del río fue tan traicionera que de pronto pise un hoyo y me resbalé. Tuve la sensación de que me estaba ahogado y cada esfuerzo que hacía sólo conseguía hundirme más.

“Las algas abrazan la piel y las piedras arrastran los vicios que se van quedando atrás. Déjate llevar hechicero no cierres la boca porque el agua debe llegar y purificar tu sangre”.

– ¡Hermano despierta¡ –sentí un jalón que me sacó del río. Abrí los ojos y estaba en la cama de nuevo. Empapado. No puedo decir si era sudor o agua del río –la Nana Tencha nos recibirá ahora –estaba tan desconcertado que la sonrisa del Nagual fue como una cachetada que puso mis pies en la tierra.

Por increíble que pudiera parecer, aunque desperté empapado en sudor, me sentí muy diferente. Bastante bien e incluso el calor ya no me abochornaba tanto como al principio. La ansiedad había desaparecido, al igual que los dolores: estaba sano. Purificado.

La Nana Tencha nos esperaba en una vieja casona al centro de la Villa. El lugar tenía un patio amplio lleno de rosales y sábilas, algunas de las cuales tenían listones rojos amarrados en sus hojas. También se podían ver un par de árboles de mango en cuyos troncos estaba amarrada una hamaca. En otra hamaca similar que se veía más al fondo, un hombre con la piel más roja que el resto de los pobladores lucía sentado, pero no dormido. Parecía estar vigilando nuestra llegada.

Al verlo el Nagual juntó las palmas de sus manos a la altura del pecho e inclino su cabeza en señal de saludo. Hice lo mismo, pero con menos ceremonia, porque esto me había tomado por sorpresa. Él nos respondió de la misma manera.

– Es un antiguo maestro Yaqui, amigo de la Villa. Se pasa temporadas enteras por aquí –murmuró el Nagual refiriéndose al hombre de la hamaca.

En una mecedora de madera y bejuco permanecía sentado un hombre de piel más clara que los otros. Fue quien nos informó que debíamos esperar unos minutos “Ya viene Nana Tencha, esperen aquí”, nos dijo y continuó pelando un mango que traía en las manos.

Unos viejos maderos redondos nos sirvieron de asiento mientras esperábamos. Cuando llegamos nos dieron un repelente para los moscos hecho en la Villa. Gracias a eso pudimos evitar los ataques de las nubes de esos insectos que se arremolinaban por doquier buscando víctimas, y vaya que si había. Conté al menos siete personas, además del tipo de la mecedora y el de la hamaca, esparcidos en diferentes puntos del patio de la casona, montando vigilancia.

– Cuidan más a esta mujer que a un gobernador.

– Bueno no es una vigilancia rigurosa. Todas estas personas vienen a acompañar a la Nana para lo que se ofrezca. Además últimamente ella ha recibido visitas de muchas personalidades de diferentes países que vienen a solicitar su ayuda.

– Entonces debe tener la pura lana.

– Hermano, la Nana Tencha no hace las cosas por dinero. Pertenece al Consejo de Ancianos de varios pueblos indígenas. Aunque aquí viven en su mayoría yoremes y mayos, también puedes encontrar yaquis, mayas e incluso mestizos y extranjeros que han decidido vivir en la Villa. Y es que el único requisito que la Nana Tencha y otros curanderos de por aquí piden a sus pacientes es una contribución ya se en especie, trabajo, y muy de vez en cuando en dinero, para el bienestar de la comunidad.

– ¿Cómo? ¿Piden para todos?

El Nagual asintió con la cabeza.

Después comprendería mejor el sistema de vida que tenía esta gente. Ahora me esperaba un sorpresa mayor cuando miré salir a la anciana que todos llamaban Nana Tencha.

– ¡¿Hortensia?¡ –aunque tenía más arrugas y caminaba con mayor dificultad definitivamente era la mujer de la Ceiba.

– Así me llamo, aunque todos por aquí me dicen Nana Tencha. Imagino que se les hace más fácil.

– Pero tu…

– Veo que pudiste atravesar el río y no te preocupes tu mente hace imágenes de lo que quieres ver, aunque la realidad se presente de distintas formas.

– Por lo visto ya se conocen –intervino el Nagual.

– El hechicero esta listo para el ritual que celebraremos al alba para concluir con su purificación. Pueden ir a descansar ahora. Y tu jovencito ten cuidado con los sueños suelen ser muy traviesos como el río que atravesaste –la mujer dio la media vuelta y ayudada de su bastón volvió a su casa.    

– ¿Y ahora qué? –pregunté desconcertado.

– Nada. Que volvemos en la tarde para la celebración.

El verano no había entrado de pleno. Por eso en cuanto comenzó a ocultarse el sol el calor descendió, y el clima se refresco.

El cielo y las nubes estaban pintándose de anaranjado cuando volvimos a la casona.

Aquello era una verdadera fiesta. Todo el pinche pueblo estaba metido en el inmenso patio de la casona. Niños correteando. Hombres sentados por todos lados con vasos en la mano. Las mujeres comadreando en bolita, y en el medio una gran fogata que era alimentada por los que parecían ser los más serios del huateque.

El firmamento pleno de estrellas fue la señal para que saliera la Nana Tencha a la fiesta.

Tenía buen rato sentado en un huacal frente a la fogata cuando se me acercó la anciana.

Pase horas escuchando historias yoremes, y leyendas de todo tipo mientras esperaba la llegada de Hortensia.

– Toda esta celebración es por ti hechicero. Las mismas estrellas han escrito su mensaje en el cielo negro y los augurios son buenos.

– ¿Fiesta? Pero usted hablo de un ritual…

– La otra Hortensia te dijo que soy una vieja testaruda y así es. No hay mejor ritual que pararse frente al fuego, con las estrellas y los planetas por testigo, y el viejo Dios del Viento soplando. La Ceiba te ha dado su bendición. Cruzaste el río de la purificación y te puedo decir que ya eras un hechicero antes de llegar aquí. Hoy los Ángeles y los Espíritus simplemente ofrecen una fiesta de bienvenida.

– Pero ¿Qué voy a hacer?…

– Nosotros siempre sabemos que hacer. Tienes que aprender a leer el viejo libro de la naturaleza, y eso no se aprende en ninguna escuela.

Los antiguos mayas tenían la creencia de que sus sacerdotes o médicos brujos debían ser tragados por la gran serpiente, morir en sus adentros que representaban en Inframundo para que el monstruo los vomitara renacidos con sus poderes místicos. Las mismas flores como la rosa y la hortensia tienen que marchitarse y morir para florecer más hermosas. El sol muere diariamente para descansar y volver a dar luz al siguiente día.

Ese ritual no se puede repetir ya en ti hechicero. Tú has muerto. Has conocido el inframundo de los profanos. Tu semilla se sembró en esa oscuridad como el vientre de una madre y floreciste. Ahora sólo debes aprender que todas las respuestas están dentro de ti. Porque todas esas estrellas que ves en el cielo los Dioses las copiaron y las metieron dentro de nosotros, porque ahí precisamente es donde están todas las respuestas.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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