Luis Alberto Serrano
@luisalserrano
Revista Dictamen –Editorial Edhalca
Islas Canarias, España.- Tengo que empezar este artículo reconociendo abiertamente que el verdadero apoyo emocional que tuvimos durante las primeras semanas de la pandemia fue, el nuestro propio: el de los sanitarios. Durante muchas fases de confinamiento no pudimos contar con el de nuestros amigos, ni con el de nuestras familias porque, en la mayoría de los casos, fue innegable nuestra voluntad de alejarles de nuestras preocupaciones y miedos. Esa fachada de valentía y de “todo está bien” para no alarmar, nos hacía fingir un estado que no era real. Queríamos demostrar que estábamos bien, para no preocuparles más de lo que lo estaba haciendo “el bicho”. Pero esa no era la realidad.
La gran cantidad de estrés que llegamos a acumular hizo la vida muy difícil. Pasábamos los días usando, la capacidad de pensar, al mínimo como herramienta para la supervivencia. Yo surcaba las tardes en la cama, reservando esa concentración para el horario de trabajo. Creo que siendo un camillero que comparte su vida con producciones artísticas, no podría combinarlo si no fuese un alma hiperactiva. Y, ahora, todo se había detenido bruscamente. No tenía cabeza para redactar un proyecto de futuro. ¿A quién le ibas a mandar una propuesta si nadie sabía cuáles serían los plazos en los que volveríamos a la normalidad? Si ahora no tenemos las cosas claras, imagínense en plena subida de la curva de contagios. Las tardes eran cama y películas, sin más. Con qué impotencia leíamos, mientras nos daban los aplausos de las ocho de la tarde en España, que admiraban a los sanitarios, pero después les pedían que se cambiaran de vivienda para no contaminar a la comunidad. Si hasta el personal no-sanitario del hospital huía de nosotros por miedo a que les contagiáramos. Lo he vivido y he visto a algunos correr para no coincidir por los pasillos. No juzgo a nadie, porque soy consciente que cada uno de nosotros tiene una gestión del miedo que hay que respetar. Pero estaba claro que nos teníamos que refugiar los sanitarios, entre nosotros.
Separado de mis padres por lógica voluntad propia, era, solo en el trabajo, donde podía hablar de emociones. Entre compañeros nos entendíamos. Remábamos en el mismo barco y sabíamos que llegaríamos a buen puerto si lo hacíamos unidos. Sí, he visto a mis colegas llorar en el vestuario de miedo. Nosotros mismos tuvimos que mandar a casa a trabajadores por ser presa fácil por su alto riesgo de enfermedad. Porque si es por ellos, hubieran seguido en el frente. Y, a toro medio pasado, diré que me siento orgulloso de pertenecer a esta sanidad que se ha entregado, sabiendo que se jugaba la vida. No quieran vivir nunca esta situación. Un día, observando a los compañeros con los que estaba de turno, me vi temiendo que a la semana siguiente alguno ya no pudiera estar con vida. Ese miedo sólo se siente en la guerra. Eran épocas en la que los informativos nos decían que el 20% de los muertos eran personal sanitario. Tuve que dejar de ver noticias para recuperar mi salud emocional.
Fueron las conversaciones con los colegas las que conseguían hacerte ver que no eras el único que lo pasaba mal, porque más terror que nosotros tenían los que estaban contagiados y veían la muerte “cercana”. Empezamos a trabajar con una dinámica positiva. ¡Cuántos videos de sanitarios bailando a lo JLO recorrieron las redes! ¡Que grandes! Empezamos a ver que el “yo te cuido y tú me cuidas” nos podía salvar la vida. Ir en parejas a ponerse los ansiados EPI,s para no cometer errores fue asumido en todas las Unidades de COVID. Por ello tengo que agradecer a todos mis “compamigos” de la unidad y de todas las que trabajan en primera línea, por extensión, su implicación. Está claro que si esto no nos hubiera pillado tan desprevenidos de protocolos en los centros de urgencias o de atención primaria y con tanta falta de material al principio, muchos se hubieran salvado. Espero que esto se revise en la “nueva normalidad”.
Que la sanidad española ha estado a la altura, se lo aseguro yo. Me gustaría saber si hemos aprendido algo de esta catástrofe. Los que legislan y administran tienen que recoger nuestro testigo y protegernos. No queremos pagas extras, queremos que el dinero sirva para que no nos falte material del que depende nuestra vida y la de nuestras familias. Queremos que haya personal suficiente para que yo pueda hacer el trabajo con toda la conciencia, y no con un cansancio que repercute en la calidad asistencial.
Y, por último, agradecer esos aplausos de las tardes, porque algo hicieron para que pudiéramos ir a trabajar al día siguiente con un poco más de aporte positivo.