Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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Como si no tuviera ya suficiente con la adrenalina del momento, de pronto comencé a sentir una especie de mareo y la vista se me nubló repentinamente.

Apenas y pude darme cuenta que las patrullas nos seguían a discreción. Pinches patrullas. Como si no quisieran darnos alcancé. Así nomás haciéndose pendejos.

“Horacio, el hechicero cambia el curso del viento. Los chaneques de Mictlán quieren saber el camino…”, escuche que la voz muy parecida a la de la Morena me hablaba en medio de mis mareos.

Lo que me faltaba. Volverme loco en medio de una pinche persecución.

  • Dale directo a la base de operaciones. Parece que las unidades que nos venían siguiendo ya no están –a pesar de que estaba medio atolondrado por lo de los mareos y las voces alcancé a escuchar la orden que la daba Malaquías al chofer, y también la sonrisota que tenía en la cara Batista.

“Ten cuidado Horacio, los chaneques se esconden entre la neblina para encontrar el camino hacia ti”, volvió a decir la voz femenina.

  • ¡No. Al base de operaciones, no! –alcancé a gritar con las pocas fuerzas que me quedaban después del estado en el que me encontraba.
  • ¿Qué pasa comandante? ¿No entiendo? Ya no nos siguen.
  • Claro que nos siguen. No planean emboscarnos, sino saber a dónde nos llevamos al detenido…
  • ¡No le saques Calavera! Ahora resulta que tienes delirio de persecución –Batista soltó la carcajada y se me quedó mirando. Otro de los agentes que iba junto a él le asestó un golpe en el estómago para que se callara en cuanto lo escuchó.
  • ¿De dónde sacas que nos están siguiendo? –volvió a preguntarme Malaquías, pero esta vez con mayor cautela para evitar que el resto de los tripulantes escucharan.
  • Confía en mí, y gira instrucciones para llevar a este cabrón directo al Cuartel Militar.
  • ¿Pero?
  • Ahorita arreglo todo. Tú cambia la ruta. Sirve que ganamos tiempo.

Medio sacado de onda por lo que le estaba diciendo Malaquías le dio instrucciones al chofer para dirigirnos al Cuartel Militar, y no a la base de operaciones del Grupo de Inteligencia.

Más de uno se desconcertó por el cambio de ruta. Incluso yo esperaba estar en lo correcto, y no estar tomando una decisión esquizofrénica basada en voces del más allá.

  • Coronel es urgente que hable al Cuartel Militar para que nos reciban un detenido –le marqué directamente, porque no me quedaba otro remedio.
  • ¿Qué es lo que está ocurriendo ahora Calavera?
  • Que se volvió a hacer un desmadre después del operativo. La gente del Capi Colorado nos puso cola. No creo muy conveniente llevar al detenido a la Base de Operaciones. Tampoco podemos andar paseando por toda la ciudad con el detenido.
  • No sé de donde sacaste que podías llevar al detenido al Cuartel Militar y lo único que puedo hacer es enviarte refuerzos…
  • Mire Coronel eso de los refuerzos está bien, pero con todo respeto necesitamos poner a buen resguardo al detenido, y no creo que nos convenga revelar la dirección de nuestra base central.
  • No sé cómo le haces para meterme en estos líos Calavera. Dame unos minutos estoy en la otra línea con el Comandante de la Zona Militar.
  • Pues dígale a su amigo que tiene menos de 10 minutos para avisar en el acceso principal que estamos por entrar…

“Si crees que te vas a salir con la tuya Horacio estas muy equivocado”, esta vez la voz no era de una mujer, se trataba de un hombre. La vista se me volvió a nublar, y de entre esas brumas otra vez la figura oscura de un hombre, que tenía en la mano, el cuerpo de un gallo degollado y sangre la esparcía por todos lados.

Los estruendos rompieron mis alucinaciones. Todo estaba ocurriendo tan rápido que no tuve tiempo para meditar en la aparición del brujo ese en mi mente.

El impacto hizo que el celular que traía en la mano saliera volando, y lo primero que se me ocurrió fue aventarme al suelo y tratar de abrir la portezuela mientras los disparos continuaban por todos lados.

El chofer también alcanzó a salir de la camioneta y con su pistola en la mano comenzó a disparar.

Me encontré un rifle de asalto en mi huída. Por suerte no me había alcanzado ningún disparo. La camioneta en la que viajábamos tenía algunas placas de blindaje, así que la emboscada no estaba resultando tan fructífera.

Eran al menos dos camionetas las agresoras, de las que descendieron como hormigas como diez cabrones, que evidentemente no se querían morir, porque cuando sintieron los primeros plomazos de respuesta, más de la mitad de ellos se replegaron y desaparecieron como por arte de magia.

La verdad me sentía muy golpeado y atarantado. Pero pude moverme con cierta facilidad. Como yo iba por el lado donde se encontraba Batista me salieron de quien sabe dónde dos hijos de la chingada que me apuntaron con sus armas y quisieron amedrentarme para que los dejara llegar hasta él.

“El Guerrero Jaguar puede dominar la luz y la oscuridad, baja a los infiernos y sale al alba como si nada. Tú eres un Guerrero Jaguar Horacio”, me dijo la voz femenina entonada con el rifle que traía en la mano. Pinches ojetes. Nunca he estado dispuesto a tirar mis armas cuando la adrenalina te ahoga y no tienes más remedio que matar o morir. Ese fue su primer y último error conmigo, porque no les menté la madre, no levanté el cañón del rifle dioquis. Me bastó jalar el gatillo para partirles el cráneo a puros balazos, y luego me rodeé a la terracería entre unos matorrales.

Uno de los agentes que viajaba con nosotros había abierto la puerta para poder salir, Batista lo aprovechó pero un tercer hijo de la chingada salió de entre la oscuridad y le disparó igual que al agente que pretendía detenerlo.

Estaba tan cegado por el momento que no supe cómo le hice para volver a disparar, y clavar al otro hijo de la chingada que le disparó a Batista.

Obviamente ahora estaba claro que su intención no era rescatarlo, sino asesinarlo y de paso a todos los que lo llevábamos detenido al cuartel.

Los hijos de la chingada estaban bien locos y dispuestos a todo, porque estábamos a escasos 10 minutos de llegar al Cuartel Militar y les valió madre.

Nos atajaron con una camioneta conducida por un solo hombre, que nos embistió de lado y nos sacó del camino.

Inmediatamente después otras dos camionetas llegaron y el infierno se desató.

En esos momentos solo pude que regresar a la camioneta parapetarme a un costado del cofre de la camioneta con el rifle en la mano y a disparar a ciegas.

Todo eso pasó en menos de cinco minutos. Ese fue el tiempo también que tardó en llegar un comando militar. Instantes más tarde el Teniente Míreles y su gente  estaban en el lugar.

No sé cuánto tiempo duraron los balazos. Tampoco sé cuántos cadáveres quedaron tendidos entre la maleza de la carretera o en el asfalto. Lo único que puedo decir es que volví a pisar el infierno. Luego caí desfallecido en brazos de una socorrista con un cuerpazo y unos ojos verdes preciosos. 

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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