Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José Gabriel López Mejía

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Traté de disimular mi asombro ante la escena que acababa de presenciar. En este negocio y en estas situaciones no te puedes dar el lujo de sentir temor y mucho menos de expresarlo como lo estaba haciendo el tal Rosendo al mirar cómo se retorcía su amigo lentamente, mientras trataba de decir sus últimas palabras.

La sangre fría del viejo narco era sorprendente. Con la pasividad de una fiera que acaba de derrotar a su presa, Don Paulino dio un par de vueltas alrededor del cuerpo agonizante de Cervantes sin decir nada, como si quisiera dibujar un par de círculos para encerrar la poca energía que le quedaba.

Luego miró fijamente a Rosendo que temblaba a pesar de que intentaba no hacerlo.

Los demás presentes parecían acostumbrados a este tipo de espectáculos macabros.

De nuevo la fiera pudo olfatear el miedo, y como atraída por ese imán se acercó a Rosendo.

– Calavera un par de mis muchachos los van a llevar a ti y al buen Rosendo a visitar al Tito, él se va a encargar de limpiar este problema –en ese momento su mirada se fijó de nuevo en Rosendo, se acercó tanto para poder limpiar la hoja del cuchillo con la sangre de Cervantes en la camisa del custodio a la altura del pecho –mi amigo nos va a hacer el favor de cargar el cadáver de este hijo de la chingada junto con uno de mis muchachos ¿Verdad Rosendo?

El tal Rosendo estaba tan asustado que no podía hilar palabra y sólo movió la cabeza afirmativamente, mientras el Don terminaba de limpiar el cuchillo en su camisa, y le palmeaba el hombro derecho.

En cuestión de minutos uno de los gorilas del Don trajo un Crown Victoria color café con vidrios polarizados, de esos que utilizamos como patrullas en la Policía Ministerial sólo que este no traía placas ni insignias.

Otro de los malandrines le hizo señas a Rosendo para que le ayudara a cargar el cadáver, y este ni chistó. De volada agarró de las piernas los restos de Cervantes, mientras el otro malandro lo agarraba de los hombros y el que manejaba el carro extendía una cobija en la cajuela para que no se manchara de sangre.

Mientras todo esto sucedía el viejo narco aprovechó para acercarse a mí. La música de banda no se había detenido ni por un instante en todo este tiempo.

– No sé bien de qué lado estas Calavera. Por el momento no quiero averiguarlo. Sólo espero que me demuestres que estas del mío y por eso tú te vas a encargar de este operativo. El Tito es un viejo amigo que ya sabe lo que tiene que hacer, seguro el Santi está hablando con él en estos momentos, pero tú vas a ser el encargado de llevarle mis saludos. En el camino quiero que aproveches para sopear a  Rosendo y que quedé bien claro de que lado está, porque al igual que tú me va a tener que dar una prueba de su lealtad. Y nada de andarle informando a tu amigo el militar de esto.

– Pierda cuidado Don Paulino.

Como si el cansancio lo hubiera alcanzado de repente, el Don me palmeó el hombro, agachó la cabeza y se retiró hacía una hamaca que estaba entre dos grandes árboles a unos 20 metros de ahí.

En cuanto terminaron de acomodar el cadáver en la cajuela del carro, uno de los malandros me informó que estábamos listos para partir.

Imaginó que el Don los puso al tanto de que yo estaba al frente en esta macabra misión.

El pinche dolor de cabeza no me dejaba y en ocasiones el zumbido en mis oídos era mucho más fuerte, pero traté de ignorarlo. No era momento para desfallecer.

Los dos malandros se fueron en la parte delantera del auto. Rosendo y yo en los asientos de atrás.

– ¿Imagino que el patrón está satisfecho con el jale que le hice? –me preguntó Rosendo en cuanto se puso en marcha el vehículo. 

– ¿A qué te refieres?

– Le puse en charola de plata a Cervantes. Tal como quedamos.

– ¿Entonces por qué sigues tan nervioso? –ante la falta de información tenía que improvisar y creo que tuve éxito con esa simple pregunta.

– Bueno es que no quiero que Don Paulino crea que le oculto información –me respondió titubeante.

– ¿Y por qué tendría que pensar eso?

– Es que me hizo muchas preguntas. No sé si quedó conforme con las respuestas.

– Pues yo creo que no –tuve que asumir mi papel, y creo que lo hice bien porque pude sentir como Rosendo se aterrorizaba.

– Estoy diciendo la verdad Calavera ¿Por qué tendría que mentir?

– Bueno es que nadie dice que estas mintiendo, digamos que estas guardándote información para no afectar a tus amigos.

– ¡El Pacman no era mi amigo¡ ya le dije a Don Paulino que de él fue la idea de asesinar al Pibe. No tuve nada que ver.

Podía parecer que yo estaba al tanto de todo, pero debo aceptar que lo que había funcionado era la improvisación. Creo que después de todo no había perdido la habilidad para interrogar, y claro los dos malencachados que venían delante de nosotros ayudaban mucho.

– Tú eras gente de todas las confianzas del cabrón del Cervantes ¿Me vas a decir ahora que no sabías de su sociedad con el Pacman y los Malacón?

– Ya se lo explique a Don Paulino, por eso le traje a Cervantes para que ajustara cuentas con él.

– Te voy a decir lo que pienso Rosendo y no quiero que te ofendas, pero creo que tú eres un miserable cerdo que quiso salvar su pellejo y de Cervantes. Tú sabías que había órdenes de matarnos en el motín y no hiciste nada, pero ahora que estamos libres te quieres hacer el redentor y lavarte las manos cuando pudiste habernos avisado allá en ‘el Vecindario’.

– Ojala fuera tan sencillo como lo dices ahora.

– Nada en ésta vida es fácil, y la cosa es que ahora no podemos confiar en ti ¿Creo que sabes lo que eso significa?

– No me puedes hacer esto Calavera. Ya quedé con Don Paulino.

Como movido por un resorte, el matón que iba en el asiento del copiloto le apuntó con una pistola a Rosendo, que instantáneamente levantó las manos en son de paz.

– ¿Todo bien jefe? –me preguntó sin dejar de apuntarle al nuevo Comandante de custodios de ‘la Peni’.

– Todo bien. Aquí nuestro amigo va a colaborar con nosotros ¿Verdad Comandante?

– ¿Qué es lo que quieres que haga Calavera?

– Empieza por hablar con la verdad ¿Cómo podemos estar seguros de que no trabajas para los Malacón?

– Es que ya le dije a Don Paulino que ellos creen que estoy de su lado, y eso lo podemos utilizar. 

– Dime algo que no le hayas dicho al patrón, porque no estamos llegando a ningún lado y yo sigo pensando que eres un perro traidor capaz de vender a su propia madre por salvar el pellejo.

De pronto entramos a una colonia donde las caminos eran subidas prolongadas de terracería. En cuestión de minutos y después de un par de derrapones, estábamos en una casa que tenía una cochera amplia con carros yonkeados y debajo de uno de ellos estaba un tipo moreno, flaco que parecía estar arreglándolos y en cuanto nos vio llegar salió a recibirnos.

– El Tito está allá atrás pásenle.

El chofer siguió de frente, ya dentro de la propiedad, hacía la parte trasera, donde el tal Tito ya nos estaba esperando, y en uno de los extremos del patio ese se podía observar un tambo de 200 litros.

– Creo que se te está acabando el tiempo y no hemos avanzado nada en esta conversación.

– Pero Calavera…

– Mira Rosendo mis instrucciones son precisas, así que más vale que me des algo que te salve en este momento.

El chofer se bajó y junto con el Tito abrieron la cajuela del auto. Fue entonces cuando me baje, no sin antes darle instrucciones al copiloto para que esposara a Rosendo.

– ¿Tú debes ser Calavera? –me preguntó el Tito mientras Rosendo suplicaba. Le contesté que si mientras me estrechaba la mano.

– El patrón me dijo que me iban a traer dos cadáveres para pozolearlos y aquí veo sólo uno.

– Aquí tienes el otro –le contesté aventando a Rosendo al piso mientras lloriqueaba. 

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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