Donde la oscuridad penetra

Donde la oscuridad penetra

Novela Policiaca

Hamlet Alcántara

Foto: José  Gabriel López Mejía

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Tal como el Coronel lo había predicho su visita había sido un acontecimiento en “el Veci”, por lo menos entre los custodios, y la poca gente que me trataba.

Seguramente el Kelo había corrido a darle la noticia al Santi, que ya estaba presto a saludarme.

– Así que eres influyente mi compa.

– Tú que no me lo quieres creer.

– Ya veo no tienes mucho tiempo aquí y ya hasta conoces el famoso privadito. Pocos son los que reciben a sus visitas allá. Muy contados.

– Te digo que no voy a estar mucho tiempo aquí, pero me tiras a loco.

– Ya bájale. Una cosa es que recibas visitas y otra muy distinta es que te vayas a ir así nomás.

A veces uno actúa así, a lo loco y las cosas le salen sin pensarlo. Así me aventé. Para darle un toque de misterio a la plática que sostenía con el Santi. Lo jale apartándolo del resto de los reos hacía un costado y hablé con tono mucho más bajo.

– ¿Puedo confiar en ti?

– ¿Qué pasó mi Calavera? La duda ofende.

– Crees que pueda mercar esto por aquí –y le mostré la bolsita llena de coca. En cuanto la miró abrió los ojos sorprendido, y la volví a guardar para que nadie más pudiera verla.

– ¿Es crico?

– ¿Qué paso mi Santi? Hay que conservar el estatus. Es perico del bueno.

– ¡Baja la voz!

Los papeles habían cambiado, ahora el paniqueado era el Santi: Vente a mi cuarto para echar una platicada.

El pez había mordido el anzuelo. Ahora sólo faltaba que esta madre estuviera buena porque donde el Coronel me hubiera mandado pura mierda que bonito me iba a ver.

Para entrar a la Zona Dorada de la penitenciaría había que librar a un par de custodios que siempre estaban sentados, nomás mirando quien entra y sale.

Imaginó que no me dijeron nada porque el Santi se adelantó a hacerles una seña para que entendieran que era su invitado.

Al otro lado de la reja estaba un cholo con la cabeza rapada, bigote tupido y unos lentes negros sentado nomás mirando también.

– Ese mi Santi aquí estamos –le saludó el cholo. A mí nomás se me quedó mirando.

Cada una de las famosas carracas eran como pequeños apartamentos e incluso tenían delimitados patios frente a la habitación y algunos internos que más bien parecían guardianes estaban parados afuera mirando todo el movimiento.

– Aquí tienen más seguridad que en la comandancia.

El Santi soltó la risa: -Aquí no cualquiera entra, por eso estamos separados de los tanques.

Con los tanques Santi se refería al resto de los dormitorios donde vivían los reos comunes, incluyéndome a mí hasta ese momento.

– Sapo. Anda lánzate por unas sodas –le dijo el Santi a un sujeto gordo con ojos saltones que estaba sentado boleando una botas de piel de avestruz afuera de su carraca.

– Ya mero quedan éstas mi jefe…

– Si luego le sigues, ahorita tengo que hablar con el señor, así que lánzate por un par de sodas y te compras una para ti.

Definitivamente el encierro se pasaba mucho mejor en las carracas que en los chiqueros donde me tenían a mí.

– Como sufres mi Santi –pero el Santi estaba más preocupado por la droga que por otra cosa, y sólo me dio el avión cuando me contestó.

– A ver pues ahora si saca esa madre –tuvo cuidado de cerrar las persianas de la ventanita que daba al patio, y limpió la mesa de la cocina.

Su carraca parecía más una suite de un hotel de lujo que una celda. Una vez dentro no parecía para nada que estuvieras encerrado en una prisión.

Lo primero que se notaba al entrar era una cocineta con un comedor chico. Tenías que pasar por una puerta para llegar a un pequeño recibidor con una sala con sillones, mesa de centro y toda la cosa. Había otra separación más para llegar a la recámara que me mostró minutos después igual que el baño con jacuzzi.

– Insisto como sufres aquí.

– Hasta para caer preso hay que tener estilo mi estimado Calavera.

– Esto debe costarte una pequeña fortuna.

– Aquí hay billetes. Tú júntate conmigo.  

Mientras platicábamos, el Santi había sacado con una cuchara un buen guato de la cocaína que traía en la bolsa de plástico, y ya se estaba preparando unas líneas con una credencial.

– Tenía mucho tiempo que no probaba un material tan bueno –fue lo único que dijo cuando inhaló la primera línea.

Después vino la parte difícil del negocio, cuando me extendió el dólar que había hecho rollito para poder inhalar el polvo.

No dude en tomarlo y pegarme un par de lineazos. Tampoco tenía otra opción, era eso o quizás meterme en un problema que me hubiera podido costar la vida. En este negocio a veces hay que tomar decisiones de este tipo.

La cocaína era de buena calidad. Eso provocó que el Santi tuviera que hacer uso de su mejor botella de güisqui para bajar el perico, como dice la raza vulgarmente.

También tuve que aceptar un trago, de lo contrario hubiera andado bien arriba por un par de horas.

– Tienes buenos contactos Calavera y eso me gusta.

Ambos estábamos sentados en la sala saboreando el güisqui y la coca.

Me ofreció un cigarrillo después de prender el suyo. También lo acepté.

– De eso se trata mi Santi.

Al principio resentí un poco la cocaína porque todavía tenía algo lastimada la nariz, pero lo superé.

– ¿Crees que podamos sacar un billete con esto?

– Si puedes conseguir más con esa calidad claro que se puede. Nomás que aquí las cosas son diferentes. Hay que conseguir el permiso del patrón. No se puede mover nada sin su consentimiento.

– ¿Y quien es el patrón?

– No comas ansias Calavera. De eso me encargo yo. Nada más hay que cerrar un buen trato aquí en corto.

– Por eso mismo quise hablar contigo mi Santi. No puedo confiar en nadie. Ya vez que me traen en chinga. 

– Ya nos encargaremos de eso.

– Mira le voy a hacer un regalo al patrón y otro a ti ¿Qué te parece? –entonces le pedí que me consiguiera una bolsa de plástico grande para preparar dos bolsitas.

– Tú si sabes.

– Aprovechando tus contactos, aunque no pienso estar mucho tiempo preferiría pasarlo en un lugar como este.

– Con lana baila el perro mi buen.

– ¿De cuanto estamos hablando?

– Un lugar como este más o menos anda costando como 2 mil dólares.

– Consíguemelo.

– Bueno creo que necesitaría al menos la mitad.

El Santi se sorprendió cuando saque el fajo de billetes que me había dejado el Coronel. Conté frente a él mil dólares, que puse en su mesa de centro.

– Quien sabe en que andabas metido Calavera, pero no cabe duda que te ha ido bien.

– Pero quiero dormir en mi nueva carraca esta noche. Entonces te doy el resto.

Continuará, siguiente capítulo el próximo lunes.

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